Rand le dedicó una leve reverencia, y al infierno con ella si lo interpretaba como un gesto de mofa. Deira ni Ghaline t’Bashere jamás se dirigía a él con un título, ni siquiera por su nombre; habríase dicho que hablaba con un lacayo, y uno no especialmente despierto ni digno de confianza.
—Si eligen hacerlo, aceptaré su juramento. Dudo que muchas de ellas estén precisamente ansiosas por regresar a Tar Valon. Si escogen lo contrario, pueden seguir su camino, siempre y cuando no se pongan en mi contra.
—La Torre Blanca ya se ha puesto en tu contra —dijo Bael, que se inclinó hacia adelante apoyando los puños en las rodillas. Sus azules ojos hacían parecer cálida la voz de Deira en comparación—. Un enemigo que ataca una vez, volverá a atacar. A menos que se lo detenga. Mis lanzas irán a donde quiera que el Car’a’carn las conduzca.
Melaine asintió, por supuesto; seguramente quería que todas las Aes Sedai estuviesen escudadas y bajo vigilancia, de rodillas, si no atadas de pies y manos. Pero Dorindha también asintió, y Sulin. Y Bashere se atusó el bigote con los nudillos en actitud pensativa. Rand no sabía si ponerse a llorar o a reír.
—¿Crees que no he tenido bastante lucha para hartarme hasta la saciedad como para plantearme otra guerra con la Torre Blanca? Elaida me agarró del cuello y recibió un correctivo. —El suelo estallando y lanzando fuego y carne quemada al aire. Cuervos y buitres dándose un festín. ¿Cuántos muertos?—. Si tiene el sentido común de conformarse con eso, también yo. —Siempre y cuando no le pidieran confiar. El baúl. Empezó a sacudir la cabeza, consciente a medias de los repentinos gemidos de Lews Therin sobre la oscuridad y la sed. Podía pasarlo por alto; tenía que pasarlo por alto, pero no olvidarlo, ni confiar.
Dejando a Bael y Bashere discutiendo sobre si Elaida tenía suficiente sentido común para no intentarlo otra vez ahora que había dado el primer paso, Rand se encaminó hacia los mapas amontonados sobre la mesa pegada contra la pared, debajo de un tapiz de alguna batalla en la que las tropas del León Blanco de Andor se estaban alzando con la victoria. Al parecer, Bael y Bashere utilizaban esta habitación para elaborar sus planes. Tras rebuscar un poco encontró el mapa que buscaba, un gran pergamino enrollado en el que aparecía todo Andor, desde las Montañas de la Niebla hasta el río Erinin, así como parte de los países situados al sur: Ghealdan, Altara y Murandy.
—A las mujeres cautivas en las tierras de los Asesinos del Árbol no se les permite ocasionar conflictos, entonces ¿por qué dejar que otras lo hagan? —inquirió Melaine, por lo visto en contestación a algo que Rand no había escuchado. La Sabia parecía enfadada.
—Haremos lo que tengamos que hacer, Deira t’Bashere —manifestó sosegadamente Dorindha, que rara vez perdía los nervios—. Conservad el valor y llegaremos a donde tenemos que llegar.
—Cuando uno salta a un precipicio —replicó Deira—, es demasiado tarde para hacer otra cosa que aferrarse al coraje. Y esperar que haya un carretón de heno en el fondo para caer sobre él.
Su marido se echó a reír bajito, como si ella acabara de decir un chiste. A juzgar por su expresión, la mujer no estaba bromeando.
Rand extendió el mapa y sujetó las esquinas con tinteros y recipientes de arena, tras lo cual calculó distancias midiendo con los dedos. Mat no avanzaba deprisa si los rumores lo ubicaban en Altara o en Murandy. Alardeaba de lo rápido que su Compañía podía marchar. Tal vez las Aes Sedai lo estaban retrasando, con los sirvientes y las carretas. Quizás había más hermanas de lo que había supuesto. Rand reparó en que tenía prietos los puños, y se obligó a aflojar las manos. Necesitaba a Elayne. Para que ocupara el trono allí y en Cairhien; por eso la necesitaba. Nada más. Aviendha… No la necesitaba, en absoluto, y ella había dejado muy claro que no lo necesitaba a él. Aviendha estaba a salvo, lejos de él. Podía conseguir que estuvieran a salvo manteniéndolas lo más lejos posible de él. Luz, ojalá pudiese verlas, sólo eso. Necesitaba a Mat, sin embargo, ya que Perrin se mostraba tan obstinado. No sabía bien cómo había llegado Mat a ser un experto en asuntos de batallas y guerras, pero hasta Bashere respetaba sus opiniones. Sobre asuntos militares, en cualquier caso.
—Lo trataron como da’tsang —rezongó Sulin, y algunas de las otras Doncellas se hicieron eco con gruñidos.
—Lo sabemos —manifestó, sombría, Melaine—. No tienen honor.
—¿De verdad se contendrá después de lo que habéis descrito? —demandó Deira en tono incrédulo.
El mapa no se extendía lo bastante al sur para mostrar Illian —ningún mapa de los que había en la mesa representaba parte alguna de ese país— pero la mano de Rand se había desplazado hacia abajo a través de Murandy e imaginó las colinas Doirlon, ya en territorio de Illian pero a corta distancia de la frontera, con una línea de poblados fortificados en los montes que ningún ejército invasor podía permitirse el lujo de pasar por alto. Y a unos cuatrocientos kilómetros al este, al otro lado de los llanos de Maredo, un ejército como no se había visto desde que la coalición de naciones se había congregado en las inmediaciones de Tar Valon en la Guerra de Aiel, o puede que incluso desde los tiempos de Artur Hawkwing. Tearianos, cairhieninos, Aiel; todos preparados para lanzarse contra Illian. Si Perrin no se ponía al mando, entonces Mat tendría que hacerlo. Sólo que no había tiempo suficiente. Nunca lo había.
—Así se abrasen mis ojos —rezongó Davram—. Nunca mencionaste eso, Melaine. ¿Lady Caraline y lord Toram acampados justo a las puertas de la ciudad, y también lord Darlin? Ésos no se han reunido por casualidad, no justo en este momento. Eso es como tener un nido de víboras a la puerta de casa.
—Dejemos que los algai’d’siswai dancen —replicó Bael—. Las víboras muertas no pican a nadie.
El punto fuerte de Sammael había sido siempre la defensa. Aquello era un recuerdo de Lews Therin, de cuando la Guerra de la Sombra. Con dos hombres en un solo cerebro, quizás era de esperar que los recuerdos de cada uno de ellos se intercambiaran con los del otro. ¿Habría recordado de repente Lews Therin estar pastoreando ovejas o cortando leña o dando de comer a las gallinas? Rand podía oírlo débilmente, bramando sobre matar y destruir; pensar en los Renegados casi siempre provocaba esa reacción frenética en Lews Therin.
—Deira t’Bashere tiene razón —dijo Bael—. Debemos seguir por el camino que escogimos recorrer hasta que nuestros enemigos hayan sido destruidos o lo seremos nosotros.
—No era eso lo que quería decir —objetó secamente Deira—. Pero estás en lo cierto. Ahora ya no tenemos alternativa: hasta que nuestros enemigos sean destruidos, o lo seremos nosotros.
Muerte, destrucción y locura afloraron a la mente de Rand mientras éste estudiaba el mapa. Sammael estaría en aquellos poblados fortificados poco después de que el ejército atacara. Sammael, con la fuerza de un Renegado y los conocimientos de la Era de Leyenda. Lord Brend, se hacía llamar, uno de los miembros del Consejo de los Nueve. Y lord Brend lo llamaban quienes se negaban a admitir que los Renegados andaban libres por el mundo, pero Rand lo conocía gracias a la memoria de Lews Therin; conocía a fondo sus rasgos físicos y a él mismo.
—¿Qué se propone Dyelin Taravin con Naean Arawn y Elenia Sarand? —preguntó Dorindha—. Confieso que no entiendo lo de encerrar a la gente.
—Lo que haga allí es lo de menos —manifestó Davram—. Lo que me preocupa son sus reuniones con esas Aes Sedai.