Cuando finalmente Sulin los hizo entrar en una habitación y cerró la puerta, Rand echó violentamente la cabeza hacia atrás para librarse de la capucha… y se quedó mirando de hito en hito. Había esperado encontrar a Bael y a Davram, pero no a la esposa de éste, Deira, ni a Melaine ni a Dorindha.
—Te veo, Car’a’carn. —Bael, el hombre más alto que Rand había visto en su vida, estaba sentado con las piernas cruzadas en las baldosas verdes y blancas, vestido con el cadin’sor y una actitud que aun pareciendo tranquila revelaba que se hallaba preparado para ponerse en movimiento en un visto y no visto. El jefe de clan de los Goshien Aiel no era joven, ningún jefe lo era, y tenía hebras grises en su rojizo cabello, pero si alguien creía que la edad lo había ablandado, podía llevarse una desagradable sorpresa—. Que siempre encuentres agua y sombra. Respaldo al Car’a’carn y mis lanzas me respaldan a mí.
—Lo del agua y la sombra está bien —dijo Davram Bashere, que echó una pierna sobre el brazo del sillón en el que descansaba—, pero yo prefiero vino frío. —Poco más alto que Enaila, llevaba desabrochada la chaqueta corta y su oscura tez brillaba por el sudor. A despecho de su postura indolente, con sus fieros ojos rasgados y su nariz aguileña resaltando sobre el espeso y canoso bigote tenía un aspecto tan duro como Bael—. Os felicito por la huida y la victoria. Pero ¿por qué venís disfrazado como un prisionero?
—Yo prefiero saber si piensa echarnos encima a las Aes Sedai —intervino Deira. La madre de Faile, vestida en seda verde con bordados en oro, era una mujer grande, tan alta como cualquier Doncella excepto Somara, con el largo cabello negro surcado de hebras grises en las sienes y la nariz sólo un poco menos prominente que la de su marido. Ciertamente, podía darle lecciones sobre ofrecer un aspecto fiero, y era igual que su hija en un detalle: su lealtad era para su esposo, no para Rand—. ¡Habéis hecho prisioneras a unas Aes Sedai! ¿Podemos esperar ahora que toda la Torre Blanca caiga sobre nuestras cabezas?
—Si lo hacen —intervino, cortante, Melaine, mientras se ajustaba el chal—, recibirán la contestación que se merecen. —De cabello dorado, ojos verdes y muy hermosa, como mucho cinco años mayor que el propio Rand a juzgar por su cara, era una Sabia y estaba casada con Bael. Fuera cual fuera el motivo por el que las Sabias habían cambiado de opinión respecto a las Aes Sedai, Melaine, Amys y Bair eran las que más acusaban ese cambio.
—Lo que yo quiero saber —dijo la tercera mujer— es qué vas a hacer con Colavaere Saighan.
Si Deira y Melaine tenían una presencia imponente, Dorindha las superaba a ambas, aunque no resultaba fácil discernir por qué exactamente. La señora del techo del septiar Manantial Humeante era una mujer de constitución sólida, maternal, más atractiva que hermosa, con algunas arrugas en las comisuras de los párpados, y en su cabello de color rojo pálido tantas hebras blancas como grises tenía Bael; sin embargo, de las tres mujeres, cualquiera que tuviese no sólo ojos sino un poco de sentido común advertiría que tenía mando y carácter para ejercerlo.
—Melaine dice que Bair considera a Colavaere Saighan de poca importancia —continuó Dorindha—, pero las Sabias pueden ser tan ciegas como cualquier hombre cuando se trata de ver la batalla que está por empezar y no fijarse en el escorpión que se tiene a los pies. —Una sonrisa dirigida a Melaine restó hierro a sus palabras; la de Melaine en respuesta dejó claro que no se había dado por ofendida—. El deber de una señora del techo es localizar esos escorpiones antes de que piquen a alguien.
También era esposa de Bael, algo que todavía desconcertaba a Rand a pesar de que hubiese sido decisión de ella y de Melaine. Tal vez por eso mismo, porque había sido de ellas; entre los Aiel, un hombre no tenía mucho que decir si su esposa escogía una hermana conyugal. No era un arreglo muy frecuente ni siquiera entre Aiel.
—Colavaere va a dedicarse a cultivar la tierra —gruñó Rand. Todos parpadearon sorprendidos, preguntándose si estaba bromeando—. El Trono del Sol vuelve a estar vacío y esperando a Elayne. —Se había planteado la conveniencia de levantar salvaguardas para que no los escucharan a escondidas, pero esa barrera podía ser detectada por cualquiera que buscara algo fuera de lo normal, ya fuese hombre o mujer, y su existencia proclamaría que allí se estaba tratando algo importante. En fin, todo lo que se dijese en esa habitación se sabría muy pronto desde la Pared del Dragón hasta el mar.
Fedwin se restregaba las muñecas, en tanto que Jalani enfundaba su cuchillo. Nadie les prestó atención; todos los ojos estaban prendidos en Rand. Éste dirigió a Nerilea una ojeada ceñuda y forcejeó con las ataduras hasta que Sulin las cortó.
—Ignoraba que ésta iba a ser una reunión familiar —dijo Rand.
Nerilea pareció un poquito avergonzada, pero nadie más lo hizo.
—Cuando os hayáis casado, aprenderéis que tenéis que elegir con mucho cuidado lo que no contáis a vuestra esposa —murmuró Davram con una sonrisa. Deira lo miró y frunció los labios.
—Las esposas son un gran consuelo si un hombre no les cuenta muchas cosas —apuntó riendo Bael.
Sonriendo, Dorindha le pasó los dedos por el cabello… y se lo agarró como si quisiera arrancarle la cabeza de cuajo. Bael soltó un gruñido de dolor, pero no sólo a causa del tirón de pelos que le había propinado Dorindha. Melaine limpió su pequeño cuchillo en la falda y lo enfundó. Las dos mujeres intercambiaron una mueca burlona por encima de la cabeza del jefe del clan mientras éste se frotaba un hombro, donde una pequeña mancha de sangre humedecía su cadin’sor. Deira asintió pensativamente, como si acabaran de darle una idea.
—¿A qué mujer podría odiar lo bastante para casarla con el Dragón Renacido? —dijo fríamente Rand.
Sus palabras causaron un silencio tan denso que podía tocarse. Rand procuró encauzar su ira. Tendría que haber supuesto que ocurriría esto. Melaine no sólo era una Sabia, sino también una caminante de sueños, igual que Amys y Bair. Entre otras cosas, podían hablar entre ellas y con otras personas durante el sueño; una habilidad útil, aunque sólo la habían utilizado una vez a petición de él y en su beneficio; era asunto de las Sabias. En consecuencia, no era de extrañar que Melaine estuviese al tanto de todo lo ocurrido; como tampoco era de extrañar que le hubiese contado todo a Dorindha, aunque fuesen cosas de Sabias. Las dos mujeres eran amigas íntimas y hermanas, todo en uno. Una vez que Melaine hizo partícipe a Bael del secuestro, éste, naturalmente, se lo había dicho a Bashere; esperar que el mariscal saldaenino guardara en secreto esa información para su esposa era igual que esperar que no le contara que la casa se había incendiado. Poco a poco, centímetro a centímetro, se tragó la ira.
—¿Ha llegado Elayne? —Trató de dar a su voz un tono despreocupado, sin éxito. Qué más daba. Había razones conocidas por todos para que estuviera nervioso. En Andor no habría tanta agitación como en Cairhien, pero el modo más rápido de apaciguar ambas naciones era que Elayne ocupara el trono. Puede que fuera el único.
—Aún no. —Bashere se encogió de hombros—. Pero han llegado noticias sobre Aes Sedai que marchan hacia el norte con un ejército desde algún punto de Murandy, o quizá de Altara. Podrían referirse al joven Mat y su Compañía de la Mano Roja, con la heredera del trono y las hermanas que huyeron de la Torre cuando Siuan Sanche fue depuesta.
Rand se frotó las muñecas, donde las cuerdas le habían hecho rozaduras. Toda esa pantomima de parecer un cautivo había sido por si acaso Elayne hubiese llegado ya. Elayne y Aviendha. Así, podría haber ido y vuelto sin que ellas lo supieran hasta después de que se hubiera marchado. Quizás habría hallado el modo de verlas a escondidas. Quizá… Era un necio, y en eso no había «quizá» que valiera.
—¿Tenéis intención de hacer que esas hermanas os juren también fidelidad? —El tono de Deira era tan gélido como su expresión. Rand sabía que no le gustaba; a su modo de ver, su esposo había emprendido un camino que seguramente lo conduciría a acabar con la cabeza clavada en una pica a las puertas de Tar Valon, y era él quien lo había puesto en ese camino—. La Torre Blanca no se quedará de brazos cruzados viendo cómo coaccionáis Aes Sedai.