—¿De veras? —instó secamente Cadsuane. A Min el alma se le cayó a los pies. Aunque Rand no había hablado de ella, era obvio que lo conocía por el modo en que lo miraba. Los minúsculos pájaros, lunas y estrellas se mecieron cuando sacudió la cabeza—. La mayoría de los niños aprenden a no meter los dedos en el bonito fuego la primera vez que se queman, Tomás. Otros necesitan que les den unos azotes para que aprendan. Siempre es mejor un trasero dolorido que una mano abrasada.
—Yo no soy un niño y lo sabéis —replicó secamente Rand.
—¿Lo sé? —Lo miró de la cabeza a los pies y su actitud dio a entender que no distaba mucho de serlo—. Bien, al parecer pronto veré si te hacen falta unos azotes o no.
Aquellos fríos ojos se volvieron hacia Min y luego hacia Caraline y, tras un último tirón de su chal para ajustárselo, Cadsuane se alejó entre la multitud. Min tragó para deshacer el nudo que tenía en la garganta y la complació ver que Caraline hacía otro tanto a pesar de su demostración de autocontrol momentos antes. Rand —¡el muy estúpido!— dio un paso en pos de la Aes Sedai como si pretendiese ir tras ella. Esta vez fue Caraline quien lo frenó poniéndole la mano en el pecho.
—Entiendo que conoces a Cadsuane —dijo con voz entrecortada—. Ten cuidado con ella; se nota que incluso las otras hermanas se sienten intimidadas por ella. —Su timbre ronco adquirió una nota de gravedad—. No tengo idea de las consecuencias que traerá lo ocurrido hoy pero, sea lo que sea, creo que es hora de que te vayas, «primo Tomás». Cuanto antes mejor. Haré que preparen los caballos…
—¿Es éste tu primo, Caraline? —preguntó una voz profunda y sonora de hombre, y Min dio un brinco a despecho de sí misma.
Toram Riatin era aún más apuesto de cerca que de lejos, con la clase de enérgica belleza varonil y el aire de sofisticación que habrían atraído a Min antes de conocer a Rand. La sonrisa de su boca de trazo firme resultaba extremadamente atractiva. La mirada de Toram se detuvo en la mano de Caraline, todavía posada en el pecho de Rand.
—Lady Caraline va a ser mi esposa —manifestó indolentemente—. ¿Lo sabíais?
Las mejillas de la noble se encendieron de indignación.
—¡Ni lo sueñes, Toram! ¡Te dije que no y no lo haré!
—Creo que las mujeres ignoran lo que quieren hasta que uno se lo pone delante —comentó el noble a la par que sonreía a Rand—. ¿Qué opinas tú, Jeraal? ¿Jeraal? —Miró en derredor, fruncido el entrecejo.
Min lo contemplaba con asombro. Toram Riatin era tan atractivo, justo con el aire apropiado de… Deseó ser capaz de invocar las visiones a voluntad. Deseaba muchísimo conocer lo que el futuro le reservaba a ese hombre.
—Vi a tu amigo escabullirse en aquella dirección, Toram. —Caraline, cuyos labios denotaban un gesto de desagrado, hizo un vago gesto con la mano—. Imagino que lo encontrarás cerca de las bebidas o, si no, molestando a las sirvientas.
—Luego, preciosa mía. —Intentó tocarle la mejilla y pareció divertirle que ella retrocediera un paso. Sin mediar pausa alguna, trasladó su mirada zumbona a Rand, y a la espada que llevaba al costado—. ¿Qué tal un poco de acción, primo? Te llamo así porque seremos primos cuando Caraline se convierta en mi esposa. Con espadas de entrenamiento, desde luego.
—De ninguna manera —rió Caraline—. Es un muchacho, Toram, y casi no distingue un extremo del otro de una espada. Su madre jamás me perdonaría si permitiera que…
—Acción —la interrumpió bruscamente Rand—. ¿Por qué no? ¿Por qué no ver adónde lleva todo esto? Acepto.
36
Aceros
Min no sabía si gemir, gritar o sentarse y romper a llorar. Caraline, que miraba a Rand sin dar crédito a sus ojos, parecía encontrarse en el mismo dilema. Con una risa, Toram empezó a frotarse la manos.
—Escuchad todos —gritó—. Vais a presenciar una exhibición de esgrima. Apartaos, dejad espacio libre. —Se alejó mientras gesticulaba para que la gente se retirara y abriera un hueco en el centro de la tienda.
—Pastor —gruñó Min—, no eres un asno, ¡eres tonto de remate!
—Yo no lo expresaría así exactamente —intervino Caraline en tono muy seco—, pero sugiero que te marches de aquí, ahora. Sean cuales fueren los… trucos que pienses que podrías utilizar, hay siete Aes Sedai en esta tienda, cuatro de ellas del Ajah Rojo, llegadas recientemente del sur, de camino a Tar Valon. Con que sólo una de ellas sospeche algo, mucho me temo que lo que quiera que pudiera resultar del encuentro de hoy, nunca pasará. Márchate.
—No utilizaré ningún… truco. —Rand se desabrochó el cinturón de la espada y se lo tendió a Min—. Si mi influencia se ha dejado notar en ti y en Darlin de algún modo, quizá la haga sentir en Toram de otro.
La multitud se echaba hacia atrás y abría un hueco de unos veinte pasos entre dos de los grandes postes centrales. Algunos miraban a Rand, y hubo mucho intercambio de golpes suaves con el codo y risitas maliciosas. Las Aes Sedai, ni que decir tiene, ocupaban un lugar de honor, con Cadsuane y sus dos amigas a un lado y cuatro mujeres de rostro intemporal del Ajah Rojo al otro. Cadsuane y sus compañeras observaban a Rand con abierta desaprobación y un gesto lo más parecido a la irritación que hubiera mostrado jamás cualquier Aes Sedai, pero las hermanas Rojas parecían más interesadas en ellas tres que en otra cosa. Al menos, aunque se encontraban justo enfrente, se las arreglaban para hacer como si no advirtieran la presencia de otras hermanas. Nadie podía estar tan ciego si no lo hacía a propósito.
—Escúchame, primo. —En la voz baja de Caraline había tanto apremio que casi se palpaba. Se encontraba muy cerca de él, con el cuello extendido hacia atrás para mirarlo a la cara y, aunque apenas le llegaba al esternón, parecía dispuesta a darle de bofetadas—. Si no utilizas ninguno de tus trucos especiales, puede herirte de gravedad, incluso con espadas de entrenamiento, y lo hará. Nunca le ha gustado que otro tocara lo que considera suyo, y sospecha que cualquier jovencito guapo que habla conmigo es mi amante. Cuando éramos niños, empujó a Daran, ¡un amigo!, escaleras abajo y le rompió la espalda porque montó su poni sin pedirle permiso. Vete, primo. Nadie te tendrá en menos por ello, porque no esperan que un joven se enfrente a un maestro de armas. Jaisi, o comoquiera que te llames realmente, ¡ayúdame a convencerlo!
Min abrió la boca y Rand puso un dedo sobre sus labios.
—Soy quien soy. —Sonrió—. Y tampoco creo que pudiese escapar de él aunque no lo fuera. De modo que es un maestro de armas, ¿no?
Se desabrochó la chaqueta y salió al centro del área despejada.
—¿Por qué tienen que ser tan testarudos cuando menos quieres que lo sean? —susurró Caraline en tono frustrado, y Min se mostró de acuerdo con ella asintiendo enérgicamente.
Toram se había quedado en mangas de camisa; llevaba dos espadas de entrenamiento, las cuales tenían un manojo de varillas atadas, en sustitución de la hoja de acero. Enarcó una ceja al ver que Rand seguía con la chaqueta puesta, aunque desabrochada.
—Eso te estorbará y limitará tus movimientos, primo.
Rand se encogió de hombros. Sin previo aviso, Toram le lanzó una de las espadas y Rand la cogió en el aire por la larga empuñadura.
—Los guantes se escurren, primo, y querrás tener un agarre firme.
Rand asió el puño del arma con las dos manos y adoptó una postura ligeramente girada hacia un lado, con la espada apuntando hacia abajo y el pie izquierdo adelantado.
Toram extendió las manos como para decir que había hecho todo lo que había podido por advertirle.
—Bueno, por lo menos sabe cómo ponerse —rió y, cuando pronunciaba la última palabra, lanzó una estocada a la cabeza de Rand, apoyada con el impulso de toda su fuerza.
En medio de un sonoro y seco golpe, las tablillas atadas chocaron contra el otro manojo de tablillas. Rand no había hecho otro movimiento que desplazar la espada. Durante un instante Toram lo contempló de hito en hito y él le sostuvo tranquilamente la mirada. Y la danza empezó.