—¡Rayos y centellas!
Todo al mismo tiempo.
—¡Apártate! —bramó de nuevo Samitsu mientras Darlin arremetía contra Fain con su espada. El huesudo hombrecillo se movió con sorprendente rapidez y se arrojó al suelo, rodando sobre sí mismo a continuación hasta ponerse fuera del alcance del noble. Lo chocante fue que rió socarronamente mientras se incorporaba como un felino y echaba a correr; la niebla se lo tragó de inmediato.
Min se incorporó, temblorosa. Caraline lo hizo con mucha más energía.
—Escuchadme bien, Aes Sedai —instó con voz fría mientras se sacudía violentamente la falda—, no permitiré que se me trate así. Soy Caraline Damodred, Cabeza Insigne de la casa…
Min dejó de prestarle atención. Cadsuane se hallaba sentada en la ladera, un poco más arriba, sosteniendo la cabeza de Rand en su regazo. Sólo había sido un corte. La daga de Fain no podía haberle hecho más que un rasguño superficial… Con un grito, Min se lanzó hacia ellos. Sin importarle que fuera una Aes Sedai, apartó a la mujer de un empellón y estrechó a Rand en sus brazos. Él tenía los ojos cerrados y su respiración era entrecortada, irregular. La cara le ardía.
—¡Ayudadlo! —gritó a Cadsuane, su petición un eco de los distantes chillidos en la niebla—. ¡Ayudadlo! —Una parte de su mente le decía que aquello no tenía mucho sentido después de que hubiese apartado a la mujer a la fuerza, pero el rostro de Rand parecía abrasarle las manos, consumir cualquier rastro de sensatez en ella.
—Samitsu, aprisa —ordenó Cadsuane a la par que se levantaba y se arreglaba el chal—. Su gravedad está más allá de mi capacidad de Curación. —Puso una mano en la cabeza de Min—. Muchacha, no pienso dejar morir al chico cuando aún no le he enseñado a tener modales. Deja de llorar, vamos.
Era muy extraño. Min estaba totalmente convencida de que la mujer no le había hecho nada con el Poder y, sin embargo, le creía. Enseñarle modales. Eso sí que sería una lucha a brazo partido. No sin renuencia, apartó los brazos de él y retrocedió de rodillas. Muy extraño. Ni siquiera había sido consciente de estar llorando y, sin embargo, las palabras tranquilizadoras de Cadsuane bastaron para detener el flujo de lágrimas. Aspiró por la nariz mientras se limpiaba las mejillas con el dorso de la mano, en tanto que Samitsu se arrodillaba junto a Rand y posaba las yemas de los dedos sobre su frente. Min se preguntó por qué no le sostenía la cabeza con las dos manos, como solía hacer Moraine.
Rand sufrió una violenta convulsión, dando boqueadas y sacudiéndose de tal modo que uno de sus brazos derribó a la Amarilla de espaldas. Tan pronto como los dedos de la mujer dejaron de tocarlo, cesaron los espasmos.
—Aquí pasa algo raro —dijo Samitsu, irritada, al tiempo que se sentaba. Apartó la chaqueta de Rand, asió el corte de la camisa ensangrentada y desgarró la tela.
El corte producido por la daga de Fain, no más largo que su mano y muy superficial, atravesaba por encima de la antigua cicatriz del costado. Hasta con la mortecina luz, Min pudo ver que los bordes de la herida aparecían hinchados y enrojecidos, como si no se hubiese tratado desde hacía días. Ya no sangraba, pero tendría que haber desaparecido. Eso era lo que hacía la Curación: las heridas se cerraban por sí mismas ante tus propios ojos.
—Esto —Samitsu rozó levemente la cicatriz y habló con el tono de un maestro impartiendo clase— tiene aspecto de absceso, pero en lugar de tener pus está lleno de maldad. Y esto —pasó el dedo sobre el corte—, parece lleno de un mal diferente. —De repente miró a la Verde con el entrecejo fruncido y su voz adquirió un timbre huraño, a la defensiva—. Si tuviera palabras para describirlo lo haría, Cadsuane. Nunca había visto algo igual. Jamás. Pero te diré una cosa. Creo que si hubiese tardado un instante más en actuar o quizá si tú no lo hubieses intentado antes, ahora estaría muerto. Considerando su estado… —La hermana Amarilla suspiró y su aire se tornó abatido—. En su estado, creo que morirá de todos modos.
Min sacudió la cabeza e intentó decir «no», pero parecía incapaz de hacer que su lengua se moviera. Oyó a Caraline musitar una plegaria; la mujer aferraba el brazo de Darlin con las dos manos, y el noble teariano observaba ceñudo a Rand, como si intentara encontrar sentido a lo que veía. Cadsuane se inclinó para hablar secamente con Samitsu.
—Eres la mejor que existe, puede que la mejor que haya existido nunca —manifestó quedamente—. Nadie tiene tanto Talento de Curación como tú, ni por asomo.
Samitsu asintió con la cabeza y se levantó; antes de que hubiese acabado de ponerse de pie, volvía a ser la serenidad Aes Sedai en persona. No así Cadsuane, que miraba a Rand ceñuda, puesta en jarras.
—¡Ni hablar! No te dejaré que te me mueras, chico —gruñó como si la culpa fuese de él. En esta ocasión, en lugar de tocar la cabeza de Min le propinó un capón—. En pie, muchacha. Hasta un idiota se daría cuenta de que no eres una cagueta, así que deja de fingir. Darlin, tú lo llevarás. Los vendajes habrán de esperar. Esta niebla no nos deja, así que será mejor que nos marchemos.
Darlin vaciló. Tal vez fue el gesto ceñudo y perentorio de Cadsuane o tal vez la mano de Caraline alzándose hacia su cara, pero envainó la espada bruscamente, mascullando entre dientes, y se cargó a Rand al hombro.
Min cogió la espada marcada con la garza y la deslizó con cuidado en la vaina colgada de la cintura de Rand.
—La necesitará —dijo a Darlin y, un momento después, el hombre asintió. Por suerte para él lo hizo; Min había puesto toda su confianza en la hermana Verde y no pensaba permitir que nadie opinara lo contrario.
—Ten cuidado, Darlin —advirtió Caraline con aquel timbre ronco una vez que Cadsuane estableció claramente la posición de cada cual para la marcha—. Quédate detrás de mí y yo te protegeré.
El noble rió hasta quedarse sin aliento, y siguió riendo entre dientes cuando empezaron a ascender a través de la fría niebla y los distantes gritos, con el noble cargando a Rand en el centro y las mujeres formando un círculo alrededor.
Min sabía que sólo era otro par de ojos vigilantes, al igual que Caraline, que caminaba al otro lado de Cadsuane, y también sabía que el cuchillo que empuñaba no servía de nada contra las formas de niebla, pero Padan Fain podría seguir por allí. No fallaría una segunda vez. Caraline también empuñaba su daga y, por las ojeadas que echaba hacia atrás, a Darlin, que subía trabajosamente bajo el peso de Rand, quizá también se proponía proteger al Dragón Renacido. Claro que, a lo mejor no era a él. Una mujer podía olvidar el tamaño de una nariz, por grande que fuera, por aquella risa.
Las formas seguían surgiendo en la niebla y morían consumidas por el fuego; una vez, un algo inmenso partió en dos a un aterrado caballo, a la derecha del grupo, antes de que cualquiera de las Aes Sedai tuviese tiempo de acabar con él. Min vomitó ruidosamente y no sintió pizca de vergüenza por ello; había gente muriendo, pero al menos las personas habían ido allí por propia voluntad. Hasta el soldado de más baja categoría habría podido huir la víspera si así lo hubiese decidido, pero no aquel caballo. La formas se concretaban y perecían, la gente moría, siempre gritando a lo lejos aparentemente, aunque seguían topando con despojos desgarrados que habían sido seres humanos poco antes. Min empezó a preguntarse si volverían a ver la luz del día alguna vez.
Con desconcertante instantaneidad, sin previo aviso, Min se encontró bañada por ella; un momento antes la rodeaba un manto gris y al siguiente se hallaba bajo un sol ardiente y dorado que brillaba en lo alto, en un cielo azul, con tal intensidad que tuvo que resguardarse los ojos. Y allí, a unos ocho kilómetros en línea recta a través de las colinas casi peladas, Cairhien se alzaba, sólida y cuadrada, sobre sus propias prominencias. De algún modo, ya no parecía verdaderamente real.