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Se giró hacia Mildred; ésta había estado mirando a Gertie con una expresión bastante perpleja en el rostro.

– Antes que la de Lady Holland, ¿tal vez deberíamos asistir a la fiesta de los Castairs?

Lo hicieron; Leonora usó el evento como un curso para quitar el polvo y dar brillo a su destreza social. Cuando entraron en los elegantes salones de Lady Holland, su confianza estaba muy alta. Sabía que tenía buen aspecto con la seda de profundo color topacio, con el cabello sujetado en lo alto, lágrimas de topacio en las orejas, perlas rodeando su cuello.

Siguiendo la estela de Mildred y Gertie, hizo una reverencia delante de Lady Holland, que le dio la mano y pronunció las habituales cortesías, todo ello mientras la observaba con ojos perspicaces e inteligentes.

– Entiendo que ha hecho una conquista -observó su señoría.

Leonora arqueó ligeramente las cejas, dejó que sus labios se curvaran.

– Enteramente involuntaria, se lo aseguro.

Los ojos de Lady Holland se abrieron ampliamente; parecía intrigada.

Leonora dejó que su sonrisa se hiciera más profunda; con la cabeza alta, se deslizó por la habitación.

Desde donde se había retirado a reposar contra la pared de la sala, Tristan observó el intercambio, vio la sorpresa de Lady Holland, captó la divertida mirada que le lanzó cuando Leonora se movió entre la multitud.

La ignoró, centró su mirada en su presa, y se separó de la pared.

Había llegado pronto, algo poco elegante, sin preocuparle que su señoría, que siempre se interesaba por lo que hacía, adivinara correctamente sus intenciones. Las últimas dos horas habían sido de pasividad, de completo aburrimiento, recordándole porqué nunca había sentido que se perdía algo al unirse al ejército a los veinte. Ahora Leonora había accedido a venir, y él podría encargarse de sus asuntos.

Las invitaciones que había arreglado por sí mismo y aquellas de sus viejos conocidos vinculados a la ciudad, asegurarían que durante la siguiente semana sería capaz de acercarse a ella cada noche, en algún lugar entre la alta sociedad.

Algún lugar propicio para favorecer su objetivo.

Más allá de eso, incluso si la maldita mujer todavía se mantenía firme, con la sociedad siendo lo que era, las invitaciones seguirían espontáneamente, creando oportunidades para que las aprovechara hasta que Leonora se rindiera.

La tenía en su punto de mira; no escaparía.

Reduciendo la distancia entre ellos, se acercó a su lado cuando sus tías se hundieron en un diván en un lateral de la habitación. Su aparición reemplazó a unos cuantos caballeros que se habían fijado en Leonora y habían pensado en tantear el terreno.

Había descubierto que Lady Warsingham de ninguna manera era desconocida entre la alta sociedad; ni tampoco su sobrina. La idea general sobre Leonora era que era una dama malintencionada, terca y difícil de manejar, opuesta al matrimonio. Aunque su edad la colocaba más allá del rango de señoritas casaderas, su belleza, seguridad y comportamiento la ponían en la luz de un desafío, por lo menos a los ojos de los hombres que miraban a las damas desafiantes con interés.

Tales caballeros sin duda tomarían nota de su interés y mirarían a otro lado. Si eran inteligentes.

Hizo una reverencia a las otras damas, que le sonrieron ampliamente.

Se giró hacia Leonora y se encontró una mirada arqueada y distintivamente glacial.

– Señorita Carling.

Ella le tendió la mano e hizo una reverencia. Él le correspondió con otra, la levantó y le puso la mano en su manga.

Sólo para que ella la levantara y se girara para saludar a una pareja que se había acercado.

– ¡Leonora! ¡Debo decir que no te he visto en mucho tiempo!

– Buenas tardes, Daphne. Señor Merryweather. -Leonora tocó mejillas con Daphne, una dama de cabello castaño y generosos encantos, y después le estrechó la mano al caballero cuya tonalidad y facciones lo proclamaban hermano de Daphne.

Leonora le lanzó una mirada a Tristan, y luego lo incluyó suavemente, introduciéndolo como el Conde de Trentham.

– ¡Vaya! -Los ojos de Merryweather se iluminaron-. Escuché que estaba en los Guardias en Waterloo.

– Ciertamente. -Pronunció la palabra tan represivamente como pudo, pero Merryweather no captó la indirecta. Continuó parloteando las preguntas habituales; suspirando interiormente, Tristan le dio sus practicadas respuestas.

Leonora, más acostumbrada a sus tonos, le lanzó una mirada curiosa, pero entonces Daphne reclamó su atención.

Con su agudo oído, Tristan rápidamente se dio cuenta del propósito de las preguntas de Daphne. Asumía que Leonora no estaba interesada en él; aunque casada, estaba claro que Daphne sí.

Por la comisura de su ojo, vio que Leonora le lanzaba una mirada evaluadora, después se inclinaba más cerca de Daphne, bajaba la voz…

Repentinamente vio el peligro.

Estirando la mano, rodeó deliberadamente con los dedos la muñeca de Leonora. Sonriendo encantadoramente a Merryweather, cambió de posición, incluyendo a Daphne en un gesto cuando, de forma enteramente poco sutil, atrajo a Leonora hacia él -lejos de Daphne- y enlazó el brazo de ella con el suyo.

– Espero que nos disculpe… justo acabo de ver a mi antiguo comandante. Realmente debo presentarle mis respetos.

Tanto Merryweather como Daphne sonrieron y susurraron fáciles despedidas; antes de que Leonora pudiera calmarse, Tristan inclinó la cabeza y la alejó, entre la multitud.

Los pies de ella se movieron; su mirada se centró en la cara de él. Después miró hacia delante.

– Eso fue una grosería. No eres un oficial en activo… no hay razón para que necesites saludar a tu ex-comandante.

– Cierto. Especialmente porque no está presente.

Ella lo miró estrechando los ojos.

– No sólo malvado, sino un malvado mentiroso.

– Hablando de malvados, creo que deberíamos poner algunas reglas para este noviazgo. Durante el tiempo que pasemos haciendo esgrima con la alta sociedad -una cantidad de tiempo enteramente bajo tu control, debo añadir- te abstendrás de poner a cualquier arpía como la encantadora Daphne sobre mí.

– ¿Pero para qué estás aquí sino para probar y seleccionar entre las frutas de la alta sociedad? -Ella hizo un gesto a su alrededor-. Es lo que hacen los caballeros de la aristocracia.

– Dios sabe porqué… yo no. Yo, como bien sabes, estoy aquí con un único propósito… perseguirte.

Se detuvo para coger dos copas de champán de la bandeja de un sirviente. Pasándole una a Leonora, la condujo a una zona menos congestionada delante de una larga ventana. Colocándose de modo que pudiera ver la habitación, tomó un trago y continuó:

– Puedes jugar este juego entre nosotros de la forma que quieras, pero si posees algún instinto de auto conservación, mantendrás el juego entre nosotros y no involucrarás a otros. -Bajó la mirada, encontró los ojos de ella-. Mujer u hombre.

Ella lo consideró; sus cejas se enarcaron levemente.

– ¿Es eso una amenaza? -Calmadamente dio un sorbo, aparentemente impasible.

Él estudió sus ojos, serenos y tranquilos. Confiados.

– No. -Levantando su copa, chocó el borde con la de ella-. Es una promesa.

Tristan bebió y vio cómo los ojos de Leonora llameaban.

Pero ella tenía su temperamento firmemente bajo control. Se obligó a beber, a aparentar estar inspeccionando la multitud, y después bajó la copa.

– No puedes simplemente aparecer y apoderarte de mí.

– No quiero apoderarme de ti. Te quiero en mi cama.

Eso le ganó una mirada ligeramente escandalizada, pero nadie más estaba lo suficientemente cerca como para escuchar.

Remitiendo el rubor, ella le sostuvo la mirada.

– Eso es algo que no puedes tener.

Él dejó que el momento se prolongara, después enarcó una ceja hacia ella.

– Ya veremos.

Leonora le estudió el rostro, luego levantó su copa. Su mirada fue más allá de él.