La había llevado rápidamente a una habitación aislada, un lugar cubierto de sombras. Allí, sobre un sofá cama, le había enseñado a montar encima de él, incluso ahora, sólo pensando en esos momentos se ruborizaba. Recordar la sensación enviaba olas de calor a través de ella. Le dolían los músculos de los muslos en ese momento, pero en esa posición había sido capaz de apreciar cuánto placer le daba. Cuánto placer sensual recibía él de su cuerpo. Por primera vez en todos sus encuentros, ella había llevado la delantera, había experimentado, y había disfrutado de su habilidad para darle placer a él.
Adictivo, cautivador. Profundamente satisfactorio.
Esa, sin embargo, había sido la menor de las revelaciones que la tarde le había traído.
Cuando finalmente cayó en sus brazos, acalorada y llena, ella le había mordido el hombro y le dijo que le gustaba la clase de soldado que era, él le había acariciado la espalda lentamente, pensativamente, entonces dijo.
– Yo no soy como Whorton, te lo prometo.
Ella había parpadeado, luego se había incorporado con dificultad sobre sus codos frunciendo el ceño en su cara.
– Tú no te pareces en nada a Mark. -Su mente estaba atontada; el cuerpo duro como una piedra, bronceado, lleno de cicatrices debajo de ella no se parecía en nada a cómo había imaginado que podría ser el de Mark, y cómo era el hombre dentro del cuerpo.
Los ojos de Tristan estaban oscurecidos, imposibles de leer. La mano de él había continuado lentamente, tranquilamente acariciándola. Debió ver la confusión en la cara de ella.
– Quiero casarme contigo, yo no voy a cambiar de idea. No tienes que preocuparte porque te haga daño como te lo hizo Mark.
Había comenzado a comprender. Se empujó para mirarlo.
– Mark no me hizo daño.
Él frunció el ceño.
– Te dejó plantada.
– Bien, sí. Pero…en realidad estaba bastante feliz de ser plantada.
Por supuesto, ella había tenido que explicarlo. Lo había hecho con candidez, a diferencia de cuando había salido previamente a colación el tema; decir la verdad en voz alta había ayudado a establecerla en su cabeza y en la de él.
– Así que ya ves -había concluido ella-, que no era ningún profundo y duradero desaire, de ningún modo. No tengo ningún -agitó la mano- sentimiento adverso hacia los soldados por ello.
Él la había estudiado, observado su cara.
– ¿Así que no usas mi antigua carrera contra mi?
– ¿Por lo que ocurrió con Whorton? No.
El ceño de él se había hecho mas profundo.
– Si no fue que Whorton te diera calabazas lo que te hizo sentir aversión a los hombres y al matrimonio, ¿qué fue? -Había fijado su mirada en ella; incluso entre las sombras ella había sido capaz de sentir su crispación-. ¿Por qué no te has casado?
No estaba lista para responder a eso.
No le hizo caso, aferrándose a un tema más inmediato.
– ¿Es por eso que me hablaste de tu carrera, para distinguirte de Whorton?
Él la miró disgustado.
– Si tú no lo hubieras preguntado, no te lo habría dicho.
– Pero pregunté ¿Es por eso que tú contestaste?
Había vacilado, mostrándose reacio, entonces admitió.
– Parcialmente. Te lo habría tenido que decir alguna vez…
– Pero me lo dijiste esta tarde porque querías que te viera de forma diferente que a Whorton, diferente de como imaginas que le veo a él.
Tiró de ella hacia atrás y la besó. Distrayéndola.
Efectivamente.
Ella no supo lo que hacer con sus razonamientos -sus motivos, sus reacciones- de la pasada noche. No todavía. Sin embargo… Él obviamente se había sentido lo bastante amenazado por su experiencia con Whorton y cómo, pensaba, afectaría eso a su visión de los militares, para decirle la verdad. Romper con lo que, sospechaba, era un hábito y no ocultar ni esconder su pasado.
Un pasado que no estaba segura de si su familia conocía. Que pocas personas de cualquier tipo conocían.
Era un hombre con sombras tras él, aunque las circunstancias habían hecho que pasase a la luz y necesitaba a alguien -alguien que le entendiera, que podría entenderlo, alguien en quien podría confiar- además de sí mismo.
Ella podía ver eso, admitirlo.
Lentamente estirándose bajo las mantas, suspiró profundamente. A causa de la previa sugerencia de él, se había permitido imaginarse cómo seria estar casada con él; su respuesta a la visión había sido completamente distinta de lo que esperaba. A todos los pensamientos sobre el matrimonio que había tenido en el pasado.
Ahora… ahora que se imaginaba siendo su esposa, la perspectiva la atraía. Con la edad y la madurez de la experiencia, quizás había aprendido a valorar cosas, cosas como la apacible vida del campo, mucho más que lo que había previsto; se había ido dando cuenta gradualmente de que tales cosas eran importantes para ella. Le proporcionaban una salida para sus habilidades naturales, sus talentos organizativos y directivos; sin tales salidas se habría sentido ahogada…
Justo como, de hecho, se había sentido cada vez más ahogada en casa de su tío.
La comprensión fue no tanto un shock como un terremoto, uno que literalmente cambió todos los conceptos que, había pensado durante tanto tiempo, eran las bases de su vida. Darse cuenta de ello no era una cosa pequeña de entender, de absorber.
Los rayos de sol bailaban en el techo; la casa estaba despierta, el día la llamaba. No obstante permaneció en la envoltura de su cama y en lugar de ello abrió su mente. Dejó que sus pensamientos fluyeran libres.
Siguiendo hacia donde la condujeran.
Los sueños infantiles que había abandonado hacía tiempo habían revivido, sutilmente recreados, habían cambiado de modo que resultaban atractivos a la mujer que era ahora, esta vez eran adecuados para ella.
Podía ver, imaginar, comenzar a desear, si se lo permitía, una vida futura como esposa de Tristan. Su condesa. Su compañera.
Dando vueltas entre esos sueños, prestándoles la más grande fascinación y poder, estaba la tentación de ser la única, la única para él, quien podría darle todo lo que quisiera. Eso, muy posiblemente, era lo que él necesitaba. Cuando estaban juntos, ella podía sentir el poder de lo que había crecido entre ellos, que era una emoción más profunda que la pasión, más fuerte que el deseo. La emoción que les abrigaba en esos momentos tranquilos, intensos y privados.
Una emoción que compartían.
Era algo efímero entre ellos, algo más fácil de ver en aquellos acalorados momentos cuando ambos tenían sus defensas completamente bajas, aunque estaba también allí, asomando, como algo captado por el rabillo del ojo en sus encuentros más públicos.
Le había preguntado por qué no se había casado; la verdad era que nunca había considerado realmente la razón. Lo instintivo, la creencia profundamente sostenida, la única que había hecho que dejar a Whorton fuera tan fácil, era algo tan escondido en su mente, tanto que era parte de ella, nunca lo había sacado fuera para examinarlo, nunca realmente se había preocupado por ello antes. Simplemente estaba allí, una certeza.
Hasta que había aparecido Tristan, y mostrado todo lo que era ante ella.
Él le daba, ahora, el derecho a cuestionarse, a preguntarse por sus razones, a exigir que fueran oídas.
Era el momento de ver más profundo, dentro de su corazón, dentro de su alma, y descubrir si sus viejos instintos eran todavía válidos para el nuevo mundo en cuyo umbral ella y Tristan estaban ahora.
Él la había agarrado de la mano, la había arrastrado a aquel umbral, la había obligado a abrir los ojos y realmente ver… y no iba a marcharse. Simplemente retroceder y dejarla.
Él tenía razón; la atracción entre ellos no iba a perder intensidad.
No la perdía. Había crecido.