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Abruptamente, se detuvo. El pánico no la llevaría a ninguna parte, especialmente con un hombre como él. Tenía que pensar, tenía que actuar… de la forma correcta.

Así que, ¿qué había hecho él? ¿Qué había conseguido realmente? ¿Y cómo podía ella negarlo o dar marcha atrás?

Se quedó quieta mientras sus sentidos lentamente se recolocaban. Descendió algo de calma sobre ella; no estaba -no podía estar- tan mal como pensaba.

Se dio la vuelta y no se sorprendió en lo más mínimo al descubrirlo a dos pies de ella, mirándola.

Cuidadosamente.

Lo miró a los ojos.

– ¿Le has dicho a alguien algo sobre nosotros?

La mirada de él no vaciló.

– No.

– Así que esa muchacha estaba simplemente… -Leonora gesticuló con ambas manos.

– Extrapolando.

Ella entrecerró los ojos.

– Como sabías que haría todo el mundo.

Tristan no respondió.

Leonora continuó lanzándole dagas mientras la comprensión de que no todo estaba perdido, que él no había creado una trampa social de la que ella no pudiera salir simplemente, se filtró en su interior. Su mal humor remitió; su molestia no.

– Esto no es un juego.

Pasó un momento antes de que él dijera:

– Toda la vida es un juego.

– ¿Y juegas para ganar? -Infundió a las palabras algo cercano al desdén.

Él se removió, después estiró la mano y le tomó la suya.

Para total sorpresa de Leonora, tiró de ella.

Ella jadeó cuando aterrizó en el pecho de Tristan.

Sintió su brazo apretándola contra él.

Sintió las brasas humeantes arder en llamas.

Él bajó la mirada hacia ella, luego se llevó la mano que sujetaba a los labios. Lentamente rozó los labios contra sus dedos, luego su palma, y finalmente los presionó contra su muñeca. Sosteniendo su mirada, manteniéndola cautiva en todo momento.

Los ojos de Tristan ardían, reflejando todo lo que ella podía sentir ardiendo entre ellos.

– Lo que hay entre tú y yo permanece entre tú y yo, pero no se ha ido. -Sostuvo su mirada-. Y no lo hará.

Bajó la cabeza. Ella respiró entrecortadamente.

– Pero no lo quiero.

Bajo sus pestañas, los ojos de Tristan se encontraron con los de Leonora, y luego él murmuró:

– Demasiado tarde.

Y la besó.

Ella lo había llamado malvado, y había tenido razón.

Al mediodía del día siguiente, Leonora supo lo que se sentía al ser asediada.

Cuando Trentham -maldito fuera su arrogante pellejo- finalmente consintió en liberarla, a ella no le había quedado ninguna duda de que estaban en guerra.

– No me voy a casar contigo. -Había hecho la declaración con tanta fuerza como había sido capaz de reunir, por las circunstancias no tanta como le habría gustado.

Él la había mirado, gruñido -realmente gruñido- y después había agarrado su mano y la había llevado al carruaje.

De camino a casa, ella había mantenido un glacial silencio, no porque varias frases concisas no le estuvieran quemando la lengua, sino por el cochero, sentado detrás de ellos. Tuvo que esperar a que Trentham la dejara en el pavimento delante del Número 14 para clavarlo con una furiosa mirada entrecerrada, y exigir:

– ¿Por qué? ¿Por qué yo? Dame una razón sensata por la cual quieres casarte conmigo.

Con ojos castaños brillantes, él bajó la mirada hacia ella, se inclinó más cerca y murmuró:

– ¿Recuerdas la imagen de la que hablamos?

Ella sofocó un repentino impulso de retroceder. Buscó brevemente en sus ojos antes de responder:

– ¿Qué pasa con ella?

– La posibilidad de verla cada mañana y cada noche constituye una eminente y sensata razón para mí.

Ella parpadeó; un rubor había subido a sus mejillas. Durante un instante, lo miró fijamente, y su estómago se apretó con fuerza. Luego retrocedió.

– Estás loco.

Se giró sobre sus talones, abrió de un empujón la verja de entrada, y atravesó el camino del jardín.

Las invitaciones empezaron a llegar con el primer correo esa mañana.

Una o dos que podría haber ignorado; quince hasta la hora de comer, y todas de las anfitrionas más poderosas, las cuales eran imposibles de rechazar. Cómo lo había conseguido Trentham, no lo sabía, pero su mensaje era claro… no podía evitarlo. O se encontraba con él en terreno neutral, es decir, en el terreno social de la aristocrácia, o…

Qué implicaba aquella “o” era seriamente preocupante.

No era un hombre que ella pudiera predecir fácilmente; el fracaso de no haber previsto sus objetivos hasta la fecha era lo que la había metido en ese lío en primer lugar.

“O” sonaba demasiado peligroso, y a la hora de la verdad, sin importar lo que él hiciera, mientras ella se mantuviera fiel a la simple palabra “No”, estaría perfectamente a salvo, perfectamente segura.

Mildred, con Gertie siguiéndola, llegó a las cuatro en punto.

– ¡Querida! -Mildred se movió por el salón como un galeón blanco y negro-. Lady Holland me visitó e insistió en que te llevara a su velada de esta tarde. -Hundiéndose en la silla con un sedoso frufrú, Mildred giró unos ojos llenos de entusiasmo hacia ella-. No tenía ni idea de que Trentham tuviera semejantes conexiones.

Leonora suprimió un gruñido propio.

– Yo tampoco. -¡Lady Holland, por el amor de Dios!-. El hombre es malvado.

Mildred parpadeó.

– ¿Malvado?

Ella continuó con su actividad… pasear delante de la chimenea.

– Está haciendo esto para… -Gesticuló salvajemente-…¡para obligarme a salir!

– Obligarte a… -Mildred pareció preocupada-. Querida, creo que no lo estás entendiendo.

Girándose, miró a Mildred, después desvió la mirada hacia Gertie, que se había parado delante de una butaca.

Gertie encontró sus ojos y luego asintió.

– Por supuesto que sí. -Se sentó en la silla-. Despiadado. Dictatorial. Uno que no deja que nada se interponga en su camino.

– ¡Exacto! -El alivio de haber encontrado a alguien que la entendiera fue enorme.

– Aún así -continuó Gertie-, tienes elección.

– ¿Elección? -Mildred miró de una a la otra-. Espero que no la vayas a animar para que desafíe contra viento y marea este inesperado desarrollo.

– Sobre eso -respondió Gertie, totalmente impasible-, hará lo que quiera… siempre lo ha hecho. Pero la verdadera cuestión aquí es, ¿va a permitir que él le de órdenes, o va a resistir?

– ¿Resistir? -Leonora frunció el ceño-. ¿Quieres decir ignorar todas estas invitaciones? -Incluso ella encontraba eso un poco extremo.

Gertie resopló.

– ¡Por supuesto que no! Hacer eso es cavar tu propia tumba. Pero no hay razón para permitir que se salga con la suya, pensando que puede obligarte a hacer lo que sea. Como lo veo yo, la respuesta más elocuente sería aceptar las invitaciones más codiciadas con placer, y asistir con el claro objetivo de disfrutar. Ve y encuéntrate con él en bailes, y si se atreve a presionarte allí, puedes rechazarlo abruptamente con la mitad de la alta sociedad mirando.

Golpeó con su bastón.

– Hazme caso, necesitas enseñarle que no es omnipotente, que no se saldrá con la suya con semejantes maquinaciones. -Los viejos ojos de Gertie relucieron- La mejor manera de hacerlo es darle lo que cree que quiere, y luego mostrarle que para nada es lo que realmente desea.

La mirada en el rostro de Gertie era descaradamente maliciosa; el pensamiento que evocó en la mente de Leonora fue definitivamente atractivo.

– Entiendo tu idea… -Se quedó mirando a la distancia, su mente haciendo malabarismos con las posibilidades-. Darle lo que busca, pero… -Volviéndose a centrar en Gertie, sonrió ampliamente-. ¡Claro!

El número de invitaciones había aumentado a diecinueve; se sintió casi mareada con el desafío.