Una mueca burlona curvó los labios de Myrelle.
—Los temores de estos estúpidos tearianos son ciertamente útiles, pero no imaginaba que vos también fueseis un necio. Talmanes nos sigue porque teme que podamos volvernos contra su preciado lord Dragón; pero, si realmente tuviese intención de atacar, ¿no creéis que ya lo habría hecho a estas alturas? Ya habrá tiempo de ocuparse de esos Juramentados del Dragón una vez que se hayan resuelto asuntos más importantes. Pero ¡comunicarse con él…! —La mujer se sacudió y logró recobrar la serenidad. Al menos, a primera vista. Su tono, por el contrario, habría podido chamuscar madera—. Escuchadme bien, lord Bryne…
Egwene dejó de prestar atención a las palabras de Myrelle. Bryne la había mirado cuando mencionó a Mat. Las hermanas creían conocer la situación con la Compañía y con Mat, y no pensaban demasiado en ello, pero, por lo visto, Bryne sí. Ladeando la cabeza de manera que el ala del sombrero le ocultara parcialmente la cara, Egwene lo observó por el rabillo del ojo. Estaba comprometido bajo juramento a reunir el ejército y conducirlo hasta que Elaida hubiese sido depuesta, pero ¿por qué había prestado tal juramento? Indudablemente podría haber encontrado una fórmula menos comprometedora, y naturalmente las hermanas lo habrían aceptado, ya que sólo pensaban utilizar a esos soldados como una careta del Día de Máscaras, para asustar a Elaida. Tenerlo de su parte era reconfortante; incluso las otras Aes Sedai parecían pensar lo mismo. Como ocurría con su padre, era la clase de hombre que le hacía creer a uno que no había motivo para asustarse fuera cual fuera la situación. De repente comprendió que tenerlo contra ella sería tan malo como tener en contra a la Antecámara, con ejército o sin él. El único comentario positivo que Siuan había hecho de él era que era formidable, aunque inmediatamente había intentado cambiar el sentido de la frase dándole otro significado. Cualquier hombre del que Siuan opinara que era formidable, era alguien a quien se debía tener muy en cuenta.
Cruzaron un arroyuelo, casi un hilillo de agua que apenas mojó los cascos de los caballos. Una corneja que se alimentaba de un pez que se había quedado varado en aguas demasiado someras para nadar sacudió las despeinadas alas, a punto de echarse a volar, y luego continuó con su festín.
También Siuan observaba a Bryne; la yegua avanzaba con mucha más facilidad cuando la mujer se olvidaba de tirar de las riendas o de clavar los talones justo en el momento más inoportuno. Egwene le había preguntado sobre los motivos de lord Bryne, pero la enredada relación de Siuan con el hombre hacía que se encrespara las más de las veces cuando se hablaba de él. Una de dos, o lo odiaba a muerte o estaba enamorada de él. Imaginar a Siuan enamorada era como imaginar a una corneja nadando.
En la alargada loma donde se había avistado a los soldados de la Compañía, ahora sólo se veían hileras retorcidas de coníferas muertas. Egwene no los había visto marcharse. ¿Que Mat tenía una gran reputación como soldado? Eso era tan inaudito como lo de la corneja nadando. Egwene había creído que dirigía la Banda sólo por causa de Rand, y eso ya le había costado bastante digerirlo. «Dar por hecho algo porque uno cree que lo sabe es peligroso», recitó para sus adentros mientras miraba a Bryne.
—… seréis azotado! —La voz de Myrelle seguía siendo colérica—. ¡Os lo advierto, si me entero de que habéis vuelto a reuniros con ese Juramentado del Dragón…!
Lluvia resbalando sobre el peñasco, en lo que a Bryne concernía; o eso parecía. El hombre cabalgaba tranquilamente, murmurando de vez en cuando «Sí, Myrelle Sedai» o «No, Myrelle Sedai» sin dar la menor señal de inquietud y sin dejar de escudriñar atentamente los alrededores. Seguro que él sí había visto marcharse a los soldados. Por mucha paciencia que tuviera ese hombre —Egwene estaba convencida de que el miedo no influía en tal comportamiento—, ella no tenía humor para aguantar aquello.
—¡Cállate, Myrelle! Nadie va a hacer nada a lord Bryne. —Se frotó las sienes y pensó en pedir a una de las hermanas que utilizara la Curación cuando regresaran al campamento. Ni Siuan ni Myrelle tenían mucha habilidad con ese Talento. En realidad, la Curación no serviría de mucho si la jaqueca se debía a falta de sueño o a preocupaciones. Y tampoco quería que se propagaran rumores de que la tensión se había vuelto demasiado grande para que ella la aguantara. Además, había otros métodos para ocuparse de los dolores de cabeza aparte de la Curación, aunque no en ese momento.
Myrelle apretó los labios, sólo un instante. Sacudió la cabeza y miró hacia otro lado; el rubor le teñía las mejillas, y Bryne de repente pareció absorto examinando un halcón rojo que volaba en círculos a su izquierda. Hasta un hombre valeroso sabía cuándo ser discreto. El halcón plegó las alas y se lanzó en picado sobre una presa invisible, detrás de un soto de agostados melojos. Así era como se sentía Egwene: zambulléndose sobre presas que no veía, confiando en haber escogido la correcta, esperando que hubiera realmente una presa. Hizo una inhalación, deseando que no hubiese sido tan profunda.
—De todos modos, lord Bryne, creo que es mejor que no volváis a reuniros con Talmanes. Sin duda, a estas alturas ya debéis saber de sobra sus intenciones. —Quisiera la Luz que Talmanes no hubiese dicho ya más de lo que debía. Lástima no poder enviar a Siuan o a Leane para advertirle, si aceptaba la sugerencia; pero, habida cuenta de las ideas de las hermanas, sería tan arriesgado como ver a Rand.
—Como ordenéis, madre —contestó Bryne, inclinando la cabeza con respeto. Tampoco había sorna en su tono; nunca la había. Obviamente había aprendido a controlar la voz habiendo cerca Aes Sedai. Siuan guardó silencio, mirándolo con el entrecejo fruncido. Quizás ella podría sonsacarle de qué lado estaba su lealtad. A pesar de toda su animosidad, pasaba mucho tiempo en su compañía, mucho más de lo que era estrictamente necesario. Con un esfuerzo, Egwene mantuvo las manos en las riendas de Daishar, lejos de sus sienes.
—¿Falta mucho, lord Bryne? —Evitar la impaciencia en su voz resultó aún más difícil.
—Un poco más, madre. —Por alguna razón, volvió ligeramente la cabeza hacia Myrelle—. Ya no está lejos.
Las granjas aparecieron con más frecuencia, tanto en las laderas de las colinas como en terreno llano, aunque la campesina que había dentro de Egwene opinaba que no tenía sentido tanto esfuerzo; había casas bajas de piedra y graneros, pastizales sin cercas en los que se veían vacas escuálidas y ovejas de cola negra de aspecto lamentable. No todas las granjas habían sido incendiadas, sólo alguna que otra. Al parecer, los incendios tenían el propósito de hacer saber a los demás lo que les ocurriría si no se declaraban partidarios del Dragón Renacido.
En una de las granjas, Egwene vio a algunos de los encargados de buscar víveres del ejército de lord Bryne, con una carreta. Que eran hombres a sus órdenes resultaba obvio tanto por el modo en que el general los observó y asintió después, como por la ausencia del estandarte blanco. La Compañía siempre se hacía notar; aparte de las banderas, últimamente algunos habían adoptado la costumbre de llevar un pañuelo rojo atado en el brazo. Media docena de cabezas de ganado y dos docenas de ovejas mugían y balaban bajo la atenta vigilancia de hombres a caballo, en tanto que otros acarreaban sacos desde el granero hasta la carreta, pasando ante un granjero de hombros encorvados y su familia, un grupo huraño vestido con toscas ropas de lana oscura. Una de las niñas, que lucía un gorro como las otras, tenía pegada la cara contra la falda de su madre y parecía estar llorando. Algunos de los chicos tenían prietos los puños, como si quisieran luchar. Se pagaría al granjero, pero quizá no podía desprenderse de lo que se estaban llevando; no obstante, si en algún momento se les había pasado por la cabeza la loca idea de resistirse a una veintena de hombres equipados con petos y yelmos, aquellas granjas incendiadas harían que lo pensaran mejor. Muy a menudo los hombres de Bryne encontraban cadáveres carbonizados entre las ruinas, hombres, mujeres y niños que habían muerto intentando salir de las casas ardiendo. En ocasiones, las puertas y las ventanas habían sido atrancadas por fuera.