—No creo que quisieras vernos únicamente para contarnos que ahora eres una jefa entre los habitantes de las tierras húmedas —dijo Amys por encima del borde de su taza de té—. ¿Qué te preocupa, Egwene al’Vere?
—Lo que me preocupa siempre. —Sonrió para levantar el ánimo—. A veces creo que Rand va a conseguir que me salgan canas antes de tiempo.
—Sin los hombres, no habría mujeres con canas.
Normalmente, eso habría sido un chiste en boca de Melaine, y Bair habría hecho otro sobre el vasto conocimiento de los varones que Melaine había adquirido en unos pocos meses de matrimonio, pero no hubo chanzas esta vez. Las tres mujeres se limitaron a mirar a Egwene y a esperar.
Vaya, así que querían tener una conversación seria. Bien, pues Rand era un tema para hablar muy en serio. Ojalá las tres mujeres entendieran su punto de vista, aunque sólo fuera en parte. Haciendo rodar la taza entre los dedos, Egwene les contó todo. Al menos, lo relativo a Rand, y sus temores desde que había descubierto que no había noticias de Caemlyn.
—Ignoro qué habrá hecho él o qué habrá hecho ella. Todas insisten en la gran experiencia de Merana, pero lo cierto es que no tiene ninguna con alguien como él. Cuando se trata de Aes Sedai, es como si escondieseis esta taza en un prado: Rand se las ingeniaría para pisarla al cabo de tres pasos. Sé que yo sabría hacerlo mejor que Merana, pero…
—Podrías regresar —repitió la sugerencia Bair, a lo que Egwene sacudió la cabeza enérgicamente.
—Puedo hacer una labor más positiva aquí, en el puesto que ocupo. Pero existen normas incluso para la Sede Amyrlin. —Apretó un instante la boca. No le gustaba admitir tal cosa, sobre todo ante esas mujeres—. Ni siquiera puedo visitarlo sin antes tener permiso de la Antecámara. Ahora soy Aes Sedai, y he de respetar nuestras leyes. —Eso último lo dijo con más fiereza de lo que era su intención. Era una ley absurda, pero todavía no había descubierto un modo de soslayarla. Además, los semblantes de las tres mujeres se mostraban tan vacíos de expresión que sospechaba que se estaban riendo para sus adentros, sin dar crédito a sus oídos. Ni siquiera un jefe de clan tenía derecho a decir cuándo o dónde podía ir una Sabia.
Las tres intercambiaron largas miradas. Después, Amys soltó la taza antes de informar:
—Merana Ambrey y otras Aes Sedai siguieron al Car’a’carn a la ciudad de los Asesinos del Árbol. No tienes que temer que él dé un mal paso con ella o cualquiera de tus otras hermanas. Nos ocuparemos de que no haya dificultades entre él y cualquier Aes Sedai.
—Eso no parece muy propio de Rand —comentó, dudosa, Egwene. Así que Sheriam tenía razón respecto a Merana. Empero ¿por qué seguía sin enviar noticias?
Bair soltó una risita cascada.
—La mayoría de los padres tienen más problemas con sus hijos pequeños que los que tiene el Car’a’carn con las mujeres que vinieron con Merana Ambrey.
—Siempre y cuando el niño no sea él —dijo Egwene riendo, aliviada de que al menos alguien encontrara divertido algo. Considerando lo que esas mujeres sentían hacia las Aes Sedai, ahora tendrían que estar echando chispas si creyeran que alguna hermana había conseguido cierta influencia con Rand. Por otro lado, Merana debía haber logrado algo o, en caso contrario, ya habría emprendido el camino de regreso—. Pero Merana tendría que haber enviado un informe. No entiendo por qué no lo ha hecho. ¿Estáis seguras de que no…? —No se le ocurría cómo terminar la pregunta. Era imposible que Rand pudiera impedirle enviar una paloma.
—Tal vez envió un hombre a caballo. —Amys torció el gesto un poco; como a todos los Aiel, cabalgar le parecía denigrante. Las propias piernas deberían bastarle a una persona—. No se trajo de esos pájaros que utilizan los habitantes de las tierras húmedas.
—Eso ha sido una estupidez por su parte —murmuró Egwene. Y la palabra «estupidez» se quedaba corta. Los sueños de Merana estarían escudados, así que no tenía sentido intentar hablar con ella así. Aunque supiera identificarlos. ¡Luz, pero qué frustrante resultaba! Se inclinó hacia adelante, con viva atención—. Amys, prométeme que no intentarás impedirle hablar con ella ni enfurecerla tanto para impulsarla a hacer una tontería. —Eran muy capaces de hacerlo, vaya que sí. Con su modo de actuar, habían conseguido que la calma Aes Sedai se practicara hasta alcanzar casi la categoría de un Talento—. Se supone que Merana sólo tiene que convencerlo de que no queremos causarle ningún mal. No me cabe la menor duda de que Elaida tiene guardada una desagradable sorpresa detrás de la falda, pero no es nuestro caso. —Ella se ocuparía de que fuera así, aunque algunas tuviesen otras ideas. Lo conseguiría, de un modo u otro—. ¿Me lo prometes?
De nuevo intercambiaron miradas indescifrables para Egwene. Sabía que no les gustaba la idea de dejar que una hermana se acercara a Rand, al menos sin poner impedimentos. A buen seguro una de ellas se las ingeniaba para estar presente cuando Rand se reuniera con Merana, pero eso no la preocupaba siempre y cuando no pusieran demasiados obstáculos.
—Lo prometo, Egwene al’Vere —aceptó finalmente Amys, en un tono tan duro y frío como piedra.
Probablemente la había ofendido que Egwene pidiera su promesa, pero la joven se sentía ahora como si le hubiesen quitado un peso de encima. Dos pesos. Rand y Merana no andaban a la greña, y Merana tendría ocasión de realizar aquello por lo que la habían enviado allí.
—Sabía que me dirías la pura verdad, Amys. No sabes cuánto me alegra oír eso. Si algo fuera mal entre Rand y Merana… Gracias.
Parpadeó, sobresaltada. Durante un fugaz instante, Amys apareció vestida con cadin’sor. También hizo un leve gesto con la mano. El lenguaje de señas de las Doncellas, tal vez. Ni Bair ni Melaine, que bebían su té, dieron señal de haberlo advertido. Amys debía de estar deseando encontrarse en cualquier otra parte, lejos del enredo que Rand había hecho con la vida de todo el mundo. Para una Sabia caminante de sueños sería embarazoso, vergonzoso, perder el control de sí misma en el Tel’aran’rhiod aunque sólo fuera por un momento. Para los Aiel, la vergüenza hacía más daño que el dolor físico, pero para que fuera una vergüenza tenía que verse. Si nadie lo advertía, o quienes lo notaban rehusaban darse por enterados, entonces era como si no hubiese ocurrido. Una gente rara, pero Egwene no deseaba avergonzar a Amys. Compuso el gesto y continuó como si no hubiese sucedido nada.
—Tengo que pediros un favor. Un gran favor. No le contéis a Rand, ni a nadie, lo mío. Me refiero a esto, —Levantó una punta de la estola. Los semblantes de las tres Sabias hacían que la tan cacareada calma Aes Sedai pareciera un juego de niños en comparación. En realidad semejaban tallas de piedra—. No quiero decir que mintáis —se apresuró a añadir. Conforme al ji’e’toh, pedirle a alguien que mintiera no era mucho mejor que mentir uno mismo—. Sólo que no lo mencionéis. Ya ha enviado a alguien a «rescatarme». —«Y anda que no se pondrá furioso cuando se entere de que me he librado de Mat enviándolo con Nynaeve y Elayne a Ebou Dar», pensó. Pero no le había quedado otro remedio que hacerlo—. No necesito que me rescate, y tampoco quiero que lo haga, pero Rand cree que sabe más que nadie. Me temo que podría venir en mi busca él mismo. —¿Qué la asustaba más? ¿Que apareciera solo, bramando furioso, en un campamento de trescientas Aes Sedai, o que acudiera con algunos de sus Asha’man? Un desastre, en cualquiera de los dos casos.
—Eso sería… lamentable —murmuró Melaine, comedida, aunque no era de las que se mordían la lengua a la hora de utilizar calificativos.
—El Car’a’carn es testarudo —rezongó Bair—. Tanto como cualquier hombre que conozco. Y como unas cuantas mujeres, dicho sea de paso.