– No hay mención en las cartas que Carruthers envió a Cedric de ninguna enfermedad, pero podrían no haber estado muy unidos.
– Desde luego. Este sobrino, ¿tenemos su nombre y dirección?
– No. -La expresión de ella era la frustración encarnada-. El abogado me informó de que había remitido mi carta al sobrino en York pero eso fue todo lo que dijo.
– Hmmm, -bajando la mirada, Tristan siguió caminando, evaluando, extrapolando.
Leonora le echó un vistazo.
– Es la información más interesante que hemos encontrado hasta ahora, la más probable de hecho, la única posible conexión con algo que podría ser lo que Mountford busca. No hay nada específico en las cartas de Carruthers a Cedric, aparte de referencias indirectas a algo en lo que estaban trabajando, ningún detalle en absoluto. Pero nosotros tenemos que buscarlo, ¿no crees?
Él levantó la vista, mirándola a los ojos, asintió.
– Lo buscaremos mañana.
Ella frunció el ceño.
– ¿Dónde? ¿En Harrogate?
– Y en York. Una vez que tengamos el nombre y la dirección, no hay razón para esperar para visitar al sobrino.
Su único pesar era que él no podría hacerlo personalmente. Viajar a Yorkshire significaría dejar a Leonora fuera de su alcance; podría rodearla de guardias, aunque ninguna cantidad de protección organizada sería suficiente para tranquilizarlo sobre la seguridad de ella, no hasta que Mountford, quienquiera que fuera, fuese capturado.
Habían estado paseando, ni lentamente ni con brío, habían ido siguiendo la estela de Henrietta. Él se había dado cuenta de que Leonora estaba estudiándolo, con una mirada bastante extraña en su cara.
– ¿Qué?
Ella apretó los labios, puso sus ojos en él, entonces sacudió la cabeza, apartando la mirada.
– Tú.
Él esperó, luego preguntó.
– ¿Qué pasa conmigo?
– Tú sabías suficiente para darte cuenta de que alguien había hecho una copia de la llave. Esperabas a un ladrón y te enfrentaste a él sin que se te moviera un pelo. Puedes forzar cerraduras. Valorar edificios para ver si pueden resistir intrusos es algo que habías hecho antes. Conseguiste acceso a documentos especiales del Registro, documentos que otros no habrían sabido siquiera que existían. -Con un gesto de su mano lo señaló-. Puedes tener hombres vigilando mi calle. Vistes como un peón y frecuentas el puerto, entonces te transformas en un conde, uno que de algún modo siempre sabe donde estaré, uno con un ejemplar conocimiento de las casas de nuestros anfitriones. Y ahora, así de fácil, lo arreglarás para que tu gente vaya a buscar información a Harrogate y York -lo miró fijamente con una intensa pero intrigada mirada-. Tú eres el más raro ex-soldado-conde que jamás he conocido.
Él le sostuvo la mirada durante un largo momento, después murmuró.
– No era un soldado común.
Ella asintió, mirando hacia delante una vez más.
– Ya me dí cuenta. Tú eras un comandante de la guardia, un soldado de la clase de Diablo Cynster.
– No. -Esperó hasta que ella fijo su mirada en él- Yo…
Se detuvo. El momento había llegado antes de lo que había previsto. Un torrente de pensamientos llenó su mente, el más destacado era cómo se sentiría una mujer a la que había dado calabazas un soldado, ante la mentira de otro. Quizás no era exactamente una mentira ¿pero vería ella la diferencia? Todos sus instintos le llevaban a mantenerla en la oscuridad, para guardar el peligroso pasado de él y su igualmente peligrosa propensión hacia ella. Para mantenerla en la ignorancia sublime de ese lado de su vida, y todo lo que decía de su carácter.
Mirándolo a la cara, Leonora continuó paseando lentamente, inclinando la cabeza mientras lo estudiaba. Y esperó.
Él suspiró, suavemente dijo.
– No era como Diablo Cynster, tampoco.
Leonora examinó sus ojos, vio allí algo que no podía interpretar.
– ¿Qué clase de soldado eras entonces?
La respuesta, sabía, contenía una clave vital para entender quién era realmente el hombre que estaba a su lado.
Los labios de él se torcieron irónicamente.
– Si pudieras obtener acceso a mi historial, éste te diría que me uní a la armada a los veinte y alcancé el rango de comandante de la guardia. Te presentaría a un regimiento, pero si interrogases a los soldados de ese regimiento, descubrirías que pocos me conocían, que no había sido visto desde poco después de que me alisté.
– Así que, ¿en qué clase de regimiento estabas? En la caballería no.
– No. Ni en la infantería, ni tampoco en la artillería.
– Dijiste que habías estado en Waterloo.
– Estuve -él le sostuvo la mirada-. Estuve en el campo de batalla pero no con nuestras tropas. -observó sus ojos ensancharse, luego quedamente agregó-. Estaba tras las líneas enemigas.
Ella parpadeó, luego lo miró fijamente, intensamente intrigada.
– ¿Eras un espía?
Él hizo una ligera mueca, mirando adelante.
– Un agente trabajando de forma no oficial para el gobierno de su majestad.
Un montón de impresiones la inundaron, observaciones que de pronto tenían sentido, otras cosas que ya no eran tan misteriosas, sin embargo estaba mucho más interesada en lo que esa revelación significaba, lo que decía de él.
– Debías estar terriblemente solo, además de ser horrendamente peligroso.
Tristan le echó una ojeada; eso no era lo que había esperado que dijera, o pensara. Su mente retrocedió años atrás… asintió
– A menudo.
Esperó por más, por todas las predecibles preguntas. No hubo ninguna. Iban más despacio; impaciente, Henrietta ladró y tironeó. Leonora y él intercambiaron una mirada, entonces ella sonrió, se agarró a su brazo y apretaron el paso con más brío, girando de vuelta por las calles de Belgravia.
Ella tenía una expresión pensativa en la cara, lejana y distante, aunque no preocupada, ni irritada. Cuando sintió la mirada fija de él, lo miró, encontrándose con sus ojos, entonces sonrió y volvió a mirar hacia delante.
Cruzaron y pasearon por la calle, después giraron en Montrose Place. Alcanzaron su puerta, abriéndola ampliamente ella entró y él la siguió dentro. Ella estaba esperando para cogerlo del brazo; aún estaba sumida en sus pensamientos.
Él se detuvo delante de la escalera.
– Te dejaré aquí.
Ella le echó un vistazo, entonces inclinó la cabeza y tomó la correa de Henrietta. Lo miró a los ojos, los de ella eran de un brillante azul.
– Gracias.
Esos ojos azules como las vincas decían que estaba hablando de mucho más que de su ayuda con Henrietta.
Él asintió, metiéndose las manos en los bolsillos.
– Tendré a alguien camino a York esta noche. ¿Creo que asistirás a la reunión de Lady Maniver?
Los labios de ella se alzaron.
– Por supuesto.
– Te veré allí.
Ella le sostuvo la mirada un momento, entonces inclinó la cabeza.
– Hasta entonces.
Ella se aparto. La observó entrar y esperó hasta que la puerta se cerró, entonces se volvió alejándose.
Tratar con Tristan, decidió Leonora, se había vuelto increíblemente complicado.
Era la mañana siguiente; se arrellanó en la cama y miró fijamente los rayos de sol que hacían dibujos en el techo. E intentó saber qué, exactamente, había entre ellos. Entre Tristan Wemyss, ex-espía, ex-no oficial agente del gobierno de su majestad y ella.
Pensaba que lo sabía, pero día a día, noche tras noche, él se mantenía… no tanto cambiante sino revelando unas profundidades más grandes e intrigantes que nunca. Facetas de su carácter que nunca imaginó que podría poseer, aspectos que encontraba profundamente atractivos.
Anoche… todo había sucedido como normalmente lo hacía. Ella había intentado, no con demasiada fuerza, admitámoslo -había estado distraída por todo lo que había aprendido esa tarde-, pero había hecho un esfuerzo para mantenerse en una línea célibe. Él había parecido más decidido, más determinado de lo normal en asaltar su posición, en tomarla.