Los ojos de Nynaeve, de un profundo color castaño, parecían mirar a través de ella. Sus nudillos estaban blancos sobre la gruesa trenza de cabello tan negro como rubio era el de Birgitte, y su tez había dejado de estar lívida para adquirir un leve tinte verdoso. De vez en cuando dejaba escapar un quedo y ahogado gemido. Por lo general no sudaba; Elayne y ella le habían enseñado el truco a Aviendha. Nynaeve resultaba un enigma. Valiente al punto de rayar en la temeridad en ocasiones, se lamentaba por su supuesta cobardía, y ahora manifestaba su vergüenza a la vista de todas sin importarle en absoluto. ¿Cómo era posible que el movimiento la alterara tanto cuando no lo hacía la contemplación de toda aquella agua?
Otra vez a vueltas con el agua. Aviendha cerró los ojos para no ver el rostro de Nynaeve, pero con ello sólo consiguió que su atención se volcara por completo en los gritos de las aves y el chapoteo del agua.
—He estado pensando —empezó de improviso Elayne, y después hizo una pausa—. ¿Te encuentras bien, Aviendha? Has… —Las mejillas de la Aiel se encendieron, pero al menos Elayne no dijo en voz alta que había brincado como un conejo asustado al sonido de su voz. Elayne pareció darse cuenta de lo cerca que había estado de descubrir el deshonor de la Aiel; el rubor tiñó sus propias mejillas mientras continuaba—. He estado pensado en Nicola y Areina, en lo que nos contó Egwene anoche. No creéis que puedan causarle algún problema, ¿verdad? ¿Qué medida debería tomar para solucionarlo?
—Librarse de ellas —dijo Aviendha al tiempo que se pasaba el pulgar por la garganta, de oreja a oreja. El alivio de poder hablar, de oír voces, fue tan intenso que casi contuvo el aliento. Elayne parecía conmocionada. A veces era increíblemente blanda.
—Puede que fuera lo mejor —abundó Birgitte. No había dado más nombre que ése. Aviendha la consideraba una mujer con secretos—. Con el tiempo, Areina habría conseguido llegar a ser una persona de provecho, pero… No me mires de ese modo, Elayne, y déjate de mojigaterías y de escandalizarte por todo. —A menudo, Birgitte dejaba de actuar como el Guardián que obedecía y pasaba a ser la hermana primera que soltaba el sermón ni que quisiera uno ni que no. En ese momento, agitando un dedo en ademán admonitorio, era la hermana primera—. No os habrían advertido a las dos que os mantuvieseis al margen si se tratase de un problema que la Amyrlin no pudiera resolver poniéndolas a trabajar en la lavandería o algo por el estilo.
Elayne aspiró sonoramente por la nariz ante una verdad que no podía negar, y se arregló los pliegues de la falda de seda verde, donde estaba recogida a fin de mostrar los vuelos azules y blancos de las enaguas. Iba vestida al estilo ebudariano, incluidas las chorreras de encaje en cuello y puños, un regalo de Tylin Quintara, al igual que la gargantilla de oro tejido. Aviendha no aprobaba esa moda. La parte superior del vestido, el corpiño, se ajustaba a sus formas tanto como el cuello de encaje, y un corte ovalado en la pechera dejaba a la vista el inicio de sus senos. Andar por ahí enseñando el cuerpo, donde todo el mundo podía verla, no era lo mismo que estar desnuda en las tiendas de vapor; la gente en las calles de la ciudad no eran gai’shain. Su propio vestido era de cuello alto, con la puntilla del remate rozándole la barbilla y sin que le faltara ningún trozo de tela.
—Además —continuó Birgitte—, imaginaba que lo de «Marigan» os preocuparía mucho más. A mí se me queda seca la boca sólo de pensarlo.
El nombre pareció penetrar en la mente de Nynaeve, sacándola de su lamentable estado, por suerte para ella. Sus gemidos cesaron y se sentó más erguida.
—Si viene por nosotras, le daremos lo que se merece otra vez. Le… Le… —Respiró hondo y las miró fijamente, como si le estuvieran llevando la contraria. Lo que acabó diciendo, sin embargo, fue—: ¿Creéis que nos buscará?
—Preocuparse no servirá de nada —respondió Elayne con mucha más calma de la que habría podido mostrar Aviendha si hubiera creído que estaba en el punto de mira de uno de los Depravados de la Sombra—. Nos limitaremos a hacer lo que Egwene ha dicho y tendremos cuidado.
Nynaeve masculló algo incomprensible, y quizá fuera mejor así. El silencio volvió a adueñarse del grupo. Elayne se ensimismó más que antes si cabe; Birgitte apoyó la barbilla en la palma de la mano mientras fruncía el ceño, pensativa; y Nynaeve continuó mascullando entre dientes, pero ahora tenía las dos manos apretadas contra el estómago y, de vez en cuando, callaba unos instantes para tragar saliva. El chapoteo del agua parecía más fuerte que antes, así como los chillidos de las aves.
—Yo también he estado pensando, medio hermana —dijo Aviendha. Elayne y ella todavía no habían llegado al momento de adoptarse como primeras hermanas, pero ahora estaba segura de que lo harían. De hecho ya se habían cepillado el cabello la una a la otra, y todas las noches, al abrigo de la oscuridad, compartían otro secreto que jamás le habían dicho a nadie. Esa tal Min, sin embargo… Pero ése era un tema para más adelante, cuando estuvieran solas.
—¿Sobre qué? —preguntó, abstraída, Elayne.
—Sobre nuestra búsqueda. Debemos tener éxito, pero estamos tan lejos de lograrlo como cuando empezamos. ¿Tiene sentido que no utilicemos todas las armas que tenemos a mano? Mat Cauthon es ta’veren, y no obstante nos esforzamos por esquivarlo. ¿Por qué no traerlo con nosotras? Estando él podríamos encontrar el cuenco por fin.
—¿Mat? —exclamó, incrédula, Nynaeve—. ¡Sería mejor llenarse las enaguas de ortigas! No aguantaría su presencia aunque tuviese el cuenco en el bolsillo de la chaqueta.
—Oh, cállate, Nynaeve —rezongó Elayne sin alterar el tono. Sacudió la cabeza, asombrada, sin advertir el ceño de la otra mujer. «Quisquilloso» era un término que sólo describía superficialmente el carácter de Nynaeve, pero todas estaban acostumbradas a su forma de ser—. ¿Por qué no se me ocurrió eso? ¡Es tan obvio!
—Tal vez —murmuró secamente Birgitte— porque tienes la imagen del Mat bribón tan metida en la cabeza que eres incapaz de ver que puede ser de alguna utilidad.
Elayne le asestó una mirada fría, con la barbilla bien levantada; entonces, de repente, torció el gesto y asintió de mala gana. No aceptaba fácilmente las críticas.
—No —dijo Nynaeve en un tono que, de algún modo, sonó cortante y débil a la par. El enfermizo color de su tez había aumentado, pero ya no parecía estar causado por el movimiento de la embarcación—. ¡No lo estarás diciendo en serio! Elayne, sabes el tormento que puede llegar a ser, lo testarudo que es. Insistirá en traer esos soldados como si saliéramos a desfilar un día de fiesta. Intenta encontrar algo en el Rahad con soldados guardándote la espalda. ¡Inténtalo! Y lo siguiente será que querrá apropiarse del mando, pasándonos ese ter’angreal por las narices. Es mil veces peor que Vandene o Adeleas o incluso Merilille. ¡Por su modo de comportarse, cualquiera diría que nos metemos en la guarida de un oso sólo para ver a la fiera!
Birgitte hizo un ruido gutural que podría ser de regocijo, y por ello se ganó una mirada cortante. Respondió con otra de una inocencia tan absoluta que Nynaeve empezó a emitir sonidos como si se estuviese asfixiando.
Elayne era más tranquila, de las que intentaba calmar los ánimos; seguramente intentaría poner paz en una contienda por agua.
—Es ta’veren, Nynaeve. Altera el Entramado, cambia el azar, sólo por estar presente. Estoy dispuesta a admitir que necesitamos suerte, y un ta’veren es más que eso. Además, así podríamos cazar dos pájaros de un tiro. No tendríamos que haberle dejado que anduviese suelto por ahí, haciendo de su capa un sayo todo este tiempo, por muy ocupadas que hayamos estado. Eso no ha beneficiado a nadie, y a él a quien menos. Hay que meterlo en cintura para que pueda estar en compañía de personas decentes. Lo ataremos en corto desde el principio.