¿Rand «cortés»? Ella había presenciado su primer encuentro con Coiren Saeldain, la emisaria de Elaida. «Autoritario» resumía fielmente su comportamiento. ¿Por qué iba a dar un trato distinto a Merana? Y Merana creía que tenía miedo y que eso estaba bien. Rand rara vez se asustaba, ni siquiera cuando tendría que hacerlo, y si ahora lo estaba Merana debería recordar que el miedo puede volver peligroso al hombre más afable, recordar que Rand era peligroso simplemente por ser quien era. ¿Y qué era eso de que Alanna había entablado una relación con él? Egwene no se fiaba completamente de ella. De vez en cuando hacía cosas extremadamente raras, quizás empujada por su carácter impetuoso o tal vez por algún motivo más profundo. Egwene la creía perfectamente capaz de estar buscando el modo de meterse en la cama de Rand; sería arcilla en manos de una mujer como ella. Si era así, Elayne le rompería el cuello a Alanna, pero no era eso lo peor. Lo malo era que ninguna otra paloma de las que se había llevado Merana había aparecido en los palomares de Salidar.
Merana tendría que haber enviado alguna noticia, aunque sólo fuera que ella y el resto de la delegación habían viajado a Cairhien. Últimamente las Sabias le contaban poco más que Rand seguía vivo, pero parecía encontrarse allí, sentado mano sobre mano, por lo que ella había podido sacar en conclusión. Algo que debería haber despertado cierta alarma, pero Sheriam no lo veía así. Según ella, ¿quién sabía por qué un hombre hacía lo que hacía? Probablemente ni el propio hombre, en la mayoría de los casos, y cuando encima se trataba de uno que podía encauzar… El que no hubiese noticias sólo demostraba que todo iba bien; Merana habría informado si hubiese surgido alguna dificultad importante. Debía de estar de camino a Cairhien, si es que no había llegado ya allí, y no era necesario hacer más informes hasta que pudiera mandar noticia de que la empresa había tenido éxito. A decir verdad, el que Rand estuviera en Cairhien ya era un éxito en cierto modo. Una de las metas de Merana, aunque no la más importante, había sido sacarlo de Caemlyn para que Elayne pudiese regresar allí sin peligro y ocupar el Trono del León; y los peligros de Cairhien se habían disipado. Por increíble que pudiera parecer, las Sabias habían dicho que Coiren y su embajada habían abandonado la ciudad de vuelta a Tar Valon. O quizá no fuera tan increíble. Todo tenía cierto sentido, considerando cómo era Rand y considerando el modo en que las Aes Sedai hacían las cosas. Aun así, Egwene no podía evitar tener la impresión de que todo estaba… mal.
—Tengo que reunirme con él —murmuró. Una hora, y lo habría arreglado todo. En el fondo, seguía siendo Rand—. No hay más remedio. Tengo que reunirme con él.
—Eso es imposible, y lo sabéis.
Si Egwene no hubiese tenido un absoluto dominio de sí misma, habría dado un salto. Con todo, el corazón le siguió palpitando alocadamente aun después de identificar a Leane a la luz de la luna.
—Creí que eras… —dijo, antes de controlar la lengua, a punto de pronunciar el nombre de Moghedien.
La domani empezó a caminar a su lado, atenta a la aparición de cualquier otra Aes Sedai. Leane no tenía una excusa como Siuan para pasar un rato con ella. Que las viesen juntas una vez no tendría que causar problemas, pero…
«Que algo no tenga por qué pasar no siempre quiere decir que no pasará», se recordó para sus adentros. Se quitó la estola y la dobló para llevarla en una mano. A primera vista, desde lejos, Leane podría pasar por ser una Aceptada a pesar de su vestido; muchas Aceptadas no tenían suficientes vestidos blancos para llevar uno puesto siempre. Desde lejos, también Egwene podría pasar por una de ellas. Una idea poco tranquilizadora, dicho sea de paso.
—Theodrin y Faolain están haciendo preguntas cerca de la tienda de Marigan, madre. No parecían muy complacidas. Hice un buen papel mostrándome enfurruñada por tener que transmitir mensajes, aunque esté mal que lo diga yo. Theodrin tuvo que intervenir para que Faolain no me echara una reprimenda. —La risa de Leane era queda y entrecortada. Situaciones que a Siuan le hacían rechinar los dientes, por lo general a ella la divertían. La mayoría de las otras hermanas la halagaban por lo bien que había sabido amoldarse a su nueva situación.
—Bien, bien —respondió, ausente, Egwene—. Merana tiene que haber cometido algún error, Leane, o él no seguiría en Cairhien y ella no nos tendría sin noticias.
A lo lejos, un perro aullaba a la luna, y después se le unieron otros, hasta que los hicieron callar bruscamente unos gritos que, quizá por fortuna, Egwene no entendió bien. Algunos soldados llevaban perros consigo; no había ninguno en el campamento de las Aes Sedai. Varios gatos, sí, pero no perros.
—Merana sabe lo que hace, madre. —Leane y Siuan eran de la misma opinión que Sheriam. Todas lo eran, excepto ella—. Cuando se encarga una misión a alguien, ha de confiarse en esa persona.
—Leane, ese hombre puede hacer saltar chispas de un trapo mojado. —Egwene resopló y se cruzó de brazos—. Acaba con la paciencia de cualquiera. No conozco a Merana, pero no sé de ninguna Aes Sedai cuya flema la haga tan incombustible como un trapo mojado.
—Yo sé de una o dos —rió Leane. Soltó un suspiro audible—. Pero ninguna de ellas es Merana, cierto. ¿De verdad cree él que tiene amigas en la Torre? ¿Alviarin? Supongo que eso le pondría las cosas difíciles a Merana, pero no puedo imaginar que Alviarin haga nada que ponga en peligro su puesto. Siempre ha tenido más ambición que tres mujeres juntas.
—Rand dijo que recibió una carta de ella. —Todavía podía verlo regodeándose por que Elaida y Alviarin, las dos, le hubiesen escrito misivas, antes de que ella se marchara de Cairhien—. Tal vez sus ambiciones le hagan pensar que podría sustituir a Elaida si cuenta con el respaldo de él. Es decir, si realmente la escribió, si es que existe esa carta. Rand se cree muy listo, Leane, y puede que lo sea, pero está convencido de que no necesita a nadie.
Rand seguiría pensando que podía manejarlo todo él solo justo hasta que algo le estallara en la cara.
—Lo conozco muy bien, Leane —continuó—. Además, parece que estar cerca de las Sabias lo ha contagiado, o tal vez sea él quien las ha contagiado a ellas. Piensen lo que piensen las Asentadas, lo que penséis cualquiera de vosotras, un chal de Aes Sedai le impresiona tan poco como a las Sabias. Antes o después hará algo que exasperará a una hermana hasta el punto de empujarla a hacer algo al respecto, o una de ellas lo sacará de quicio a él sin comprender lo fuerte que es y el genio vivo que tiene ahora. Después de eso, no habría vuelta atrás. Soy la única que puede tratar con él sin que estalle un conflicto. La única.
—Imposible que sea tan… irritante como esas Aiel —masculló Leane. Ni siquiera ella veía el lado divertido de sus experiencias con las Sabias—. Pero eso da igual. «La Sede Amyrlin, al ser la representación de la propia Torre Blanca…»
Un par de mujeres aparecieron entre las tiendas, al frente, caminando despacio mientras hablaban. La distancia y las sombras hacían irreconocibles sus rostros, pero aun así era obvio que se trataba de Aes Sedai por su actitud, la seguridad de que nada oculto en la oscuridad podría hacerles daño. Ninguna Aceptada que estuviese a punto de recibir el chal podría traslucir tanta confianza en sí misma. Una reina con un ejército respaldándola tampoco. Se dirigían hacia ellas. Leane giró rápidamente entre dos carretas, donde las sombras eran más densas.
Fruncido el ceño por la frustración, Egwene estuvo a punto de sacarla de un tirón y seguir caminando. Que saliera todo a la luz de una vez. Se plantaría delante de la Antecámara y les diría que ya iba siendo hora de que se dieran cuenta de que la estola de la Amyrlin era algo más que un bonito chal. Les diría… Se metió entre las carretas detrás de Leane y le hizo señas para que la siguiera. Lo que no debía hacer en ningún momento era echarlo todo a rodar por un ataque de despecho.