Le dio una copa. Ella la cogió, algo sorprendida de que no hiciera ningún movimiento aprovechando el momento para que se tocaran los dedos. Él soltó la copa, atrapó su mirada cuando ella alzó la vista.
– Relájate. No voy a morderte.
Ella arqueó una ceja, bebiendo a sorbos, luego preguntó:
– ¿Estás seguro?
Él hizo una mueca; observó a los asistentes pululando en otros palcos.
– Este ambiente no es propicio.
Volvió a mirarla, luego alcanzó la silla de Gertie, la giró y se sentó de espaldas a la multitud, estirando hacia delante sus largas piernas, elegantemente a gusto.
Bebió a sorbos, fijó la mirada sobre su cara, luego preguntó.
– Así que dime. ¿Es el señor Kean realmente tan bueno como dicen?
Leonora comprendió que él no tenía noción alguna; había estado lejos con el ejército durante varios años.
– Es un artista sin par, al menos en este momento.
Considerando el tema como seguro, relató lo más destacado de la carrera del señor Kean.
Él hizo algunas preguntas sueltas. Cuando el tema había cogido ritmo, Tristan dejó pasar un momento, entonces en voz baja dijo,
– Hablando de actuaciones…
Ella encontró sus ojos, y casi se ahogó con el champán. Sintiendo un lento rubor elevarse en sus mejillas. Ignorándolo, levantó la barbilla. Encontró su mirada directamente. Recordó que ahora era una dama experimentada.
– ¿Sí?
Él hizo una pausa, como considerando, no qué decir, pero sí cómo decirlo.
– Me preguntaba… -levantó la copa, bebiendo a sorbos, sus pestañas protegiéndole los ojos-. ¿Cuánto de actriz tienes tú?
Ella parpadeó, dejando ver el ceño en sus ojos, y su expresión transmitiendo incomprensión.
Los labios de él se curvaron con auto desaprobación. Sus ojos puestos en los de ella.
– ¿Si dijera que has disfrutado de nuestro… último interludio, me equivocaría?
El rubor de ella se intensificó pero rechazó apartar la mirada.
– No. -Recordando el placer que la inundó, sacó fuerzas de su irritación-, sabes perfectamente bien que disfruté de… todo eso.
– ¿Así que eso no contribuyó a tu aversión a casarte conmigo?
De pronto se dio cuenta de lo que le estaba preguntando.
– Por supuesto que no.
La idea de que pudiera pensar tal cosa… le hizo fruncir el ceño.
– Te digo que mi decisión fue tomada hace mucho. Mi postura no tiene nada que ver contigo.
¿Realmente podría un hombre como él necesitar que le tranquilizaran sobre tal punto? No podía deducirse nada de sus ojos, de su expresión.
Entonces él sonrió, gentilmente, el gesto era incluso más predador que encantador.
– Sólo quería estar seguro.
No había abandonado la batalla para conseguir que lo aceptara, ella leyó aquel mensaje con facilidad.
Determinadamente ignorando el efecto de toda aquella simple masculinidad relajada, plantada con firmeza, fijó en él una mirada cortés y preguntó por sus parientes.
Él contestó, permitiendo el cambio de tema.
El público comenzó a volver a sus asientos; Mildred y Gertie se reunieron con ellos. Leonora era consciente de los agudos vistazos que ambas tías le echaban; mantuvo una expresión tranquila y serena, y le prestó atención al escenario. El telón subió; la función recomenzó.
A su favor, Trentham no hizo ningún movimiento para distraerla. Ella fue una vez más consciente de que su mirada permanecía ante todo sobre ella, pero de cualquier modo rehusaba darse por enterada de la atención. No podía forzarla a casarse con él; si seguía rehusándose, tarde o temprano se marcharía.
Tal como ella había imaginado que haría.
La noción de tener razón por una vez no le había traído ninguna alegría. Frunciendo el ceño interiormente ante tal falta de sensibilidad, se forzó a concentrarse en Edmund Kean.
Cuando el telón bajó, tumultuosos aplausos llenaron el teatro; después que el señor Kean hubo hecho incontables reverencias, el público, finalmente había quedado satisfecho, y se había dado vuelta para marcharse. Dejándose llevar por el drama, Leonora sonrió fácilmente y dio a Trentham su mano, hizo una pausa a su lado cuando levantó la cortina para permitir salir a Mildred y Gertie, luego le dejó que la guiara a su estela.
El pasillo estaba demasiado atestado para permitir cualquier conversación privada; la muchedumbre empujando, sin embargo, dejaba bastante campo de acción para cualquier caballero que deseara provocar los sentidos de una señora. Para su sorpresa, Trentham no hizo ningún movimiento para hacerlo. Ella era sumamente consciente de él, grande, sólido y fuerte a su lado, protegiéndola del aprisionamiento de los cuerpos al desplazarse. Por sus observaciones ocasionales, sabía que él era consciente de ella, aún cuando su atención permaneciera enfocada de manera eficiente en dirección a la multitud y hacia la calle.
El carruaje apareció cuando llegaron a la acera.
Tristan ayudó a subir a Gertie y Mildred, luego se volvió hacia ella.
Encontró su mirada. Levantó la mano de su manga.
Sosteniendo su mirada, se llevó los dedos a los labios, los besó, el persistente calor de la caricia se extendió a través de ella.
– Espero que hayas disfrutado de la noche.
No podía mentir.
– Gracias. Lo hice.
Él asintió y la soltó. Los dedos se deslizaron de los de ella con una tenue insinuación de renuencia.
Ella se sentó; él retrocedió y cerró la puerta. Hizo señas al cochero. El carruaje se sacudió, retumbando.
El impulso de sentarse hacia adelante y mirar por la ventana para ver si él estaba de pie mirando, casi la venció.
Las manos entrelazadas en el regazo, se quedó donde estaba mirando fijamente a través del carruaje.
Quizás él se hubiera abstenido de cualquier caricia ilícita, de cualquier tentativa de alterar sus sentidos, pero ella tenía suficiente experiencia para apreciar la verdad detrás de su máscara. Él no se había rendido aún.
Se dijo que tarde o temprano lo haría.
En el asiento de enfrente, Mildred se agitó.
– Esos modales tan finos, tan soberbios. Tienes que admitir que hay pocos caballeros en estos días que sean así de… -Gesticuló en busca de palabras.
– Varoniles -manifestó Gertie.
Tanto Leonora como Mildred la miraron con sorpresa. Mildred se recuperó primero.
– ¡Efectivamente! -Asintió-. Estás en lo cierto. Se comportó como debía.
Desprendiéndose del shock de escuchar a Gertie, la detesta hombres, aprobar a un varón, claro que tratándose de Trentham, el encantador, debería haberlo esperado, Leonora preguntó.
– ¿Cómo lo conociste?
Mildred cambió de posición, acomodándose las faldas.
– Me visitó esta mañana. Considerando que ya le conocías, aceptar su invitación me pareció absolutamente apropiado.
Desde el punto de vista de Mildred. Leonora se abstuvo de recordarle a su tía que había dicho que un viejo amigo le había dado las entradas; debería haber sabido que Mildred recurriría a cualquier cosa con tal de conseguir ponerla en presencia de un caballero casadero. Y sin duda Trentham era elegible.
El pensamiento lo atrajo a su mente una vez más, no de la forma en que había estado él en el teatro, sino como había sido en los momentos dorados que habían compartido en el dormitorio. Cada momento, cada caricia, estaba impreso en su memoria; el solo pensamiento era bastante para evocar otra vez, no solamente las sensaciones, sino todo lo demás que había sentido.
Se había esforzado en guardarlo en la memoria, no pensar o pararse a pensar en la emoción que la había llenado, cuando había comprendido que él tenía la intención de retroceder en la consumación, de la emoción que la había llevado a pronunciar su súplica.
Por favor… no me abandones.
Las palabras la atormentaban. El simple pensamiento era suficiente como para hacerla sentir sumamente vulnerable. Expuesta.