Al éxtasis.
La danza lenta, caliente y profundamente satisfactoria se redujo, se detuvo. Los dejó unidos, juntos, respirando con fuerza, las frentes tocándose. Los fuertes latidos de sus corazones les llenaban los oídos. Sus pestañas se levantaron, las miradas se tocaron.
Los labios se rozaron, los alientos se mezclaron.
Su calidez los sostuvo.
Estaba enfundado hasta la empuñadura en su ajustado calor, y no sentía el deseo de moverse, de romper el hechizo. Los brazos de ella le rodeaban el cuello, sus piernas las caderas. Leonora no hizo ningún esfuerzo por cambiar de posición, por apartarse… por dejarlo.
Parecía todavía más aturdida, más vulnerable, que él.
– ¿Estás bien?
Tristan susurró las palabras, vio cómo los ojos de ella se centraban.
– Sí. -La respuesta vino en una suave exhalación. Se lamió los labios, miró brevemente los suyos. Se aclaró la garganta-. Eso fue…
Leonora no pudo encontrar una palabra que fuera suficiente.
Las comisuras de la boca de Tristan se elevaron.
– Estupendo.
Encontrando su mirada, no supo que otra cosa hacer excepto asentir. Sólo se pudo preguntar por la locura que la había embargado.
Y el hambre, la cruda necesidad que la había atrapado.
Los ojos de Tristan eran oscuros, pero más suaves, no tan agudos como solían ser. Pareció sentir su asombro; curvó los labios. Los pegó a los de ella.
– Te deseo. -Sus labios se volvieron a rozar-. De todas las maneras posibles.
Escuchó la verdad, reconoció su tono. Tuvo que preguntarse.
– ¿Por qué?
Él le empujó la cabeza hacia atrás, posó los labios sobre su mentón.
– Por esto. Porque nunca tendré suficiente de ti.
Leonora pudo sentir el poder de su apetito elevándose de nuevo. Sintiéndolo en su interior, creciendo la sensación, más definida.
– ¿Otra vez? -escuchó con aturdido asombro su propia voz.
Tristan respondió con un bajo gruñido que podría haber sido una risita muy masculina.
– Otra vez.
Nunca debería haber aceptado -consentido- esa segunda acalorada unión sobre los manteles.
Bebiendo té en la mesa del desayuno a la mañana siguiente, se hizo el firme propósito de no ser tan débil en el futuro… durante el resto del mes que les quedaba. Trentham, Tristan, como había insistido que lo llamara, finalmente la había acompañado de vuelta a la sala de recepción con un aire de propietario, engreído y totalmente masculino que encontró extremadamente irritante. Especialmente, dado que sospechaba que su engreimiento derivaba de su afianzada creencia de que encontraría hacer el amor tan adictivo que aceptaría a ciegas casarse con él.
El tiempo le enseñaría su error. Mientras tanto, la obligaba a ejercitar un cierto grado de cautela.
Después de todo, nunca había tenido la intención de consentir una primera unión, mucho menos la segunda.
No obstante… había aprendido más, definitivamente le añadió una provisión de experiencia. Dados los términos de su acuerdo, no tenía nada que temer… el impulso, la necesidad física que los había unido se desvanecería gradualmente; una indulgencia ocasional no era tan grave.
Excepto por la posibilidad de un niño.
La noción flotó en su mente. Estirando la mano para coger otra tostada, la consideró. Consideró, sorprendida, su inicial reacción impulsiva hacia ella.
No era lo que había esperado.
Con un ceño creciendo alrededor de sus ojos, esperó a que el sentido común se reafirmara.
Finalmente reconoció que su interacción con Trentham le estaba enseñando y revelando cosas de sí misma que nunca había sabido.
Que ni siquiera había sospechado.
Durante los siguientes días, se mantuvo ocupada, estudiando los diarios de Cedric y ocupándose de Humphrey y Jeremy y la habitual secuencia de vida diaria en Montrose Place.
Por las noches, sin embargo…
Se empezó a sentir como una perenne Cenicienta, yendo a baile tras baile y noche tras noche acabando inevitablemente en brazos de su príncipe. Un príncipe extremadamente guapo y dominante que nunca fracasaba, a pesar de su firme resolución, en hacerle perder la cabeza… y llevarla a un lugar privado donde podían satisfacer sus sentidos, y esa llameante necesidad de estar juntos, de compartir sus cuerpos y ser uno.
El éxito de Tristan era alarmante; no tenía ni idea de cómo lo conseguía. Incluso cuando evitaba la obvia elección de entretenimiento, adivinando a qué evento esperaría él que asistiera y yendo a algún otro, nunca fallaba en materializarse a su lado en el instante que entraba en el salón.
Y respecto a su conocimiento de las casas de sus anfitrionas, eso estaba empezando a bordear lo extraño. Había pasado más tiempo que él en la alta sociedad, y más recientemente, y aún así, con infalible precisión la llevaba a un pequeño salón, o a una retirada biblioteca o a un estudio, o a una estancia en el jardín.
Para cuando terminó la semana, se estaba empezando a sentir seriamente perseguida.
Empezaba a darse cuenta que era posible que hubiera subestimado el sentimiento entre ellos.
O, incluso más aterrador, que hubiera calculado completamente mal la naturaleza de aquel sentimiento.
CAPÍTULO 12
Había poco que Tristan no supiera sobre cómo establecer una red de informadores.
El cochero de Lady Warsingham no encontró dificultad alguna en proporcionar al barrendero local las nuevas noticias respecto al lugar donde se dirigía cada tarde; uno de los lacayos de Tristan iría a dar un paseo al mediodía con el fin de encontrar al barrendero y retornar con los informes.
Su propio personal estaba resultando ser una fuente ejemplar de información, conspiraban y ansiosos le suministraban detalles de las casas que Leonora honraba con su presencia. Gasthorpe por iniciativa propia había provisto a Tristan de un contacto vital.
Toby, el limpiabotas de los Carlings, habitaba la cocina del Número 14 y por lo tanto conocía las deseadas direcciones de sus amos y su ama. El joven siempre estaba impaciente por oír los cuentos del ex sargento mayor; a cambio, inocentemente proveía información a Tristan respecto de las actividades de Leonora durante el día.
Esa tarde, ella había decidido asistir a la gala de la Marquesa de Huntly.
Tristan entró tranquilamente unos minutos antes del momento en que calculó llegarían las Warsingham a la fiesta.
Lady Huntly lo saludó con un centelleo en sus ojos.
– ¿Entiendo -dijo ella-, que tiene particular interés en la señorita Carling?
Él la miró sorprendido…
– Muy particular.
– En ese caso, debería advertirle que varios de mis sobrinos esperan asistir esta noche. -Lady Huntly acarició su brazo-. A buen entendedor pocas palabras bastan.
Él inclinó la cabeza y se movió entre la muchedumbre, estrujando su cerebro para saber qué relevancia tenía la conexión. ¿Sus sobrinos? Estuvo a punto de ir en búsqueda de Ethelreda o Millicent, quienes estaban por algún lugar del salón, y solicitarles una aclaración, cuando reparó en que Lady Huntly era una Cynster.
Murmurando una maldición, inmediatamente dio media vuelta y subió a posicionarse cerca de las puertas principales.
Leonora entró unos minutos más tarde; él reclamó su mano en el momento que se hallaba en la fila para ser recibida
Ella levantó las cejas; podía ver el comentario respecto a la manifiesta posesividad que estaba formándose en su mente. Colocando su mano sobre la de ella, Tristan le apretó los dedos.
– Vamos a acomodar a tus tías, luego podremos bailar.
Ella encontró sus ojos.
– Sólo un baile.
Una advertencia que él no tenía ninguna intención de atender. Juntos escoltaron a las tías hacia un grupo de sillones donde muchas de las más ancianas damas se habían congregado.