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Leonora echó un vistazo alrededor, luego apuntó hacia un punto justo un poco más adelante, aproximadamente a veinte pies por delante de la pared trasera.

– Debía estar cerca de allí.

Él la soltó, empezando a moverse para mirar el camino, a través del arco hacia el césped.

– Usted dijo que él salió apresuradamente de su vista. ¿Qué dirección tomó? ¿Se volvió y fue caminando hacia la pared?

– No, se marchó por el lateral. Si hubiera cambiado de dirección y vuelto corriendo al camino, le habría podido ver a lo lejos.

Tristan inclinó la cabeza, examinando la tierra en la dirección que ella le había indicado. Eso ocurrió dos tardes atrás. No había llovido desde entonces.

– ¿Su jardinero ha estado trabajando en esta zona?

– No en los últimos días. Hay poco que hacer por aquí durante el invierno.

Él puso una mano en su brazo, presionando brevemente.

– Quédese aquí -continuó siguiendo el camino, pisando cuidadosamente a lo largo del borde-. Dígame cuándo me pongo en el mismo lugar en el que estaba él.

Ella observó, luego dijo,

– Cerca de allí.

Él rodeó el contorno, los ojos fijos en el terreno, entonces se movió entre los surcos fuera del camino en la dirección en la que el hombre había salido.

Encontró lo que andaba buscando, una huella en la base de la pared, donde el hombre había dado una fuerte pisada antes de saltar encima de la gruesa planta trepadora. Tristan se puso en cuclillas; Leonora llegó agitadamente desde la parte de arriba. La huella estaba claramente delineada.

– Mmm… Sí.

Él miró hacia arriba para ver la curvatura de la huella desde más cerca, estudiando la impresión que había dejado en la tierra.

Ella atrajo su atención.

– Mire hacia la derecha.

Él se levan. Ella se enderezó.

– Es del mismo tamaño y forma que la huella que encontré en el polvo de la puerta lateral del Número 12.

– ¿El ladrón vino a través de la puerta?

Él inclinó la cabeza y se volvió hacia la pared cubierta por la planta trepadora. La escudriñó cuidadosamente, pero fue Leonora quién encontró la prueba.

– Aquí. -Levantó una ramita quebrada, luego la dejó caer.

– Y aquí. -Él apuntó más alto, dónde la planta trepadora había sido despegada de la pared. Recorrió con la mirada la pesada verja de hierro.

– Supongo que no tendrá la llave.

Leonora le lanzó una mirada de superioridad. Sacó una llave vieja de su bolsillo.

Tristan se la arrancó de sus dedos pretendiendo no ver la llamarada de irritación en los ojos de ella. Alejándose, introdujo la llave en el viejo y enorme cerrojo y la giró. La verja chirrió cuando la movió para abrirla.

Había dos huellas claras impresas en el callejón de detrás de las casas, en la suciedad acumulada que cubría las ásperas losas. Un breve vistazo bastó para confirmar que procedían de la misma bota, hechas cuando el individuo bajó de la pared. Después, sin embargo, no se apreciaban vestigios claros.

– Esto es lo suficientemente concluyente-cogió el brazo de Leonora, y la urgió de regreso a la verja.

Regresaron al jardín, Leonora empujando a Henrietta delante de ellos. Tristan cerró y comprobó la verja. Leonora era la única persona que caminaba por el jardín. Él había estado observando durante mucho tiempo, lo suficiente como para estar seguro de eso. Que el ladrón de casas lo supiera le preocupó. Recordó su anterior convicción de que ella no le había contado todo.

Apartándose de la verja, le tendió la llave. Ella la cogió y mirando hacia abajo, la deslizó en su bolsillo.

Él echó un vistazo alrededor. La verja quedaba a un lado del camino, no en línea con el pasaje abovedado en el seto. Estaban fuera de la vista desde el césped y la casa. Las ramas de los árboles frutales que se alineaban en las paredes laterales, también los ocultaban de los vecinos.

Tristan estaba mirando hacia abajo al mismo tiempo que Leonora levantaba la cabeza.

Él sonrió. Infundió en el gesto toda su experiencia.

Ella parpadeó, pero, para su decepción, parecía menos confundida de lo que había esperado.

– ¿En los intentos anteriores que hizo el ladrón no le vieron?

Ella negó con la cabeza.

– La primera vez, sólo los sirvientes estaban cerca. En la segunda ocasión, cuando Henrietta dio la alarma, todos bajamos, pero ya se había ido cuando llegamos.

Leonora no dio más explicaciones. Sus ojos azules como el mar permanecieron claros, despejados. No había dado un paso atrás. Estaban cerca, su cara levantada hacia él, pudiendo examinar su expresión.

La atracción llameó velozmente sobre su piel.

Él la dejó. La dejó fluir y asentarse, no trató de suprimirla. La dejó mostrarse en su cara, en sus ojos.

La mirada de ella, encadenada con la suya, se ensanchó. Leonora se aclaró la garganta.

– Íbamos a debatir la mejor forma de continuar.

Las palabras fueron jadeantes, inusualmente débiles.

Él hizo una pausa, del tiempo que dura un latido y luego se apoyó más cerca.

– He decidido que improvisaremos sobre la marcha.

– ¿Improvisar? -sus pestañas revolotearon hacia abajo cuando Tristan se apoyó más cerca aún.

– Hmm. Únicamente nos dejaremos guiar por el instinto.

Él hizo precisamente eso, agachó su cabeza y colocó sus labios sobre los de ella.

Leonora se quedó quieta. Había estado observando, nerviosa, pero no había anticipado un ataque tan directo.

Él era demasiado experimentado para mostrar sus intenciones. No importa en qué campo de batalla.

Así pues, no la llevó inmediatamente a sus brazos, en lugar de eso simplemente la estaba besando, sus labios en los de ella, tentando sutilmente.

Hasta que ella abrió la boca y le dejó entrar. Hasta que él acunó su cara, se hundió profundamente y bebió, saboreó, tomó.

Sólo entonces avanzó, atrayéndola hacia sí, sin sorprenderse, su lengua enmarañada con la de ella, cuando Leonora dio un paso hacia él sin pensárselo. Sin titubear.

Quedó atrapada en el beso.

Como lo estaba él.

Una cosa tan sencilla como un simple un beso. Cuando Leonora sintió sus senos aplastarse contra su pecho, y notó que sus brazos se cerraban alrededor de ella, pareció mucho más. Mucho más de lo que había sentido, nunca hubiera imaginado que existiese. Como el calor que les recorría a ambos, no únicamente a través de ella sino también a través de él. La tensión repentina, no de rechazo, ni de volver atrás, sino de deseo.

Sus manos se habían elevado hasta sus hombros. A través del contacto, ella sintió su reacción, su soltura en estos asuntos, su pericia, y debajo de todo eso un deseo cada vez más profundo.

La mano en su espalda, sus firmes dedos extendidos sobre su columna vertebral, la impulsaron más cerca; ella accedió, y sus labios se movieron exigiendo más. Ordenando. Ella los recibió, entregó su boca y sintió el primer ramalazo del deseo de Tristan. Al contrario que el de ella, sentía su cuerpo como un roble, fuerte y rígido, pero los labios que se movían sobre los suyos, que jugueteaban haciendo aflorar su deseo, estaban tan vivos, tan seguros.

Tan adictivos.

Estaba a punto de fundirse con él, deslizarse más profundamente bajo su hechizo, cuando sintió que él aflojaba el abrazo, sus manos resbalando hacia su cintura y sujetándola ligeramente.

Tristan rompió el beso y levantó la cabeza.

Mirándola a los ojos.

Durante un momento, Leonora sólo pudo parpadear, preguntándose por qué se había detenido. El arrepentimiento pasó como un relámpago por los ojos de él, superpuesto por la determinación, un duro destello color avellana. Como si no deseara detenerse, y lo hubiera hecho por su sentido del deber.

Una locura fugaz la atenazó, sintiendo un fuerte impulso de colocar la mano en la nuca de Tristan y volver a acercarle, a él y a sus fascinantes labios de vuelta.