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—Yo sólo me involucré por su estado mental —se apresuró a explicar Nisao—. Estoy interesada en las enfermedades mentales, y ésta podía considerarse una de ellas. Myrelle me arrastró prácticamente a hacerlo.

Myrelle asestó una dura mirada a la Amarilla que le fue devuelta con creces.

—Madre, cuando la Aes Sedai de un Guardián muere, es como si éste absorbiera su pérdida y se consumiera por dentro. Él…

—Sé eso, Myrelle —la interrumpió bruscamente Egwene. Siuan y Leane se lo habían explicado con bastantes detalles, si bien las dos ignoraban que lo había preguntado porque quería saber qué podía esperar con Gawyn. Una alianza dura, había dicho Myrelle, y quizá lo era. Cuando el Guardián de una hermana moría, el dolor y la pena se apoderaban de ella; podía controlarlo hasta cierto punto; a veces, mantenerlo a raya, pero antes o después se abría paso a dentelladas en su alma. Por bien que Siuan lo disimulara cuando había otras personas presentes, todavía lloraba muchas noches por Alric, al que habían matado el día en que la habían depuesto. Con todo, ¿qué eran unos meses de lágrimas comparados con la muerte? Había innumerables historias sobre Guardianes que morían por vengar a sus Aes Sedai; de hecho, era lo que ocurría con mayor frecuencia en esos casos. Un hombre que deseaba morir, un hombre que buscaba ese fin, corría riesgos a los que no sobreviviría ni siquiera un Gaidin. Quizá lo más terrible de todo, desde el punto de vista de Egwene, era que lo sabían. Sabían cuál sería su suerte si sus Aes Sedai morían, sabían a lo que los empujaría el instinto cuando ocurriese tal cosa, sabían que nada de lo que hicieran podía cambiar eso. Qué increíble valor hacía falta para aceptar tal vínculo, sabiéndolo.

Se retiró unos pasos para ver claramente a Lan. El hombre seguía inmóvil, tanto que ni siquiera parecía respirar. Al parecer olvidada ya del ponche, Nicola se había sentado de piernas cruzadas en el suelo para mirarlo. Areina estaba en cuclillas al lado de Nicola, con la coleta echada sobre el hombro, observándolo incluso con más intensidad. Mucha más, de hecho, ya que Nicola lanzaba de vez en cuando ojeadas a Egwene y a las otras. Los demás Guardianes habían formado un pequeño grupo, fingiendo que también miraban a Lan aunque sin perder de vista a sus Aes Sedai.

Un soplo de brisa muy caliente agitó las hojas muertas que alfombraban el suelo y, con una pasmosa rapidez, Lan empezó a moverse pasando de postura a postura, mientras la espada giraba velozmente en sus manos. Más y más deprisa, hasta que dio la impresión de saltar de una postura a otra, si bien con la misma precisión de los movimientos de un reloj. Egwene esperó a que se parara o, al menos, que aflojara la velocidad, pero no ocurrió tal cosa. Más rápido. Areina se quedó boquiabierta por la impresión, maravillada; en realidad, también Nicola estaba boquiabierta. Se inclinaron hacia adelante, como niñas pendientes de un dulce que está enfriándose sobre la mesa de la cocina. Incluso los otros Guardianes dividían ahora realmente su atención entre sus Aes Sedai y él, pero, a diferencia de las dos mujeres, lo hacían como quien observa a un león que puede atacar en cualquier momento.

—Veo que lo estás haciendo trabajar de firme —dijo Egwene. Eso era parte del método para salvar a un Guardián. Pocas hermanas se sentían inclinadas a intentarlo, habida cuenta del alto porcentaje de fracasos, así como el coste para sí mismas. Evitar que corriera riesgos era otra parte. Y vincularlo de nuevo; ése era el primer paso. Sin duda Myrelle se había encargado de ese pequeño detalle. Pobre Nynaeve. Cuando se enterara, seguramente querría estrangular a Myrelle. Claro que quizá también aceptaría cualquier cosa que mantuviese con vida a Lan. Quizá. En cuanto a Lan, se merecía lo que le pasara por permitir ser vinculado a otra mujer cuando sabía que Nynaeve estaba loca por él.

Creía haberse hecho tal consideración para sus adentros, pero algo de lo que pensaba debía de haberse hecho evidente, porque Myrelle empezó de nuevo a darle explicaciones.

—Madre, pasar un vínculo no es algo tan malo. Vaya, a decir verdad, es igual que cuando una mujer decide quién debe quedarse con su esposo cuando ella muera para estar segura de que está en buenas manos.

Egwene la miró con tanta dureza que la otra mujer reculó, a punto de tropezar con el repulgo de la falda. Su reacción, sin embargo, se debía a la impresión. Cada vez que pensaba que había visto las costumbres más extrañas, de pronto aparecía otra aún más singular.

—No todas somos ebudarianas, Myrelle —espetó secamente Siuan—, y un Guardián no es un esposo. Para la mayoría de nosotras.

Myrelle levantó la cabeza en actitud desafiante. Algunas hermanas, un puñado, se casaban con un Guardián; tampoco eran muchas las que se casaban con otro hombre. Nadie ahondaba en el tema, pero corría el rumor de que ella se había desposado con sus tres Gaidin, lo que sin duda violaba las costumbres y las leyes incluso en Ebou Dar.

—¿Dices que no es tan malo, Myrelle? —continuó Siuan, cuyo gesto ceñudo estaba acorde con su voz; parecía como si tuviese un sabor asqueroso en la boca.

—No hay ley que lo prohíba —protestó Nisao. Dirigiéndose a Egwene, no a Siuan—. No hay una ley en contra de pasar el vínculo. —A Siuan le dedicó una mirada tal que debería haberla hecho retroceder y callarse; pero no logró ni lo uno ni lo otro.

—Pero no es ése el asunto, ¿verdad? —demandó—. Aunque no se haya hecho desde hace… ¿Cuanto, cuatrocientos años o más? Incluso si las costumbres hubiesen cambiado, habríais salido de ésta con unas cuantas miradas recriminatorias y alguna palabra de censura si lo único que Moraine y vosotras dos hubieseis hecho fuera pasar el vínculo. Pero a él ni siquiera se le pidió permiso, ¿verdad? No se le dio opción. Es como si lo hubieses vinculado en contra de su voluntad, Myrelle. ¡En realidad, es exactamente eso lo que has hecho!

Por fin el rompecabezas cobró sentido para Egwene. Sabía que debía sentir el mismo rechazo que Siuan. Que una Aes Sedai vinculase a un hombre en contra de su voluntad se parecía mucho a una violación. El hombre tenía las mismas posibilidades de resistirse, es decir, ninguna, que las que tendría una muchachita si un hombre del tamaño de Lan la acorralara en el establo; más bien, si la acorralaran tres hombres del tamaño de Lan. Las hermanas no siempre habían sido tan puntillosas —mil años antes esa acción apenas habría merecido un comentario— e incluso en la actualidad a veces ni siquiera se planteaba la circunstancia de si realmente el hombre sabía a lo que se estaba comprometiendo. En ocasiones la hipocresía alcanzaba la categoría de arte entre las Aes Sedai, por ejemplo la confabulación y los secretos. El asunto era que Lan se había resistido a admitir su amor por Nynaeve, basándose en algún absurdo razonamiento sobre que su sino era morir violentamente antes o después y que no quería dejarla viuda; los hombres siempre soltaban tonterías cuando creían que actuaban de un modo lógico y práctico. De tener ocasión de hacerlo, ¿habría dejado Nynaeve que Lan se marchara sin haberlo vinculado, dijera lo que dijera él? ¿Lo haría ella con Gawyn? Él le había dicho que aceptaría, pero ¿y si cambiaba de idea?

Nisao abría y cerraba la boca sin articular sonidos, incapaz de encontrar las palabras que quería. Asestó una mirada furibunda a Siuan, como si ella tuviese la culpa, pero no fue nada en comparación con la que dirigió a Myrelle.

—Jamás debí hacerte caso —gruñó—. ¡Debía de estar loca!

A saber cómo, Myrelle mantenía el gesto sosegado, pero se tambaleaba ligeramente, como si las rodillas le flojearan.

—No lo hice por mí, madre. Debéis creerme. Lo hice para salvarlo. Tan pronto como esté recuperado, se lo pasaré a Nynaeve, como Moraine quería, tan pronto como ella esté…

Egwene alzó bruscamente una mano, y Myrelle enmudeció como si le hubiese tapado la boca.

—¿Tienes intención de pasar su vínculo a Nynaeve?

Myrelle asintió con incertidumbre; Nisao, con mucha más energía. Siuan, ceñuda, masculló algo sobre reincidir en el mismo desafuero, haciéndolo más inmoral. Lan aún no se había parado. Dos saltamontes zumbaron al salir de un matorral a su espalda, y él giró con pasmosa rapidez blandiendo la espada, cuya hoja los golpeó en pleno vuelo.