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Con una mueca, Egwene encauzó una mínima chispa de Fuego hacia una esquina del pergamino y sostuvo el papel hasta que se quemó muy cerca de sus dedos. No quedaba nada que pudiese descubrir alguien que rebuscara entre sus cosas para informar allí donde levantaría sospechas.

Casi había acabado de desayunar y seguía sola; eso no era habitual. Tal vez Sheriam estuviese intentando esquivarla, pero Siuan tendría que estar ya allí. Se metió en la boca el último trozo de panecillo y lo pasó con el sorbo que le quedaba de té, tras lo cual se levantó para ir a buscarla, en el preciso momento en que Siuan entraba en la tienda. De haber tenido cola, la mujer la habría estado sacudiendo a uno y otro lado.

—¿Dónde has estado? —demandó Egwene al tiempo que creaba una salvaguarda contra oídos indiscretos.

—Aeldene me hizo salir de la cama antes de amanecer —gruñó Siuan, que se dejó caer en una de las banquetas—. Aún cree que podrá sacarme la lista de los informadores de la Amyrlin. ¡Nadie la tendrá! ¡Nadie!

Cuando Siuan había llegado a Salidar, todavía como una mujer neutralizada en plena huida, una Amyrlin depuesta que el mundo daba por muerta, las hermanas podrían no haberle permitido quedarse a no ser porque conocía no sólo la red de informadores de la Sede Amyrlin, sino también la del Ajah Azul, que había tenido a su cargo antes de ser ascendida a la estola. Aquello le había dado cierta influencia, al igual que a Leane su red de informadores dentro de la propia Tar Valon. La llegada de Aeldene Puente de Piedra, que había ocupado su puesto en el Ajah Azul, había cambiado la situación de Siuan. Aeldene había organizado un escándalo porque los informes de un puñado de agentes del Azul con los que Siuan había logrado ponerse en contacto llegaran a las manos de mujeres que no pertenecían al Ajah. Que su propia posición se hubiese descubierto —se suponía que sólo dos o tres hermanas estaban enteradas, incluso entre las Azules— enfureció a Aeldene hasta lo indecible. No sólo le arrebató el control de la red de las Azules, no sólo reconvino a Siuan en un tono tan alto que debió de oírse a un kilómetro, sino que faltó poco para que le echara las manos al cuello. Aeldene era natural de un pueblo minero andoreño, en las Montañas de la Niebla, y se comentaba que su nariz torcida se debía a haber luchado a puñetazos cuando era pequeña. La reacción de Aeldene había dado ideas a otras.

Egwene regresó a su silla inestable y apartó a un lado la bandeja del desayuno.

—Aeldene no te lo quitará, Siuan, ni ninguna otra persona. —Cuando Aeldene reclamó la red de informadores de las Azules, otras empezaron a pensar que el Azul no tenía por qué disponer también de la red de la Amyrlin. Nadie sugirió que debería estar en manos de Egwene. Era la Antecámara quien debía tener control sobre esa red. Era lo que afirmaban Romanda y Lelaine. Ambas intentaban ser la que estuviese a cargo, desde luego, la que recibiera en primer lugar esos informes, porque ser la primera en saber algo tenía ventajas. Aeldene opinaba que esos informadores debían sumarse a la red de las Azules puesto que Siuan era una Azul. Al menos Sheriam se conformaba simplemente con que le entregaran todos los mensajes que Siuan recibía. Lo que ocurría por regla general—. No pueden obligarte a entregarlo.

Egwene volvió a llenar la taza de té, y la dejó, así como el tarro azul de miel, en la esquina de la mesa más próxima a Siuan, pero ésta se limitó a mirarlos fijamente. Su rabia se había esfumado; estaba hundida en la banqueta.

—Una nunca piensa realmente en su fuerza —dijo, como si hablara consigo misma—. Es consciente de ello si supera a otra, pero no lo piensa. Sólo sabe que la otra la respeta o que una la respeta a ella cuando es al contrario. Antes no había nadie más fuerte que yo. Nadie, desde… —Bajó la vista a sus manos, que se movían con nerviosismo sobre el regazo—. A veces, cuando Romanda me está machacando, o Lelaine, la conciencia de mi debilidad me asalta como un vendaval. Ahora me superan de tal modo que debería contener la lengua hasta que me diesen permiso para hablar. Hasta Aeldene lo es, y ella está en un nivel intermedio. —Se obligó a levantar la cabeza; tenía la boca tirante y su tono era amargo—. Supongo que estoy ajustándome a la realidad. Eso es algo que también está arraigado en nosotras, lo llevamos muy dentro antes incluso de pasar la prueba para acceder al chal. Pero no me gusta. ¡No me gusta!

Egwene cogió la pluma que estaba junto al tintero y el recipiente de arena; jugueteó con ella mientras elegía cuidadosamente las palabras.

—Siuan, sabes lo que opino sobre lo que es necesario que se cambie. Hay muchas cosas que hacemos simplemente porque las Aes Sedai las han hecho siempre así. Pero se están produciendo cambios, por mucho que algunas crean que todo volverá a ser como antes. Dudo que haya habido alguien ascendida a Amyrlin sin antes ser Aes Sedai. —Tal afirmación habría suscitado un comentario sobre los informes secretos de la Torre Blanca; Siuan repetía a menudo que no había una sola cosa que no hubiese pasado al menos una vez en la historia de la Torre, aunque al parecer eso sí era la primera vez que ocurría. La otra mujer siguió callada, hundida en la silla como un saco vacío, desalentada—. Siuan, el método de las Aes Sedai no es el único, y no siempre ha sido el ideal. Tengo intención de que hagamos las cosas del mejor modo posible, y quienquiera que no aprenda a cambiar o no quiera hacerlo, más le vale que aprenda a aguantarse. —Se inclinó sobre la mesa, procurando que su expresión fuera animosa—. No he conseguido descubrir qué método siguen las Sabias para establecer la prioridad, pero no es la fuerza en el Poder la que lo determina. Hay mujeres que encauzan y muestran deferencia hacia otra que no puede. Una de ellas, Sorilea, jamás habría llegado al grado de Aceptada, y sin embargo hasta la más fuerte en el Poder la obedece sin rechistar.

—Espontáneas —respondió en tono displicente Siuan, pero faltaba convicción en su voz.

—Bien, fijémonos pues en las Aes Sedai. A mí no me nombraron Amyrlin porque sea la más fuerte. Se elige a las mujeres más inteligentes para la Antecámara o para ser embajadoras o consejeras, o, al menos, a las más capacitadas, las más hábiles, no a las que tienen más fuerza. —Mejor no mencionar en qué eran diestras, aunque ciertamente Siuan también poseía esas habilidades en particular.

—¿La Antecámara? Podrían mandarme llevarles té. Podrían mandarme barrer cuando hubiesen acabado la reunión.

Egwene se recostó en la silla y soltó la pluma. Habría querido sacudirla. Siuan había seguido adelante cuando no podía encauzar ni poco ni mucho, ¿y ahora le entraba la flojera? Estaba a punto de contarle lo de Theodrin y Faolain —eso le levantaría un poco el ánimo y merecería su aprobación— cuando vio a una mujer de tez olivácea, con un amplio sombrero gris que le protegía la cara del sol, pasar a caballo por delante de las solapas abiertas de la tienda, aparentemente absorta en sus pensamientos.

—Siuan, es Myrelle. —Deshizo la salvaguarda y corrió al exterior—. Myrelle —llamó.

Siuan necesitaba una victoria para quitarse el mal sabor de boca por ser tratada sin miramientos, y esto podía servir. Myrelle era una de las hermanas del pequeño grupo de Sheriam, y al parecer, si eran ciertas las sospechas de Siuan, guardaba un secreto muy personal.

La mujer frenó a la alazana y miró en derredor; dio un respingo al ver a Egwene. A juzgar por su reacción, la hermana Verde no se había dado cuenta de la zona del campamento por la que estaba pasando. Un fino guardapolvo colgaba a su espalda, sobre el vestido de montar de color gris claro.