Posesivamente.
Serena, sin el menor indicio de emoción, Leonora le dirigió hacia donde estaban Sir Humphrey y sus amigos, el señor Morecote y el señor Cunningham, quienes estaban inmersos en una profunda discusión. Se interrumpieron para saludar a Trentham, intercambiaron unas pocas palabras, después Leonora le condujo, presentándole a Jeremy, el señor Filmore, y Horace Wright.
Había tenido la intención de pararse allí, dejar que Horace los entretuviera con sus animados y eruditos conocimientos, mientras hacía el papel de señora recatada, pero Trentham tenía otras ideas. Con sus usuales dotes de mando, facilitó su salida de la conversación y la guió de regreso a su posición inicial cerca de la chimenea.
Ninguno de los demás, enfrascados en sus conversaciones, lo advirtieron.
Incitada por la cautela, quitó la mano de su manga y se volvió enfrentándole. Él atrajo su mirada. Sus labios se curvaron en una sonrisa de apreciación mostrando unos dientes blancos. Su atención puesta en sus hombros desnudos, que dejaban al descubierto el amplio escote de su traje de noche, en su pelo, peinado en rizos que caían sobre las orejas y la nuca.
Observando sus ojos recorriéndola, Leonora sintió que sus pulmones se cerraban herméticamente, luchó para suprimir un temblor que no era a causa del frío. Sus mejillas adquirieron un tono rosado. Esperaba que él creyera que era debido al fuego.
Perezosamente su mirada deambuló hacia arriba y regresó hacia la de ella.
La expresión en sus ojos duros de color avellana la sacudió, hizo que se quedara sin respiración. Luego sus párpados se cerraron, sus gruesas pestañas ocultaron esa mirada perturbadora.
– ¿Hace mucho tiempo que lleva usted la casa de Sir Humphrey?
Su tono arrastrado de voz era el habitual de la sociedad, lánguido y aparentemente aburrido. Dejando escapar un suspiro, ella inclinó la cabeza y contestó.
Aprovechó la coyuntura para desviar su conversación hacia una descripción de la zona de Kent en la que habían vivido anteriormente, las alabanzas sobre las alegrías del campo parecían mucho más seguras que el intento de seducción de sus ojos.
Él respondió mencionando su hacienda en Surrey, pero sus ojos le dijeron que estaba jugando con ella.
Como un gato muy grande con un ratón particularmente suculento.
Ella conservó la barbilla alta, se negó a admitir que reconocía los signos por más leves que fueran. Dio un suspiro de alivio cuando Castor apareció y anunció que la cena estaba servida, fue el único en darse cuenta de que era la única señora presente. Trentham naturalmente la condujo adentro.
Le encontró mirándola directamente. Colocó la mano en el brazo que le estaba ofreciendo y permitió que la condujese a través de las puertas del comedor.
La situó al final de la mesa, luego escogió la silla situada a la derecha. Al amparo de los comentarios jocosos de los otros caballeros sentados a la mesa, la miró fijamente, arqueando una ceja.
– Estoy impresionado.
– ¿De veras? -ella echó un vistazo alrededor, como para comprobar que todo estaba en orden, como si fuera la mesa la que había motivado su comentario. Sus labios encorvados peligrosamente. Él se apoyó acercándose. Murmuró.
– Estaba convencido de que iniciaría un retroceso con anterioridad.
Ella se encontró con su mirada fija.
– ¿Retroceso? -sus ojos se agrandaron.
– Tenía la certeza de que estaba determinada a escurrirse antes de que hubiera dado el siguiente paso.
La expresión de ella permaneció inocente. Sus ojos bien podían expresar cualquier cosa. Cada frase tenía dos significados, y ella no podía decir qué había querido decir él.
Después de un momento, murmuró:
– Tenía pensado refrenarme hasta más tarde.
Mirando hacia abajo, Leonora sacudió la servilleta cuando Castor le puso delante la sopa. Cogiendo la cuchara con más serenidad, mucha más de la que sentía, se encontró con los ojos de Trentham.
Él mantuvo su mirada fija mientras el lacayo le servía, luego sus labios se curvaron.
– Eso, sin duda sería sabio.
– Mi estimada señorita Carling, tenía la intención de preguntar…
Horace, situado en el lado contrario, reclamó su atención. Trentham se volvió hacia Jeremy con alguna pregunta. Como usualmente ocurría en tales reuniones, la conversación rápidamente se volvió hacia escritos antiguos.
Leonora comió, bebió, y observó, se asombró al ver a Trentham integrarse en el grupo, hasta que se percató de que él sutilmente sondeaba cualquier indicio de un descubrimiento secreto entre el grupo.
Ella aguzó sus oídos; cuando se presentó la oportunidad, lanzó una pregunta, abriendo otra vía de conversación sobre las posibilidades de las ruinas de la antigua Persia. Pero aunque tanto ella como Trentham intentaron conducirles a otras materias, los seis estudiosos eran patentemente ignorantes del descubrimiento de ningún preciado hallazgo.
Finalmente, los cubiertos fueron retirados y Leonora se levantó. Los caballeros también lo hicieron. Como era costumbre, su tío y Jeremy llevaron a sus amigos a la biblioteca para tomar oporto y brandy mientras se enfrascaban en la lectura de su última investigación. Normalmente, ella se retiraba en ese momento.
Naturalmente, Humphrey invitó a Trentham para que se uniera a la reunión masculina.
Los ojos de Trentham se encontraron con los suyos. Ella sostuvo su mirada, deseando que rechazara la invitación y así poder acompañarle a la puerta.
Sus labios se curvaron. Él se giró hacia Sir Humphrey.
– En realidad, he notado que tiene invernadero realmente grande. He estado pensando en instalar uno en mi casa de la ciudad y me preguntaba si me permitiría usted examinar el suyo.
– ¿El invernadero? -Humphrey sonrió ampliamente y miró hacia ella.- Leonora es la que mejor lo conoce. Estoy seguro que estará encantada de mostrarle el lugar.
– Sí, por supuesto. Estaré encantada de…
El encanto de la sonrisa de Trentham era pura seducción. Se movió hacia ella.
– Gracias, querida mía -él miró atrás, hacia Sir Humphrey-. Necesito irme pronto, así que en caso de que no le vea nuevamente, le doy gracias por su hospitalidad.
– Fue enteramente nuestro placer, milord -Humphrey le dio la mano.
Jeremy y los demás intercambiaron despedidas.
Luego Trentham se volvió hacia ella. Levantó la frente y la movió indicando la puerta.
– ¿Vamos?
El corazón de Leonora palpitó más rápido, pero inclinó la cabeza serenamente. Y le condujo fuera.
CAPÍTULO 6
El invernadero era el territorio de Leonora. Aparte del jardinero, nadie más venía por allí. Era su santuario, su refugio, su lugar seguro. Por primera vez dentro de aquellas paredes de cristal, sintió un estremecimiento de peligro, cuando caminaba por el pasillo central y oyó el chasquido de la puerta detrás de ella.
Sus zapatillas golpeaban suavemente en las baldosas; la falda de seda susurraba. Aún más leves eran los suaves pasos de Trentham mientras la seguía por el camino.
La excitación y algo más afilado la cautivaron.
– En invierno, la estancia se calienta con una tubería de vapor desde la cocina. -Alcanzando el fin del camino, se detuvo junto a la curva inferior de los miradores, y tomó aliento. Su corazón latía tan fuerte que podía oírlo, sentir el pulso en los dedos. Extendió la mano, tocó el vidrio con la punta del dedo-. Hay doble acristalamiento para ayudar a mantener el calor dentro.
Fuera, la noche era oscura; miró hacia el cristal y vio reflejada la imagen de Trentham acercándose. Dos lámparas que ardían suavemente, una a cada lado de la estancia; daban bastante luz para ver el camino y tener un vislumbre de las plantas.
Trentham disminuyó la distancia entre ellos, su paso era lento, una gran e infinitamente predatoria silueta; ni por un instante dudó de que la observaba. Su cara quedaba en la sombra, hasta que, deteniéndose detrás de ella, levantó la mirada y encontró la suya en el cristal.