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Deira esbozó una fría sonrisa, el gesto altanero a más no poder.

—Todos esos… parásitos lameculos a los que permitisteis instalarse en palacio han huido de la ciudad, al parecer. Algunos de ellos incluso de Andor, según rumores. Debisteis daros cuenta de que todos eran adláteres de Elenia o de Naean.

Rand soltó cuidadosamente la copa llena en el suelo, junto a su sillón. Había dejado que Lir, Arymilla y los demás se quedaran con el único propósito de forzar a Dyelin y a quienes la apoyaban a cooperar con él. Jamás habría dejado Andor en manos de gente como Lir. Con tiempo y el regreso de Elayne, aún podía funcionar. Pero todo iba más y más deprisa, escapándosele de las manos. Sin embargo, sí había algunas cosas que podía controlar.

—Fedwin —dijo, señalándolo— es un Asha’man. Puede llevarme mensajes a Cairhien, si es preciso. —Habló dirigiendo una mirada firme a Melaine, que le respondió con otra de lo más apacible.

Deira estudió a Fedwin como habría hecho con una rata muerta que un perro excesivamente complaciente hubiese soltado sobre su alfombra. Davram y Bael lo observaron de un modo más ponderativo; Fedwin trató de erguirse más ante su escrutinio.

—Que nadie sepa quién es —continuó Rand—. Nadie. Ésa es la razón de que no vaya vestido de negro. Esta noche llevo a otros dos a lord Semaradrid y al Gran Señor Weiramon. Los necesitarán cuando se enfrenten a Sammael en las colinas Doirlon. Al parecer, el asunto de Cairhien va a requerir mi atención durante un tiempo todavía, hasta que las cosas vuelvan a su cauce. —Quizá también sería necesario en Andor.

—¿Significa eso que por fin enviarás a las lanzas al sur? —quiso saber Bael—. ¿Darás la orden esta noche?

Rand asintió, y Bashere soltó una honda carcajada.

—Vaya, eso sí que merece un buen trago de vino. O lo merecería, si no estuviera tan caliente como para espesar la sangre de un hombre. —La risa dio paso a una mueca—. Así me abrase, pero cómo me gustaría encontrarme allí. En fin, supongo que conservar Caemlyn para el Dragón Renacido tampoco es moco de pavo.

—Siempre quieres estar donde se han desenvainado las espadas, esposo mío. —El tono de Deira sonaba muy afectuoso.

—Respecto al quinto —intervino Bael—, ¿permitirás que se tome el quinto en Illian una vez que Sammael haya caído?

Entre los Aiel estaba establecida la costumbre de coger una quinta parte de cuanto había en un lugar conquistado por la fuerza de las armas. Rand lo había prohibido allí, en Caemlyn; no entregaría a Elayne una ciudad saqueada aunque sólo fuera en parte.

—Tendrán el quinto, sí —aceptó Rand, pero no era en Sammael ni en Illian en lo que estaba pensando.

«Trae pronto a Elayne, Mat —exhortó para sus adentros, con la risita socarrona de Lews Therin como música de fondo—. Tráela enseguida, antes de que Andor y Cairhien me estallen en la cara».

8

Sólo una figura decorativa

Deberíamos quedarnos aquí sólo hasta mañana. —Egwene rebulló con cuidado en la silla plegable, que parecía tener tendencia a doblarse por sí misma en algunas ocasiones—. Lord Bryne ha informado que está muy mermada la provisión de víveres. En realidad andamos escasos de todo.

Dos trozos de vela pequeños ardían sobre la mesa de madera, delante de ella. La mesa también se plegaba, para facilitar su transporte, pero era más sólida que la silla. Además de las velas, la tienda que le servía de estudio estaba alumbrada por una linterna de aceite, colgada del poste central, casi en el extremo superior. La tenue luz amarilla titilaba, proyectando sombras cambiantes en las paredes de lona, remendada con parches, que distaban mucho de la grandiosidad del estudio de la Amyrlin en la Torre Blanca, bien que a Egwene no la incomodaba tal diferencia. A decir verdad, ella misma estaba muy lejos de ofrecer la imagen grandiosa normalmente asociada con la Sede Amyrlin. Sabía muy bien que la estola de siete colores que llevaba en los hombros era lo único por lo que un desconocido la identificaría como Amyrlin. Eso, si no creían que se trataba de una broma terriblemente absurda. En la historia de la Torre Blanca habían ocurrido cosas muy raras —Siuan le había contado algunos detalles secretos— pero indudablemente ninguna tan extraña como ella.

—Cuatro o cinco días sería mejor —comentó Sheriam, sin levantar la vista del montón de papeles que tenía en el regazo y que estaba examinando. Algo metida en carnes, con pómulos altos y rasgados ojos verdes, con su vestido de montar en color verde oscuro, la mujer se las arreglaba para ofrecer una apariencia elegante y autoritaria a pesar de estar sentada en una de las inestables banquetas que había al otro lado de la mesa. Si hubiera cambiado la estrecha estola azul de Guardiana de las Crónicas por la de la Amyrlin, cualquiera habría creído que la llevaba por derecho. Lo cierto es que a veces actuaba como si la estola de rayas descansara sobre sus hombros—. O puede que más. No nos vendría mal reabastecernos de nuevo.

Siuan, sentada en la otra banqueta, sacudió levemente la cabeza, pero Egwene no necesitaba su insinuación.

—Un día. —Tendría sólo dieciocho años y estaría lejos de la grandeza de una verdadera Amyrlin, pero no era estúpida. Había demasiadas hermanas que aprovechaban cualquier excusa para hacer un alto, como lo hacían también demasiadas Asentadas, y si se detenían demasiado tiempo tal vez resultara imposible hacerlas reemprender la marcha. Sheriam abrió la boca.

»Uno, hija —repitió firmemente Egwene. Pensara lo que pensara Sheriam, el hecho es que Sheriam Bayanar era la Guardiana de las Crónicas, y Egwene al’Vere, la Amyrlin. Ojalá hubiera un modo de hacérselo entender así. Y a la Antecámara de la Torre; ésas eran peores incluso. Egwene tenía ganas de gritar, dar de bofetadas a alguien o tirar cualquier cosa, pero después de casi mes y medio era como si tuviese la práctica de toda una vida para mantener el semblante y la voz inalterados incluso con provocaciones más grave que ésta—. Si nos quedamos más tiempo, dejaríamos esquilmados los alrededores. No quiero que la gente que vive por aquí se muera de hambre. Enfocándolo por el lado práctico, si les quitamos demasiado, incluso pagándoles por ello, nos plantearán cientos de problemas a cambio.

—Incursiones a vacadas y rebaños y robos en las carretas de suministro —murmuró Siuan. Con la vista clavada en la falda pantalón gris, parecía estar pensando en voz alta—. Hombres disparando a nuestros guardias por la noche, quizá prendiendo fuego a cualquier cosa que esté a su alcance. Mal asunto. La gente hambrienta actúa impulsada por la desesperación.

Eran exactamente las mismas razones que lord Bryne había expuesto a Egwene, casi palabra por palabra. La mujer pelirroja asestó a Siuan una dura mirada. Muchas hermanas se sentían incómodas en presencia de Siuan. Su rostro era, seguramente, el más conocido del campamento, lo bastante juvenil para encajar bien con un vestido de Aceptada o hasta de novicia. Ésa era una de las secuelas de ser neutralizada, aunque no eran muchas las que lo habían experimentado. Siuan no podía dar un paso sin que alguna hermana mirara fijamente a la otrora Sede Amyrlin, depuesta y neutralizada al cortarle el acceso al saidar, si bien después, mediante la Curación, le había sido devuelta al menos parte de esa habilidad, algo que todo el mundo tenía por imposible. Muchas la habían vuelto a recibir afectuosamente como una hermana, tanto por ella como por el milagro que abría una esperanza a aquello que todas las Aes Sedai temían más que a la muerte, pero un número igual, o tal vez más, mostraban una tolerancia poco entusiasta o un aire de superioridad o ambas cosas, y la culpaban de la situación en la que se encontraban en ese momento.