Sin embargo la respuesta de él… a pesar de todo, independientemente de lo que ella sabía de él, cómo juzgaba su carácter, sus maquinaciones, se lo debía.
Por darle todo lo que había querido.
Por ser suya, para guiarla en aquel momento, por entregarse como había deseado.
Dejó que el recuerdo se deslizase; todavía era demasiado evocador envolverse en él. En cambio, retornó a aquella noche, considerando todo lo que había y no había sido. Incluyendo el modo en que había reaccionado a su proximidad. Esto había cambiado. Sus nervios ya no saltaban ni brincaban. Ahora, cuando él estaba cerca, cuando se tocaban, sus nervios ardían. Esa era la única palabra que podía encontrar para la sensación, para el confortable calor que ello conllevaba. Quizás era una reminiscencia del recordado placer. A pesar de todo, lejos de sentirse nerviosa, se había sentido cómoda. Como si al rodar juntos desnudos sobre una cama, complaciéndose en el acto de intimidad, hubiese cambiado fundamentalmente sus respuestas hacia él.
Para mejor, por lo que podía ver. Ya no sentía tal desventaja, ya no se sentía físicamente tensa, nerviosa en su presencia. Curioso, pero cierto. El tiempo pasado en el palco había sido confortable y placentero.
Si era honesta, totalmente agradable, a pesar de su sondeo.
Suspiró, y se apoyó contra los almohadones. Le costaba censurar a Mildred por su sinceridad. Había disfrutado muchísimo de la tarde, y de un modo bastante diferente, a lo que había esperado.
CAPÍTULO 10
Se sorprendió cuando Trentham se presentó la mañana siguiente para llevarla a pasear en carruaje por el parque. Cuando intentó negarse, él simplemente la miró.
– Ya has admitido que no tienes ningún compromiso.
Sólo porque había pensado que él quería hablarle acerca de sus investigaciones.
Sus ojos color avellana permanecieron fijos en ella.
– Debes hablarme acerca de las cartas que enviaste a los conocidos de Cedric. Me lo puedes decir tanto aquí como en el parque. -Su mirada se agudizó-. Además, debes anhelar salir al aire fresco. Hoy no es la clase de día que pueda dejarse pasar.
Lo miró entrecerrando los ojos; era seriamente peligroso. Tenía razón, por supuesto; el día era glorioso, y había estado considerando la idea de un vigoroso paseo, pero después de su última excursión dudaba en ir sola.
Era demasiado listo para presionarla más, y simplemente esperó… esperó a que capitulara, como era habitual.
Lo miró con una mueca.
– Muy bien. Espera mientras cojo mi capa.
Estaba esperándola en el vestíbulo cuando bajó las escaleras. Mientras caminaba a su lado hacia la verja, se dijo que realmente no debería permitir que esta tranquilidad que sentía con él se desarrollara mucho más. Estar con él ya era en conjunto demasiado cómodo. Demasiado agradable.
El paseo no hizo nada por romper el hechizo. La brisa era fresca, sazonada con la promesa de la primavera; el cielo estaba azul con menudas nubes que se limitaban a coquetear con el sol. La calidez era un grato alivio en contraste con los fríos vientos que habían soplado hasta hacía poco; los primeros brotes nacientes eran visibles en las ramas bajo las que Trentham conducía sus rucios.
En un día así, las damas de la alta sociedad salían fuera de sus casas, pero todavía era temprano, y la avenida no estaba demasiado atestada. Saludó con la cabeza aquí y allá hacia los conocidos de su tía que la reconocieron, pero más bien dedicó su atención al hombre que tenía al lado.
Conducía con un ligero toque que ella conocía lo suficiente como para admirar, y una confianza despreocupada que le decía más. Intentó mantener los ojos apartados de sus manos, largos dedos manejando expertamente las riendas, y fracasó.
Un momento después, sintió que el calor le subía a las mejillas, y se obligó a apartar la mirada.
– Mandé las últimas cartas esta mañana. Con suerte, alguien las responderá antes de que pase una semana.
Tristan asintió.
– Cuanto más pienso en ello, más probable me parece que Mountford esté buscando algo relacionado con el trabajo de tu primo Cedric.
Leonora lo miró; a ella se le habían soltado algunos mechones del cabello, que le acariciaban el rostro.
– ¿Qué insinúas?
Él miró a los caballos… lejos de la boca de ella, sus suaves y exquisitos labios.
– Tenía que ser algo que un comprador pudiera obtener con la casa. Si tu tío hubiera estado dispuesto a vender, ¿habría vaciado el taller de Cedric? -La miró-. Tengo la impresión de que fue olvidado, descartado de las mentes de todos. Difícilmente creo que se aplique a ninguna cosa de la biblioteca.
– Cierto. -Asintió, intentando domar sus caprichosos mechones-. No me habría molestado en ir al taller si no hubiera sido por los esfuerzos de Mountford. Sin embargo, creo que estás pasando por alto un punto. Si yo estuviera detrás de algo y tuviera una idea bastante buena de su ubicación, podría organizar comprar la casa, sin intención de completar la venta, me entiendes, y entonces preguntar si podía visitarla para tomar medidas de los cuartos para amueblarlos o remodelarlos. -Se encogió de hombros-. Lo bastante fácil para tener tiempo de echar un vistazo y tal vez llevarme cosas.
Él lo consideró, lo imaginó, y luego de mala gana hizo una mueca.
– Tienes razón. Eso nos deja con la posibilidad de que eso, lo que sea que es, podría estar en cualquier lugar secreto de la casa. -La miró-. Una casa llena de excéntricos.
Ella encontró su mirada y elevó las cejas, luego elevó la nariz y miró a otro lado.
Trentham se presentó al día siguiente y barrió las reservas de ella con invitaciones para un preestreno especial de la última exhibición en la Royal Academy.
Ella le lanzó una mirada severa mientras la hacía pasar por las puertas de la galería.
– ¿Todos los condes tienen semejantes privilegios especiales?
Él encontró su mirada.
– Sólo los condes especiales.
Ella curvó los labios antes de mirar a otro lado.
Tristan no había esperado ganar demasiado de esa excursión, que en su mente era sólo un ejercicio menor en una estrategia mayor. En lugar de eso, se encontró absorto en una animada discusión sobre las cualidades de los paisajes en los retratos.
– ¡La gente está tan viva! Es de lo que trata la vida.
– Pero los lugares son la esencia del país, de Inglaterra… la gente es una función del lugar.
– ¡Tonterías! Sólo mira a este vendedor de fruta y verdura. -Ella indicó un excelente bosquejo de un hombre con una carretilla-. Una mirada y sabes perfectamente de dónde viene, incluso de qué distrito de Londres. La gente personifica el lugar… y también son una representación de él.
Estaban en uno de los cuartos más pequeños de la laberíntica galería; por el rabillo del ojo, Tristan vio que el otro grupo que había en la habitación se movía saliendo por la puerta, dejándolos solos.
Apoyada en su brazo, estudiando una animada escena fluvial poblada con medio regimiento de trabajadores portuarios, Leonora no lo había notado. Obedeciendo al tirón que le dio él, caminó hacia la siguiente obra, un paisaje sencillo y simple.
Leonora hizo un sonido dubitativo, volvió a mirar la escena fluvial, y luego a él.
– No puedes esperar que crea que prefieres un paisaje vacío antes que un dibujo con gente.
Él le miró el rostro. Leonora estaba cerca; sus labios, su calidez, lo llamaban. Apoyaba la mano confiadamente en su brazo.
El deseo y más, surgió inesperadamente.
No intentó enmascararlo, ocultarlo de su cara o sus ojos.
– La gente en general no me interesa. -Encontró su mirada, dejó que su voz se hiciera más profunda-. Pero hay una imagen de ti que me gustaría volver a ver, volver a experimentar.
Ella sostuvo su mirada. Un suave rubor subió lentamente por sus mejillas, pero no apartó la mirada. Sabía exactamente en qué imagen estaba pensando… ella desnuda y ansiosa bajo él. Tomó aire brevemente.