Dejando a Mildred y Gertie con un grupo de amigas, avanzó por el salón, parándose a intercambiar saludos aquí y allá, pero siempre siguiendo adelante. Una danza acababa de terminar cuando entró por las puertas del salón; rápidamente recorriendo con la mirada a los presentes, consideró a cual de los caballeros…
Duros dedos, una dura palma, se cerró alrededor de su mano; sus sentidos reaccionaron, informándola de quién estaba pegado a su hombro incluso antes de que se girara y encontrara su mirada.
– Buenas noches. -Con los ojos en los de ella, Trentham se llevó su mano a los labios. Buscó sus ojos. Enarcó una ceja-. ¿Te apetece bailar?
La mirada en sus ojos, el tono en su voz… sólo con eso, la hizo volver a la vida. Hizo que sus nervios se estrecharan, sus sentidos cantaran. Sintió una ráfaga de placentera anticipación deslizándose sobre ella. Leonora aspiró, proporcionándole a su imaginación la ilusión de lo que sentiría al bailar con él.
– Yo… -apartó la mirada, hacia el mar de bailarines esperando a que empezara el siguiente compás.
Él no dijo nada, simplemente esperó. Cuando lo volvió a observar, él encontró su mirada.
– ¿Sí?
Los ojos color avellana eran agudos, vigilantes; en sus profundidades merodeaba una ligera diversión.
Sintiendo que sus labios se apretaban, elevó el mentón.
– Claro… ¿por qué no?
Él sonrió, no de forma encantadora, sino con depredador agradecimiento de que aceptara su desafío. La guió hacia delante cuando las notas iniciales de un vals comenzaban.
Tenía que ser un vals. En el instante en que la tuvo en sus brazos, ella supo que estaba en problemas. Valientemente luchaba por diluir su respuesta al tenerlo tan cerca, al sentir que su fuerza la engullía otra vez, la mano de él se apoyó en la seda de su espalda, y ella trató de encontrar una distracción.
Dejó que un ceño se formara en sus ojos.
– Creí que irías a la fiesta de los Colchester.
Las comisuras de su boca se elevaron.
– Sabía que estarías aquí. -Sus ojos la interrogaron… maliciosos, peligrosos-. Créeme, estoy perfectamente satisfecho con tu elección.
Si había abrigado alguna duda de a qué se refería, el giro al final del salón lo explicaba todo. Si hubieran estado en la fiesta de los Colchester, bailando el vals en su enorme recinto, no habría sido capaz de sujetarla tan cerca, de curvar sus dedos tan posesivamente en su mano, de pegarla en el giro tanto a él que sus caderas se rozaran. Aquí, la pista de baile estaba llena de otras parejas, todas absortas en sí mismas, inmersas en el momento. No había matronas apoyadas en las paredes, mirando, esperando para desaprobar.
Los muslos de él separaron los de ella, todo poder contenido mientras la balanceaba en el giro; ella no pudo suprimir el temblor en su reacción, no pudo evitar que sus nervios y todo su cuerpo respondieran.
Tristan le miró la cara, se preguntó si tenía alguna idea de lo receptiva que era, de lo que le hacía a él ver llamear sus ojos, luego oscurecerse, ver sus pestañas cerrarse, sus labios abrirse.
Sabía que no era consciente de ello.
Eso sólo lo empeoraba, sólo aumentaba el efecto, y lo dejaba mucho más dolorido.
El insistente dolor se había incrementado los últimos días, una persistente irritación con la que nunca antes había tenido que luchar. Antes, la picazón del deseo había sido algo simple de rascar. Esta vez…
Todos sus sentidos estaban centrados en ella, en el balanceo de su flexible cuerpo en sus brazos, en la promesa de su calidez, en el esquivo y provocador tormento de la pasión que parecía decidida a negar.
Eso último era algo que no permitiría. No debería permitir.
La música terminó y Tristan se vio obligado a parar y a soltarla, algo que hizo de mala gana, un hecho que sus enormes ojos decían que había notado.
Ella se aclaró la garganta, se alisó el vestido.
– Gracias. -Miró a su alrededor-. Ahora…
– Antes de que pierdas el tiempo planeando algo más, como atraer a otros caballeros para que bailen contigo, mientras estés conmigo, no bailarás con nadie más.
Leonora se giró para mirarlo.
– ¿Cómo dices?
Francamente, no podía creer lo que había escuchado.
Los ojos de Tristan permanecieron duros. Enarcó una ceja.
– ¿Quieres que lo repita?
– ¡No! Quiero olvidar que alguna vez escuché semejante impertinencia.
A él no pareció afectarle en absoluto su creciente ira.
– Eso no sería inteligente.
Ella sintió que su temperamento crecía; mantenían las voces bajas, pero no había duda de la dirección que estaba tomando la conversación. Estirándose, reuniendo cada onza de arrogancia que poseía, Leonora inclinó la cabeza.
– Si me perdonas…
– No. -Dedos acerados se cerraron alrededor de su codo; indicó con la cabeza el final de la habitación-. ¿Ves esa puerta de ahí? Vamos a ir por ella.
Ella aspiró profundamente, contuvo el aliento. Cuidadosamente enunció:
– Me doy cuenta de que tu inexperiencia con la alta sociedad…
– La alta sociedad me aburre profundamente. -Bajó la mirada hacia ella, empezó a llevarla de forma discreta pero efectiva hacia la puerta cerrada-. Por tanto, es poco probable que preste atención a sus rígidas maneras.
Su corazón latía furiosamente. Mirándolo a los ojos duros, de color avellana, se dio cuenta de que no estaba jugando con un simple lobo, sino con un lobo salvaje. Uno que no reconocía ninguna regla salvo las suyas.
– No puedes simplemente…
Secuestrarme. Tomarme.
La mirada de Tristan permaneció en su rostro, calibrándola, juzgando, mientras expertamente la guiaba por la atestada habitación.
– Sugiero que vayamos a un lugar donde podamos discutir nuestra relación en privado.
Ella había estado en privado con él un buen número de veces; no había necesidad de que sus sentidos saltaran ante la palabra. Ninguna necesidad de que su imaginación se desmadrara. Irritada porque lo había hecho, Leonora trató firmemente de retomar el control. Levantando la cabeza, asintió.
– Muy bien. Estoy de acuerdo. Claramente necesitamos tratar nuestros distintos puntos de vista y dejar las cosas claras.
No iba a casarse con él; ése era el punto que Trentham tenía que aceptar. Si hacía hincapié en ese hecho, si se aferraba a él, estaría a salvo.
Llegaron a la puerta y él la abrió; Leonora pasó por ella a un pasillo que discurría lateralmente a la sala de recepción. El pasaje era lo suficientemente amplio como para que dos personas caminaran juntas; un lado estaba lleno de paneles tallados con puertas, el otro, era una pared con ventanas que daba a los jardines privados.
Al final de la primavera y en el verano, las ventanas estarían abiertas y el pasillo se convertiría en un encantador espacio por el que los invitados podrían pasear. Esta noche, con un crudo viento soplando y la promesa de helada en el aire, todas las puertas y ventanas estaban cerradas, el pasillo desierto.
La luz de la luna entraba proporcionando suficiente luz como para ver. Las paredes eran de piedra, las puertas de sólido roble. Una vez que Trentham cerró la puerta tras ellos, se quedaron en un mundo plateado y privado.
Él le soltó el brazo y le ofreció el suyo; ella fingió no notarlo. Con la cabeza alta, caminó lentamente.
– El asunto pertinente que tenemos que tratar… -se calló cuando la mano de él se cerró sobre la suya. Posesivamente. Se detuvo, miró sus dedos encerrados en la palma de él.
– Esto -dijo Leonora, con la vista fija en su mirada-, es un ejemplo perfecto del asunto que tenemos que discutir. No puedes ir por ahí cogiéndome la mano, agarrándome como si de alguna manera te perteneciera…