Si se libraba de Meri, Romanda buscaría otra espía. Y Meri volvería a pasar hambre por los caminos, de pueblo en pueblo. Al ajustarse el vestido —en realidad se había marchado antes de que la mujer terminara de colocárselo bien— los dedos de Egwene toparon con una pequeña bolsita de lino, con los cordones sujetos en la parte posterior del cinturón. No tuvo que soltarla y llevársela a la nariz para oler los pétalos de rosa y una mezcla de hierbas con aroma fresco. Soltó un suspiro. Con una cara que nada tenía que envidiar a la de un verdugo, espiando para Romanda sin lugar a dudas, y todavía esa mujer trataba de realizar su trabajo lo mejor posible. ¿Por qué las cosas nunca eran sencillas?
Al acercarse a la tienda que utilizaba como despacho —muchos la llamaban el estudio de la Amyrlin, como si estuviera en los aposentos de la Torre— una sombría satisfacción reemplazó su preocupación por Meri. Cada vez que paraban durante un día en un sitio, Sheriam ya se instalaba allí antes que ella, con un enorme montón de hojas de peticiones: una lavandera que imploraba clemencia por el cargo de robo que le habían imputado cuando la habían sorprendido con joyas cosidas por dentro del vestido; o un herrero que pedía referencias para su trabajo, las cuales no podría utilizar a menos que tuviera intención de marcharse, y puede que ni siquiera entonces; una mujer guarnicionera que rogaba a la Amyrlin que orara por ella para dar a luz una hija; uno de los soldados de lord Bryne que solicitaba la bendición personal de la Amyrlin para su boda con una costurera. Y siempre había un montón de solicitudes de las novicias más antiguas, apelando contra visitas a Tiana e incluso trabajos extra. Cualquiera tenía derecho a presentar peticiones a la Amyrlin, pero los que se hallaban al servicio de la Torre rara vez lo hacían, y las novicias nunca. Egwene sospechaba que Sheriam forzaba la situación para que hubiera peticionarios, algo con lo que tener ocupadas las zarpas del gato y así evitar que le enredara el ovillo mientras ella, la Guardiana, se ocupaba de lo que consideraba realmente importante. Esa mañana Egwene se sentía muy capaz de hacer que Sheriam se comiera esas peticiones para desayunar.
Cuando entró en la tienda, sin embargo, la Guardiana no se encontraba allí. Lo que quizá no debía sorprenderla, habida cuenta de lo ocurrido la noche anterior. No obstante, la tienda no estaba vacía.
—Que la Luz os ilumine esta mañana, madre —saludó Theodrin al tiempo que hacía una profunda reverencia, de modo que los flecos marrones de su chal se mecieron. Poseía toda la gracia legendaria de las domani, bien que el alto cuello de su vestido resultaba muy modesto. Las domani no eran famosas por su modestia, precisamente—. Hicimos lo que ordenasteis, madre, pero nadie vio acercase a ninguna persona a la tienda de Marigan anoche.
—Algunos de los hombres recordaron ver a Halima —añadió Faolain con acritud y haciendo una reverencia mucho más superficial—, pero aparte de eso ni siquiera recuerdan si se acostaron o no. —A muchas mujeres no les gustaba la secretaria de Delana, pero lo que ensombreció aún más el ya de por sí severo semblante de Faolain fue su siguiente comentario—. Nos encontramos con Tiana mientras deambulábamos por el campamento. Nos ordenó regresar a la cama y a toda prisa.
En un ademán inconsciente, se acarició el chal de flecos azules. Según Siuan, las nuevas Aes Sedai llevaban puesto el chal más a menudo de lo necesario. Egwene les dedicó una sonrisa que confiaba pareciera cordial y ocupó su sitio detrás de la pequeña mesa con mucho cuidado; aun así, la silla se ladeó un momento, hasta que Egwene se agachó y colocó bien la pata. El borde de un pergamino doblado asomaba por debajo de un tintero de piedra. Habría lanzado las manos por él, pero se obligó a mantenerlas quietas. Ya eran demasiadas las hermanas que consideraban innecesaria la cortesía, pero Egwene no sería una de ellas. Además, esas dos tenían derecho a un trato correcto por su parte.
—Lamento vuestras dificultades, hijas. —Ascendidas a Aes Sedai por un decreto de Egwene cuando ésta había sido nombrada Amyrlin, se enfrentaban al mismo problema que ella, pero sin contar con el escudo de la estola de la Amyrlin, si bien tal escudo había resultado de muy poca ayuda. La mayoría de las hermanas se comportaban como si todavía fueran Aceptadas. Lo que sucedía dentro de cada Ajah rara vez salía a la luz, pero se rumoreaba que realmente habían tenido que suplicar su admisión y que había nombrado guardianas para que supervisaran su comportamiento. Algo inaudito, nunca visto, que no obstante todas dieron por sentado. No les había hecho un favor con el nombramiento, pero ésa también había sido una medida necesaria—. Hablaré con Tiana. —Puede que sirviera de algo. Durante un día o una hora.
—Gracias, madre —dijo Theodrin—, pero no es necesario que os molestéis. —Aun así, también ella toqueteó su chal—. Tiana quería saber por qué estábamos levantadas tan tarde —añadió al cabo de un momento—, pero no se lo dijimos.
—No hacía falta que lo guardarais en secreto, hija. —Sin embargo, qué lastima que no hubiesen conseguido encontrar un testigo. El rescatador de Moghedien seguiría siendo una sombra entrevista. Lo que siempre despertaba más miedo. Miró de refilón el pequeño pico de papel, muerta de ganas de leerlo. A lo mejor Siuan había descubierto algo—. Gracias a las dos.
Theodrin comprendió que era una frase con la que las estaba despidiendo e hizo intención de marcharse, pero se detuvo al advertir que Faolain no se movía de su sitio.
—Ojalá hubiese sostenido ya la Vara Juratoria —le dijo Faolain a Egwene en tono frustrado—, para que así supieseis que lo que voy a deciros es verdad.
—No es momento de molestar a la Amyrlin —empezó Theodrin, que entrelazó las manos y observó a Egwene. La paciencia se mezclaba con algo más en su semblante. Obviamente la más fuerte de las dos con el Poder, siempre tomaba el mando, pero esta vez se mostraba dispuesta a quedarse en segundo término. Egwene se preguntó con qué propósito.
—No es la Vara Juratoria la que hace Aes Sedai a una mujer, hija. —Pensaran lo que pensaran otras, añadió Egwene para sus adentros—. Dime la verdad y te creeré.
—No me gustáis. —La mata de pelo oscuro y rizoso de Faolain se meció cuando la mujer sacudió la cabeza para dar énfasis a sus palabras—. Debéis saberlo. Probablemente penséis que os traté con mezquindad cuando erais novicia, cuando regresasteis a la Torre Blanca después de haber huido, pero sigo creyendo que no recibisteis ni la mitad del castigo que os merecíais. Tal vez que admita eso ayude a que creáis que hablo con sinceridad. No se trata de que no tengamos otra opción. Romanda nos ofreció tomarnos bajo su protección, y lo mismo hizo Lelaine. Aseguraron que se ocuparían de que fuéramos sometidas a la prueba y ascendidas como era debido tan pronto como regresemos a la Torre. —Su gesto se tornó más torvo, y Theodrin puso los ojos en blanco y tomó la palabra.
—Madre, lo que Faolain intenta decir con todos esos balbuceos y sin ir al grano es que no nos hemos adherido a vos porque no tengamos más remedio. Y tampoco lo hicimos por agradecimiento a que nos entregaseis el chal. —Frunció los labios como si pensara que ascenderlas a Aes Sedai del modo que Egwene había hecho no era realmente un regalo que inspirara demasiada gratitud.
—Entonces ¿por qué? —inquirió Egwene mientras se echaba hacia atrás. La silla se tambaleó ligeramente, pero aguantó.
Faolain intervino antes de que Theodrin tuviese tiempo de abrir la boca.
—Porque sois la Sede Amyrlin. —Todavía parecía enfadada—. Nos damos cuenta de lo que pasa. Algunas de las hermanas piensan que sois un títere de Sheriam, pero la mayoría cree que son Romanda y Lelaine quienes os dicen dónde y cuándo dar un paso. Eso no está bien. —Su semblante se tornó ceñudo—. Me marché de la Torre porque lo que hizo Elaida no era lo correcto. Os ascendieron a Amyrlin. Así pues, soy vuestra. Si queréis aceptarme. Si podéis confiar en mí sin la Vara Juratoria. Tenéis que creerme.