Llegó al lado de Leonora; ella le miró, sonrió.
– ¡Ah! Estás aquí.
Tomando su mano, la levantó brevemente a sus labios, luego la colocó sobre su manga como era habitual. Ella levantó apenas las cejas, con resignación, entonces se dio la vuelta hacia los demás.
– Permíteme presentarte.
Así lo hizo; él oyó con una sacudida que la otra dama era la esposa de Whorton. Ocultando su reacción, devolvió los saludos.
La señora Whorton le sonrió dulcemente.
– Como estaba diciendo, está demostrado que es un verdadero esfuerzo organizar la educación de nuestros hijos…
Con evidente sorpresa, él se encontró escuchando la discusión de dónde enviar a los mocosos de Whorton para su educación. Leonora dio su opinión desde su experiencia con Jeremy; Whorton bastante claramente tenía la intención de darle a su consejo la esparada consideración.
Contrariamente a lo que Gertie suponía. Whorton no intentó atacar a Leonora, ni evocar ningún viejo sentimiento
Tristan miró a Leonora atentamente, pero no pudo descubrir nada más allá de su serena y acostumbrada confianza, su usual gentileza, su cortesía social.
Ella no era una actriz particularmente buena; su carácter era demasiado evidente. Independientemente de los sentimientos que hubiera tenido hacia Whorton, ya no eran lo bastante fuertes como para acelerarle el pulso. Éste latía regularmente bajo sus dedos; ella estaba realmente imperturbable. Incluso sobre la discusión de los niños quienes, si las cosas hubieran sido diferentes, podrían haber sido suyos.
De pronto se preguntó qué sentiría ella sobre los niños, se dio cuenta de que había estado tomando en la relación sólo su punto de vista, dando por sentado lo de su heredero.
Se preguntó si ella no llevaría ya a su hijo.
Su interior se contrajo; una ola de posesividad fluyó por él. No demostró más que un aleteo de pestañas, pero Leonora le miró, con un tenue entrecejo, había en sus ojos un interrogante de preocupación.
La mirada lo rescató. Sonrió fácilmente; ella parpadeó, buscó sus ojos, luego volvió a la charla de la señora Whorton.
Finalmente, los músicos afinaron. Él aprovechó el momento para separarse de los Whortons; condujo a Leonora directamente a la pista.
La introdujo entre sus brazos y la hizo girar con el vals.
Sólo entonces se concentró en su cara, en la sufrida mirada de sus ojos.
Él parpadeó, levantó una ceja.
– Me doy cuenta de que vosotros los militares estáis acostumbrados a comportaros con premura, pero dentro de los abarrotados salones de baile, se acostumbra a preguntar a una dama si desea bailar.
Él encontró su mirada. Después de un momento, dijo:
– Discúlpame.
Ella esperó, luego arqueó sus cejas.
– ¿No me lo pedirás?
– No. Estamos bailando el vals. Pedirte bailar sería redundante. Y podrías negarte.
Ella parpadeó, luego sonrió, claramente divertida.
– Debo intentarlo algún día.
– ¡No!
– ¿Por qué no?
– Porque no te gustará lo que pasará.
Ella sostuvo su mirada desafiante, luego suspiró exageradamente.
– Tendrás que trabajar en tus aptitudes sociales. Esa actitud del perro del hortelano, que ni comer ni comer deja no está bien.
– Créeme, estoy trabajando en una solución. Tu ayuda sería invalorable.
Ella entrecerró los ojos, luego arrugó la nariz y apartó la vista. Disimulando su enfado porque él había tenido la última palabra.
Tristan la hizo girar en una amplia vuelta, y pensó en otro pequeño asunto, pertinente y posiblemente urgente, que ahora tendría que tratar.
Militares. No importa cómo de antiguos y sepultados, estuvieran los recuerdos de Whorton, no podrían haber sido felices y ella casi seguro catalogaba a ambos hombres como de la misma calaña.
CAPÍTULO 13
– ¡Excelente! -Leonora alzó la vista cuando Tristan entró. Rápidamente ordenó el escritorio, lo cerró y se puso de pie-. Podemos dar un paseo con Henrietta, y yo puedo darte mis noticias.
Tristan arqueó una ceja, pero obedientemente le sostuvo la puerta y la siguió hasta el vestíbulo. Ella le había dicho la noche anterior que había recibido varias respuestas de los conocidos de Cedric; le había pedido que la visitara para hablar sobre ellas -no había mencionado lo de pasear a la perra.
La ayudó con su capa, después se embutió dentro de su gabán; el viento era frío, silbando a través de las calles. Las nubes ocultaban el sol, pero el día era bastante seco. Un lacayo llegó con Henrietta tirando de la correa. Tristan le echó una mirada de advertencia al lebrel, luego tomó la correa.
Leonora le condujo hacia la salida.
– El parque está solo unas pocas calles más allá.
– ¿Confío -dijo Tristan, siguiéndola por el sendero del jardín- en que has estado paseando al perro?
Ella le echó un vistazo.
– Si con eso quieres preguntar si he salido a la calle sin ella, no. Pero es definitivamente restrictivo. Cuanto antes le paremos los pies a Mountford, mejor.
Caminando rápidamente hacia delante, abrió la puerta, sosteniéndola mientras él y Henrietta pasaban, luego la cerró.
Él le tomo la mano, atrapando su mirada mientras colocaba su brazo sobre el suyo.
– Cambiando de tema. -Manteniéndola a su lado, dejó que Henrietta los guiase en dirección al parque-. ¿Qué has descubierto?
Ella suspiró, posando su brazo en el de él, miró hacia delante.
– Tenía grandes esperanzas sobre A. J. Carruthers, Cedric se comunicaba con más frecuencia con Carruthers en los últimos meses. Sin embargo, no he recibido ninguna respuesta de Yorkshire, donde vive Carruthers, hasta ayer. Antes de esto, no obstante, a lo largo de los días anteriores recibí tres respuestas de otros herboristas, todos dispersos por el país. Los tres me escribieron que creían que Cedric había estado trabajando en alguna formula especial, pero ninguno conocía ningún detalle. Cada uno de ellos, sin embargo, sugirió que contactase con A. J. Carruthers, pues tenían entendido que Cedric había estado trabajando muy estrechamente con él.
– ¿Tres respuestas independientes y todas coinciden en que Carruthers sabía más?
Leonora asintió.
– Precisamente. Sin embargo, por desgracia, A. J. Carruthers está muerto.
– ¿Muerto? -Tristan se paró en la acera y encontró su mirada. La verde extensión del parque se extendía al otro lado de la calle-. ¿Cómo murió?
Ella no entendió mal las palabras, pero hizo una mueca.
– No lo sé, todo lo que sé es que está muerto.
Henrietta dio un tirón; Tristan la controló, luego condujo a ambas féminas a través de la calle. La forma enorme y peluda de Henrietta, sus enormes mandíbulas llenas de afilados dientes, le daban la excusa perfecta para evitar la concurrida área de moda con las matronas y sus hijas, guió al sabueso hacia la zona mas frondosa y demasiado crecida, mas allá del final occidental de Rotten Row.
Esa zona estaba completamente desierta.
Leonora no esperó la siguiente pregunta.
– La carta que recibí ayer era del abogado de Harrogate quién trabajó para Carruthers y supervisó su herencia. Él me informó del fallecimiento de Carruthers, pero dijo que no podría prestarme ninguna otra ayuda en mi investigación. Sugirió que el sobrino de Carruthers, quien heredó todos sus diarios y demás, podría ser capaz de arrojar alguna luz sobre el asunto. El abogado sabía que Carruthers y Cedric habían acordado un gran trato en los meses previos a la muerte de Cedric.
– ¿Mencionó exactamente cuándo murió Carruthers?
– No exactamente. Todo lo que dijo fue que Carruthers murió algunos meses después que Cedric, pero que había estado enfermo desde algún tiempo antes.
Leonora hizo una pausa, entonces añadió.