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Podría distraerse de los persistentes efectos de su seducción.

Podría ayudarle a recuperarse de la conmoción de Trentham ofreciéndole matrimonio. Y de la conmoción aún mayor de él insistiendo en que debería aceptar.

No entendía su razonamiento, pero había parecido muy inflexible sobre ello. Unas pocas semanas en sociedad, viéndose expuesta a otros hombres sin duda le recordarían por qué ella nunca se casaría.

No receló de nada. Ni una tenue luz de sospecha cruzó por su mente antes de que el carruaje se detuviera frente a las escaleras del teatro y un apresurado mozo abriera la puerta. Y para entonces era demasiado tarde.

Trentham dio un paso adelante y con calma le ofreció la mano para ayudarla a bajar del carruaje.

Atónita, lo miró fijamente.

El codo de Mildred se clavó en sus costillas, se sobresaltó, luego lanzó una rápida y fulminante mirada a su tía antes de extender la mano con altanería y colocar los dedos en la palma de Trentham.

No tenía opción. Los carruajes se estaban amontonando, las escaleras del teatro que presentaba la obra más famosa, no eran el lugar adecuado para montar una escena, para decirle a un caballero lo que pensaba de él y de sus maquinaciones. Ni de informar a su tía de que esta vez había ido demasiado lejos.

Envuelta en una fría arrogancia, le permitió ayudarle a bajar, luego se irguió, fingiendo helada indiferencia, inspeccionando ociosamente la elegante multitud que subía en tropel los escalones del teatro y cruzaba las puertas abiertas mientras él saludaba a sus tías y las ayudaba a bajar a la acera.

Mildred, resplandeciente con su vestido favorito blanco y negro, convenientemente enlazó su brazo en el de Gertie y avanzó subiendo la escalinata.

Con serenidad, Trentham se volvió y le ofreció el brazo a Leonora.

Ella encontró su mirada, para su sorpresa no vio triunfo en sus ojos color avellana, sino más bien una cuidadosa vigilancia. Ver aquello la apaciguó un tanto; consintió en poner las puntas de los dedos sobre la manga y le permitió guiarla tras sus tías.

Tristan contempló el ángulo de la barbilla de Leonora y permaneció en silencio. Se unieron a sus tías en el vestíbulo, donde la aglomeración las había obligado a detenerse. Él tomó la delantera y sin gran dificultad abrió camino escaleras arriba, arrastrando a Leonora con él; sus tías los siguieron de cerca. Una vez arriba la presión de los cuerpos disminuyó; cubriendo la mano de Leonora sobre su manga, condujo la comitiva hasta el pasillo semicircular que conducía a los palcos.

Echó un vistazo a Leonora cuando se acercaron a la puerta del palco que había reservado.

– Oí decir que Kean es el mejor actor actualmente, y la obra de esta noche es una digna exhibición de sus talentos. Pensé que podrías disfrutar con ello.

Ella encontró sus ojos brevemente, luego inclinó la cabeza, todavía con distante altanería. Alcanzando el palco, él mantuvo apartada la pesada cortina que protegía la entrada; ella marchó majestuosamente, la cabeza alta. Esperó a que las tías pasaran, acto seguido, permitió que la cortina cayera tras él.

Lady Warsingham y su hermana se apresuraron al frente del palco y se acomodaron en dos de los tres asientos a lo largo del frente. Leonora había hecho una pausa entre las sombras de la pared; su mirada entrecerrada estaba clavada en Lady Warsingham, quien estaba ocupada reconociendo a todos los nobles de los otros palcos, intercambiando saludos, determinada a no mirar en dirección a Leonora.

Tristan vaciló, luego se acercó.

Girando su atención hacia él; sus ojos llamearon.

– ¿Cómo lo lograste? -Dijo, siseando en voz baja-. Nunca te dije que ellas fueran mis tías.

Él levantó una ceja.

– Tengo mis fuentes.

– Y las entradas. -Ella echó un vistazo hacia los palcos, que rápidamente se llenaban con aquellos bastante afortunados que se habían asegurado un lugar-. Tus parientes me dijeron que nunca frecuentabas la sociedad.

– Como puedes ver, eso no es estrictamente cierto.

Ella volvió a mirarle esperando más.

Él encontró su mirada.

– Tengo poco gusto por la sociedad en general, pero no estoy aquí para pasar la noche con la sociedad.

Ella frunció el ceño, con algo de cautela preguntó:

– ¿Por qué estás aquí entonces?

Él sostuvo su mirada por un instante, luego murmuró:

– Para pasar la noche contigo.

Una campana repicó en el pasillo. La tomó del brazo y la dirigió a la silla restante en el frente del palco. Ella le lanzó una escéptica mirada y se sentó. Él atrajo la cuarta silla, sentándose a su izquierda, enfocado hacia ella, acomodándose para mirar la función.

Valió la pena cada penique de la pequeña fortuna que había pagado. Sus ojos raras veces se apartaban hacia el escenario; su mirada permaneció fija sobre la cara de Leonora, observando las emociones que revoloteaban a través de sus rasgos delicados, puros; y, en cierta medida, indefensos. Aunque Leonora inicialmente era consciente de él, la magia de Edmund Kean rápidamente la absorbió; Tristan se sentó y miró, satisfecho, perspicaz, cautivado.

No tenía ni idea de por qué lo había rechazado, según ella, no estaba en absoluto interesada en el matrimonio. Sus tías, sometidas a un interrogatorio más sutil, habían sido incapaces de echar luz sobre el asunto, lo que quería decir que estaba entrando en esta batalla a ciegas.

No es que eso afectara sensiblemente a su estrategia. Por lo que él sabía, había sólo un modo de ganar a una mujer poco dispuesta.

Cuando el telón bajó al final del primer acto, Leonora suspiró, luego recordó dónde estaba, y con quién. Echó un vistazo a Trentham, poco sorprendida de encontrarlo mirando fijamente su cara.

Sonrió con frialdad.

– Me agradaría muchísimo algún refresco.

Él le sostuvo la mirada durante un momento, entonces sus labios se curvaron e inclinó la cabeza, aceptando la petición. Su mirada pasó más allá de ella y se levantó.

Leonora se volvió y vio a Gertie y Mildred de pie, recogiendo sus retículos y mantones.

Mildred les sonrió abiertamente; una mirada decidida sobre su cara.

– Nosotras iremos a pasear por el pasillo y a encontrarnos con todos. Leonora odia ser parte de la aglomeración, pero estoy segura de que podemos confiar en usted para entretenerla.

Por segunda vez esa tarde, Leonora se quedó atónita. Aturdida, miró a sus tías dirigirse bulliciosamente hacia fuera, miró a Trentham sostener la gruesa cortina apartándola para que ellas pudieran escaparse. Considerando su anterior insistencia en evitar el ritual desfile, apenas podía quejarse, y no había nada impropio, en lo más mínimo en que ella y Trentham se quedaran solos en el palco; estaban en público, bajo la atenta mirada de un sinnúmero de matronas de la sociedad.

Él dejó caer la cortina y se volvió.

Ella se aclaró la garganta.

– Realmente estoy bastante sedienta…

Los refrescos estaban disponibles junto a la escalera; localizar el lugar y regresar lo mantendría ocupado durante buena parte del intermedio.

La mirada de él descansó sobre su cara; los labios se curvaron ligeramente. Se oyó un golpecito en la entrada; Trentham se volvió y sostuvo la cortina para apartarla. Un camarero la esquivó y se adelantó, llevando una bandeja con cuatro copas y una botella de champán frío. Colocó la bandeja sobre la pequeña mesa contra la pared trasera.

– Yo lo serviré.

El camarero le hizo una reverencia a ella y luego a Trentham, desapareciendo a través de la cortina.

Leonora miró como Trentham descorchaba la botella, luego vertió el burbujeante líquido con delicadeza en dos de las largas copas aflautadas. Estaba de pronto muy contenta por haber llevado su adecuado vestido azul medianoche para este tipo de ocasión.

Recogiendo ambas copas, él se dirigió hacia ella, todavía sentada, girada en la silla de costado a la platea.