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Areina, por otro lado, era una cazadora del Cuerno que caminaba con tanta arrogancia como un hombre y gustaba de sentarse en corrillos para charlas de aventuras, de las que no había vivido y de las que le gustaría vivir, cuando no estaba practicando con el arco. Casi con toda seguridad había escogido ese tipo de arma y el estilo de vestir en imitación a Birgitte. Ciertamente no demostraba sentir interés en otra cosa aparte del arco, y alguno que otro coqueteo, esto último con un estilo un tanto descarado, aunque no últimamente. Quizá pasar largas jornadas viajando por la calzada la dejaba demasiado cansada para eso, aunque no para la práctica con el arco. Egwene no entendía por qué seguía viajando con ellos; no parecía muy probable que Areina creyese que el Cuerno de Valere fuera a aparecer durante la marcha, y era de todo punto imposible que supiera que ese legendario objeto se encontraba oculto en la Torre Blanca. Muy pocas personas lo sabían. Egwene dudaba que ni siquiera Elaida lo supiera.

Areina le parecía una afectada necia, pero Egwene sentía cierta simpatía por Nicola. Comprendía el descontento de la mujer, su deseo de saber todo ya. A ella le había ocurrido lo mismo. Quizá le seguía pasando.

—Nicola —empezó afablemente—, todos tenemos límites. Yo nunca igualaré a Nynaeve Sedai, por ejemplo, haga lo que haga.

—Pero si al menos se me diera la oportunidad, madre. —Nicola unió las manos en un ademán de súplica, y también su voz dejaba entrever lo mismo, pero sus ojos seguían prendidos en los de Egwene sin vacilación—. La que vos tuvisteis.

—Lo que yo hice, porque no tenía otra opción, porque ignoraba los riesgos, se llama compeler, Nicola, y es peligroso. —No había oído el término con ese significado hasta que Siuan se disculpó por hacérselo a ella; en aquella ocasión Siuan sí que parecía realmente arrepentida—. Sabes que si intentas encauzar más saidar de lo que estás preparada para manejar te arriesgas a sufrir la consunción antes de haber desarrollado plenamente tu potencial. Más vale que aprendas a ser paciente. En cualquier caso, las hermanas no te permitirán ascender a más hasta que estés preparada.

—Vinimos a Salidar en el mismo barco fluvial que Nynaeve y Elayne —intervino de improviso Areina. Su mirada era más que directa; era desafiante—. Y con Birgitte. —Por alguna razón, pronunció ese nombre con amargura.

—No es necesario sacar eso a colación —la atajó Nicola al tiempo que gesticulaba para hacerla callar. Cosa curiosa, por su tono cualquiera habría pensado que no sentía lo que decía.

Confiando en mantener una expresión al menos tan impasible como la de Nicola, Egwene procuró disipar una repentina inquietud. «Marigan» había llegado a Salidar también en ese barco. Un búho ululó, y Egwene sufrió un escalofrío. Había gente que creía que oír ulular a un búho a la luz de la luna significaba que se recibirían malas noticias. No era supersticiosa, pero…

—Que no es necesario sacar a colación ¿qué? —inquirió.

Las otras dos mujeres intercambiaron miradas, y Areina asintió.

—Fue durante la marcha desde el río al pueblo. —A pesar de su supuesta renuencia a hablar de ello, Nicola clavó la mirada en los ojos de Egwene—. Areina y yo oímos hablar a Thom Merrilin y a Juilin Sandar. Él juglar y el rastreador, ¿recordáis? Juilin dijo que si había Aes Sedai en el pueblo, lo que por entonces no sabíamos con seguridad, y se enteraban de que Nynaeve y Elayne habían fingido ser Aes Sedai, entonces nos habríamos metido todos en un banco de cazones, lo que colijo no sería muy seguro.

—El juglar nos vio y lo hizo callar —intervino Areina mientras toqueteaba la aljaba colgada a la cintura—. Pero lo oímos. —Su voz era tan dura como su mirada.

—Sé que ambas son Aes Sedai ahora, madre; pero, aun así, ¿no tendrían problemas todavía si alguien lo descubriera? Me refiero a las hermanas. Cualquiera que se hubiese hecho pasar por Aes Sedai tendría problemas si lo descubren, incluso años después. —El semblante de Nicola no cambió, pero de repente su mirada pareció querer trabar la de Egwene. Se inclinó ligeramente hacia adelante—. Cualquiera. ¿No es así?

Envalentonada por el silencio de Egwene, Nicola sonrió. Una mueca desagradable en la noche.

—Me he enterado de que Nynaeve y Elayne salieron de la Torre con alguna misión encomendada por esa mujer, Sanche, cuando todavía era Amyrlin. También sé que a vos os mandó con otra misión al mismo tiempo. Y que tuvisteis un montón de problemas a vuestro regreso. —Un timbre de astuta insinuación impregnaba su voz—. ¿Las recordáis jugando a Aes Sedai?

Las dos la miraron intensamente, Areina apoyada en el arco con actitud insolente, y Nicola con tal expectación que casi saltaban chispas en el aire.

—Siuan Sanche es Aes Sedai —dijo fríamente Egwene—, como lo son Nynaeve al’Meara y Elayne Trakand, por lo que les mostraréis el respeto debido. Para vosotras, son Siuan Sedai, Nynaeve Sedai y Elayne Sedai.

La pareja parpadeó sorprendida. A pesar de su compostura impasible, Egwene sentía revuelto el estómago. De rabia. Después de todo por lo que había pasado esa noche ¿iba a tener que aguantar el chantaje de estas…? No se le ocurría un epíteto lo bastante malo. Elayne sí lo habría encontrado; la heredera del trono escuchaba a mozos de cuadra, conductores de carretas y gentes por el estilo, y memorizaba palabrotas que tendría que haber rehusado oír. Desdobló la estola de rayas y se la puso con deliberada lentitud.

—Creo que no lo entendéis, madre —se apresuró a decir Nicola. Pero sin atisbo de temor, sin embargo; simplemente tratando de dar fuerza a su argumentación—. Sólo me preocupaba que si alguien descubría que vos habíais…

Egwene no le dio oportunidad de seguir hablando.

—Oh, ya lo creo que lo entiendo, pequeña.

Esa necia mujer era una chiquilla por muchos años que tuviera. Había otras novicias mayores que daban problemas, generalmente insolentándose con Aceptadas que tenían la tarea de instruirlas, pero hasta la más estúpida tenía suficiente sentido común para no mostrarse impertinente con las hermanas. Que esa mujer tuviera la desfachatez de intentarlo con ella, la Amyrlin, avivó su ira hasta lo indecible. Las dos eran más altas que ella, aunque no por mucho, pero se puso en jarras y pareció crecerse al mismo tiempo que la pareja parecía menguar en la misma proporción.

—¿Tienes la menor idea de lo grave que es presentar cargos contra una hermana, sobre todo viniendo de una novicia? —espetó—. Cargos basados en una conversación que afirmas haber oído mantener entre unos hombres que están ahora a miles de kilómetros de distancia. Tiana te desollará viva y te pondrá a fregar ollas el resto de tu vida.

Nicola seguía tratando de decir algo —esta vez parecían disculpas, y más protestas que Egwene no entendía, un intento frenético de cambiarlo todo— pero Egwene hizo caso omiso de ella y se volvió hacia Areina. La cazadora del Cuerno retrocedió otro paso mientras se lamía los labios, sintiéndose al parecer muy insegura.

—Y tú no creas que escaparías sin un escarmiento. Hasta una cazadora del Cuerno puede ser enviada ante Tiana por un asunto así. Eso si eres lo bastante afortunada para que no te mande azotar atada a la rueda de un carro, como hacen con los soldados a los que sorprenden robando. En cualquier caso, después serías arrojada a la cuneta de la calzada, sin más compañía que los verdugones de tu cuerpo.