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—Dyelin Taravin es una necia —masculló Melaine—. Cree los rumores de que el Car’a’carn ha doblado la cerviz ante la Sede Amyrlin. Esa mujer ni siquiera se cepillará el pelo a menos que las Aes Sedai le den permiso.

—Estás confundida —objetó firmemente Deira—. Dyelin es lo bastante fuerte para dirigir Andor y lo demostró en Aringill. Por supuesto que escucha a las Aes Sedai. Sólo un necio hace caso omiso de ellas. Pero escuchar no significa obedecer.

Habría que registrar otra vez las carretas traídas de los pozos de Dumai. El angreal del hombrecillo gordo tenía que estar en alguna parte. Ninguna de las hermanas que habían escapado podía tener la menor pista de lo que era realmente. A menos, claro, que una de ellas lo hubiese guardado para tener un recuerdo del Dragón Renacido. No. Tenía que estar en las carretas. Con él podía equipararse en fuerza a cualquiera de los Renegados. Sin él… Muerte, destrucción y locura.

De repente, lo que había estado escuchando por encima cobró sentido en su mente.

—¿Qué habéis dicho? —demandó al tiempo que se giraba, dando la espalda a la mesa con incrustaciones de marfil.

Rostros sorprendidos se volvieron hacia él. Jonan, que se había apoyado en el marco de la puerta con aparente indolencia, adoptó de inmediato una postura erguida. Las Doncellas, acuclilladas cómodamente, de pronto parecieron alertas. Habían estado conversando ociosamente unas con otras; hasta ellas se mostraban ahora cautelosas con él.

Melaine, que jugueteaba con sus collares de marfil, intercambió una mirada decidida con Bael y Davram, y después se adelantó a los demás:

—Hay nueve Aes Sedai en una posada llamada El Cisne de Plata, en lo que Davram Bashere llama la Ciudad Nueva. —Pronunció la palabra «posada» de un modo raro, y también «ciudad»; antes de cruzar la Pared del Dragón sólo las conocía a través de los libros—. Él y Bael dicen que debemos dejarlas en paz a menos que hagan algo contra ti. Me parece que ya has aprendido bien qué puede esperarse de las Aes Sedai, Rand al’Thor.

—Es culpa mía —manifestó Bashere—, si es que se ha cometido algún error. Aunque lo que Melaine esperara hacer al respecto, lo ignoro. Ocho hermanas se instalaron en El Cisne de Plata hace casi un mes, nada más marcharos vos. De vez en cuando unas cuantas más llegan o se marchan, pero nunca hay más de diez al mismo tiempo. Se muestran reservadas, no causan problemas y no hacen preguntas, que Bael o yo sepamos. También han llegado unas pocas hermanas Rojas a la ciudad, en dos ocasiones. Todas las que se hospedan en El Cisne de Plata tienen Guardianes, en cambio esas otras no. Por eso estoy seguro de que son del Ajah Rojo. Aparecieron dos o tres, preguntaron sobre hombres que iban a la Torre Negra, y al cabo de uno o dos días se marcharon. Sin descubrir gran cosa, diría yo. Esa Torre Negra es tan impenetrable con sus secretos como una fortaleza. Ninguna de ellas ocasionó problemas, y preferí no molestarlas a menos que fuera necesario.

—No me refería a eso —dijo lentamente Rand.

Se acomodó en un sillón frente a Bashere; sus manos se cerraron sobre los reposabrazos, prietamente, hasta que los nudillos le dolieron. Aes Sedai reuniéndose allí; Aes Sedai reuniéndose en Cairhien. ¿Casualidad? La voz de Lews Therin retumbaba a lo lejos, como una tormenta en el horizonte, sobre traición y muerte. Tendría que advertir a Taim. No sobre las Aes Sedai hospedadas en El Cisne de Plata —eso ya tenía que saberlo Taim; ¿por qué no se lo había mencionado?—, ni sobre la necesidad de que se mantuviesen alejados de ellas tanto él como los Asha’man. Si lo ocurrido en los pozos de Dumai era el fin de algo, no podía empezar algo nuevo aquí. Eran demasiados los acontecimientos que parecían desarrollarse excesivamente deprisa, fuera de control. Cuanto más intentaba aglutinarlos, surgían más y giraban cada vez más deprisa. Antes o después, todo iba a venirse abajo y a hacerse añicos. La idea le dejó seca la garganta. Thom Merrilin le había enseñado un poco a hacer malabarismos, pero nunca había sido muy bueno en eso. Ahora tenía que hacerlo, y con la habilidad de un consumado experto. Ojalá hubiera algo con lo que mojarse la garganta.

No se dio cuenta de que había manifestado esa última idea en voz alta hasta que Jalani se incorporó de donde estaba en cuclillas y cruzó la habitación hasta una mesa auxiliar en la que había una jarra de plata. Sirvió una copa del mismo metal y se la llevó a Rand, esbozando una mueca mientras se la tendía. Rand esperaba algún comentario sarcástico, pero la expresión de su rostro sufrió un cambio y todo cuanto dijo fue «Car’a’carn», tras lo cual regresó a su sitio, junto a las otras Doncellas, con un aire tan digno que parecía estar imitando a Dorindha o tal vez a Deira. Somara dijo algo con el lenguaje de señas, y de pronto un rojo intenso tiñó las caras de todas las Doncellas, que se mordieron los labios para contener la risa. Todas salvo Jalani, que sólo estaba colorada.

El ponche sabía a ciruela. Le recordó a Rand los gordos y dulces frutos de los ciruelos plantados al otro lado del río, a los que se subía de pequeño para cogerlos y saborearlos… Echó la cabeza hacia atrás y vació la copa. En Dos Ríos había ciruelos, sí, pero no plantaciones, y desde luego no en la otra orilla de ningún río. El hombre que estaba metido en su cabeza rió por algo, quedamente.

Bashere dirigió una mirada ceñuda a las Doncellas, y después volvió la vista hacia Bael y sus dos esposas, todos ellos impasibles como rocas, y sacudió la cabeza. Se llevaba bien con Bael, pero, en general, los Aiel lo desconcertaban.

—En fin, puesto que a mí nadie me trae de beber… —dijo al tiempo que se levantaba e iba a la mesa para servirse una copa. Echó un buen trago, mojándose el espeso bigote—. Vaya, qué refrescante. El entusiasmo de Taim para enrolar hombres lo ha llevado a recoger a todos los tipos que querrían seguir al Dragón Renacido. Me ha enviado casi un ejército de hombres, que carecen de lo que quiera que requieren vuestros Asha’man. Todos hablan con asombro de caminar a través de agujeros en el aire, pero ninguno ha llegado cerca de la Torre Negra. Estoy poniendo en práctica con ellos algunas ideas que tenía el joven Mat.

Rand desestimó el tema con un ademán.

—Habladme de Dyelin. —Dyelin de la casa Taravin era la siguiente en la línea al trono si algo le ocurría a Elayne, pero él le había dicho que había mandado traer a Elayne a Caemlyn—. Si piensa que puede ocupar el Trono del León, encontraré otra granja para ella.

—¿Ocupar el trono? —repitió Deira con incredulidad, y su esposo se echó a reír de buena gana.

—No entiendo las costumbres de las tierras húmedas —dijo Bael—, pero no creo que sea eso lo que se propone.

—¡Todo lo contrario! —Davram cogió la jarra y se acercó a Rand para volver a llenarle la copa—. Algunos nobles de segunda fila, creyendo que así se ganarían su favor, quisieron proclamarla en Aringill. Esa mujer actúa con rapidez. En cuatro días había hecho colgar a dos de los líderes con el cargo de traición a la heredera Elayne, y ordenó que se azotara a otros veinte. —Soltó una queda risita de aprobación. Su esposa aspiró aire por la nariz en ademán desdeñoso. Seguramente ella habría bordeado ambos lados de la calzada de Aringill a Caemlyn con dos hileras de horcas.

—Entonces ¿a qué venía todo eso de que dirigía Andor? —demandó Rand—. Y lo de encarcelar a Elenia y a Naean.

—Son los que intentaron sentarla en el trono —aclaró Deira, cuyos oscuros ojos centellearon furiosos.

Bashere asintió. Estaba mucho más tranquilo ahora.

—Hace sólo tres días de eso, cuando llegó la noticia de la coronación de Colavaere, y los rumores procedentes de Cairhien de que os habíais ido a Tar Valon empezaron a cobrar verosimilitud. Reanudado el comercio, hay tantas palomas yendo y viniendo de Cairhien a Caemlyn que se podría caminar sobre sus espaldas. —Llevó de nuevo la jarra a la mesa y volvió a su sillón—. Naean hizo su proclamación respecto al Trono del León por la mañana, y Elenia, antes del mediodía. A la caída del sol, Dyelin, Pelivar y Luan los habían arrestado a ambos. Anunciaron el nombramiento de Dyelin como regente a la mañana siguiente. En nombre de Elayne y hasta que ésta regrese. La mayoría de las casas de Andor han manifestado su apoyo a Dyelin. Creo que a algunas les gustaría que ocupara el trono, pero el escarmiento dado en Aringill hace que hasta los más poderosos tengan cuidado con lo que dicen. —Guiñó un ojo y señaló a Rand—. De vos, ni la más mínima mención. Si eso es bueno o malo, tendría que decirlo alguien más avisado que yo.