Выбрать главу

– Gracias, Biggs. La señorita Carling y yo solamente estamos examinando el nuevo mobiliario. No es necesario que nos acompañe a la puerta más tarde. Continúe.

Biggs asintió hacia Leonora, espetó otro saludo y después giró, descendiendo a las cocinas. El débil aroma de una tarta llegó a sus fosas nasales.

Leonora encontró la mirada de Tristan con una sonrisa en sus ojos, después se dio la vuelta, agarró el pasamanos y continuó.

Él la observó, pero ella no vaciló. Sin embargo, cuando alcanzaron el rellano de primer piso, le miró y expulsó una tensa exhalación.

Frunciendo el ceño de nuevo, él la tomó del brazo.

– Aquí. -La apremió dentro del dormitorio más grande, el de encima de la biblioteca-. Siéntese. -Una gran poltrona se encontraba ladeada hacia la ventana; la condujo hasta ella.

Ella se hundió en la butaca con un pequeño suspiro. Sonriéndole débilmente.

– No voy a desmayarme.

Él centró sus ojos en ella; ya no estaba pálida, pero había una tensión rara en ella.

– Sólo siéntese aquí y examine el mobiliario que pueda ver. Comprobaré las otras habitaciones, luego puede darme su veredicto.

Leonora asintió, cerró los ojos, y dejó que su cabeza descansara contra el respaldo del sillón.

– Esperaré aquí.

Él vaciló, mirándola, luego dio media vuelta y la dejó.

Cuando se hubo ido, ella abrió los ojos y estudió la habitación. La gran ventana salediza daba al jardín trasero; durante el día dejaría entrar abundante luz, pero ahora, con la invasión de la noche, el cuarto congregaba las sombras. Una chimenea se situaba en el centro de la pared frente a la butaca; el fuego estaba preparado, pero no encendido.

Un diván se había situado en ángulo con la chimenea; más allá, en la esquina más alejada de la habitación, había un macizo armario de oscura madera pulida.

La misma madera pulida embellecía la todavía más maciza cama con cuatro columnas. Contemplando la extensión del cubrecama de seda color rubí, pensó en Trentham; probablemente sus amigos fueran igualmente grandes. Las cortinas de brocado rojo oscuro estaban anudadas con una lazada, alrededor de los postes tallados a la cabeza de la cama. La última luz se demoró en las curvas y recodos de la cabecera ornamentadamente esculpida, repitiéndose en los postes torneados al pie de la cama. Con su grueso colchón, la cama era una pieza considerable, sólida, estable.

El rasgo central de la habitación; el foco de su percepción.

Era, decidió, el lugar perfecto para su seducción.

Mucho mejor que el invernadero.

Y no había nadie que interrumpiera, que interfiriera. Gasthorpe estaba en Surrey y Biggs en las cocinas, demasiado lejos para oír algo, siempre que cerraran la puerta.

Se giró para mirar la sólida puerta de roble.

El encuentro con Mountford sólo había profundizado su determinación de seguir adelante. No estaba tan temblorosa como tensa; tenía que sentir los brazos de Trentham a su alrededor para convencerse de que estaba segura.

Quería estar en sus brazos, quería estar cerca de él. Quería el contacto físico, el placer sensual compartido. Necesitaba la experiencia, ahora más que nunca.

Dos minutos más tarde, Trentham volvió.

Ella hizo un gesto hacia la puerta.

– Cierrela para así poder ver la cómoda.

Él se dio la vuelta e hizo lo que le pedía.

Ella diligentemente estudió la alta cómoda que así quedaba al descubierto.

– Entonces, -moviéndose despacio, él se paró al lado de la silla y la miró- ¿las instalaciones cuentan con su aprobación?

Ella alzó la vista hacia él y sonrió despacio.

– Ciertamente, parecen totalmente perfectas.

Los libertinos indudablemente lo encontrarían apropiado; cuando la oportunidad se presentaba, uno tenía que aprovecharla.

Ella alzó la mano.

Tristan la asió y suavemente la levantó. Había esperado que ella se alejara; sin embargo, había desplazado los pies y se enderezó directamente frente a él, tan cerca que sus pechos rozaron su abrigo.

Ella examinó su cara, luego se acercó todavía más. Alargó la mano y atrajo su cabeza hacia sí. Presionado los labios contra los suyos en un ostensible beso con la boca abierta, uno en el cual él apenas pudo evitar caer de cabeza.

Su control inusualmente tembló. Aferró su cintura con fuerza para detenerse a sí mismo de devorarla.

Ella terminó la caricia y retrocedió, pero sólo una fracción; levantó los parpados y encontró su mirada. Sus ojos destellaban vibrantemente azules bajo las pestañas. Sosteniendo su mirada, llevó sus manos a los lazos de la capa, tiró, luego dejó caer la prenda al suelo.

– Quiero darle las gracias.

Su voz era ronca, baja; su timbre se deslizó por él. Su cuerpo se tensó, reconociendo su intención; la acercó, estrechamente, cuerpo a cuerpo, bajó la cabeza, antes de que el eco de su voz hubiera muerto.

Ella lo paró con un dedo, deslizando la punta a través de su labio inferior. Su mirada siguió el movimiento; en vez de alejarse, se acercó aún más, permitiéndose hundirse contra él.

– Estuvo ahí cuando le necesité.

Irreflexivamente, la pegó a él; los parpados de ella se alzaron encontrando sus ojos. Deslizó la mano hasta su nuca otra vez. Los parpados descendieron, y ella se estiró hacia arriba contra él.

– Gracias.

Tomó su boca cuando ella se la ofreció. Se hundió profundamente y bebió, sintiendo no sólo placer, sino también la tranquilidad deslizándose por sus venas. Simplemente parecía correcto que ella se lo agradeciera así; no vio ninguna razón para rechazar el momento, para hacer algo a parte de saciar sus sentidos con el tributo que ella le rendía.

Ella deslizó sus brazos, entrelazándole el cuello; se apretó cerca, su cuerpo una promesa de felicidad.

Los rescoldos que quedaban entre ellos dejaron de arder a fuego lento estallando al rojo vivo, en ese momento las llamas saltaron bajo su piel. Él sintió que el fuego se encendía; seguro de sí mismo, marcó el ritmo, permitiendo que ardieran.

Dejó a sus dedos encontrar el camino hasta sus pechos; En el instante en que los dulces montículos fueron apretados y estirados, llevó su mano a los lazos. Encargándose de ellos y de las cintas de la enagua con experta facilidad.

Los pechos se vertieron en sus manos; ella jadeó dentro del beso. Amasando posesivamente, la mantuvo, provocándola, impulsando más alto las llamas.

Rompió el beso, inclinó la cabeza de ella y puso sus labios en el tenso tendón de su garganta. Siguió su rastro bajando hacia donde su latido pulsaba frenéticamente, para ser besado, lamido.

Ella jadeó; el sonido hizo eco en el silencio, empujándole a seguir. Haciéndola girar, se hundió en el brazo de la butaca, arrastrándola con él, empujándole hacia abajo el vestido y la camisola hasta la cintura.

Así podría darse un festín.

Ella había ofrecido su generosidad; él la aceptó. Con labios y lengua, tomó y reclamó. Remontado las curvas llenas. Presionó besos calientes en los fruncidos picos. Escuchó su respiración quebrada. Sintió como los dedos de ella se apretaban contra su cabeza cuando la provocó.

Entonces tomó un fruncido pezón en la boca, lo raspó ligeramente, y ella se tensó. Chupó suavemente, después calmó la tensa protuberancia con la lengua. Esperó hasta que ella se hubo relajado antes de tirar de él profundamente y succionar.

Ella lanzó un grito, el cuerpo se arqueó en sus brazos.

Él no mostró ninguna piedad, amamantándose vorazmente primero de un pecho y después del otro.

Los dedos de ella le aferraban espasmódicos. Él deslizó las manos bajando por su cintura, la espalda y sobre sus caderas, y capturó su trasero; alcanzando los muslos, tiró de las caderas hacia él. La acercó inmovilizándola de modo que su estómago montó a caballo contra él, tanto aliviando como provocando un dolor encendido.

Cerrando sus manos, masajeó, y sintió más que oyó su grito ahogado. No se detuvo, sino que exploró más íntimamente, manteniéndola a su merced, sus labios provocando y jugando con sus hinchados pechos mientras movía de modo sugerente la parte baja de su cuerpo, amoldándole caderas, estómago, y muslos como él deseaba.