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– ¿Dos intentos después de que se negaran a vender?

– El primero fue una semana después de que Stolemore finalmente aceptara la derrota y dejara de insistir.

Él dudó, pero fue ella la que puso sus pensamientos en palabras.

– Por supuesto, que no hay nada que conecte los intentos de robo con la oferta de comprar la casa.

Salvo que ella creía que había una conexión.

– Pensé -continuó-, que si usted y sus amigos habían sido los misteriosos compradores interesados en la casa, entonces eso hubiera significado que los intentos de robo y… -se interrumpió a sí misma, inspiró-, no estaban conectados sino que tendrían que provenir de otro lado.

Él inclinó la cabeza; su lógica, hasta el momento, era intachable, aunque era evidente que no se lo había contado todo. Se debatió acerca de si debía presionarla, si debía preguntarle directamente si los intentos de robo habían sido la única razón por la que saliera corriendo a enfrentarlo, descuidando deliberadamente las sutilezas sociales. Ella lanzó una rápida mirada a la reja de la casa de su tío.

El interrogatorio podía esperar; en esta ocasión, tal vez Stolemore pudiera brindarle más información. Cuando volvió a mirarlo le dedicó una sonrisa. Encantadora.

– Creo que en este momento tiene ventaja sobre mí -cuando ella parpadeó, continuó-. Dado que de cierta forma seremos vecinos, creo que sería apropiado que me dijera su nombre.

Lo miró, no por prudencia sino evaluándolo. Luego inclinó la cabeza y extendió la mano.

– Señorita Leonora Carling.

La sonrisa de él se hizo más amplia, tomó sus dedos fugazmente, sintiendo el impulso de sostenerlos por más tiempo. Después de todo, no estaba casada.

– Buenas tardes, señorita Carling. ¿Y su tío es?

– Sir Humphrey Carling.

– ¿Y su hermano?

Un ceño comenzó a formarse sobre sus ojos.

– Jeremy Carling.

Tristan continuó sonriendo, todo confianza.

– ¿Y hace mucho que vive aquí? ¿Es un vecindario tan tranquilo como parece a primera vista?

Al verla entrecerrar los ojos se dio cuenta de que no había caído en su trampa; sólo contestó a la segunda pregunta.

– Enteramente tranquilo, hasta hace poco -Leonora sostuvo su inquietante mirada penetrante y agregó, tan severamente como pudo-. Uno espera que continúe de esa forma.

Vio que sus labios de él se curvaban antes de bajar la mirada.

– Ciertamente -con una seña, la invitó a que caminara con él los pocos pasos que la separaban de la reja de la puerta.

Ella se volvió, y sólo entonces se dio cuenta de que su consentimiento era un tácito reconocimiento de que había salido corriendo exclusivamente para encontrarse con él. Alzó la vista, encontró su mirada… y supo que él había tomado el hecho como la admisión que era. Bastante perturbador. El brillo que vislumbró en sus ojos almendrados, un destello que hizo que sus sentidos se alteraran y que contuviera el aliento, fue infinitamente mucho más perturbador.

Pero luego las pestañas velaron sus ojos y sonrió, tan encantadoramente como antes. Estaba completamente segura de que esa expresión era una máscara.

Se detuvo frente a la puerta y le extendió la mano.

La cortesía la forzó a ofrecerle los dedos otra vez para que los tomara.

Su mano se cerró; sus agudos y demasiado perspicaces ojos atraparon su mirada.

– Espero con ansias que nuestra relación se prolongue, señorita Carling. Le ruego que le dé mis saludos a su tío; a la brevedad los visitaré para presentar mis respetos.

Leonora inclinó la cabeza aferrándose conscientemente a la cortesía mientras anhelaba liberar los dedos. Constituía todo un esfuerzo evitar que temblaran entre los de él; su toque sereno, firme y un poco demasiado fuerte, afectaba su equilibrio de una forma de lo más peculiar.

– Buenas tardes, Lord Trentham.

Él la soltó e hizo una elegante reverencia.

Leonora se dio la vuelta, pasó por la puerta, y luego la cerró. Sus ojos tocaron brevemente los de él antes de dirigirse hacia la casa.

Esa efímera conexión fue suficiente para hacer que se quedara sin aliento otra vez.

Caminando por el sendero, trató de forzar a sus pulmones para que funcionaran, pero podía sentir su mirada todavía fija en ella. Luego escuchó un ruido de botas cuando él se dio la vuelta y el sonido de firmes pisadas mientras se alejaba por la calle. Finalmente respiró, y luego exhaló con alivio. ¿Qué tenía Trentham que la ponía al límite?

¿Y al límite de qué?

Aún sentía la sensación de sus ásperos dedos y de la algo callosa palma en la mano, un recuerdo sensual grabado en su mente. El recuerdo permanecía en la superficie pero aún la eludía. Nunca lo había conocido, de eso estaba segura, aún así algo acerca de él le era vagamente familiar.

Sacudiendo la cabeza interiormente, subió los escalones del porche, y con determinación forzó a su mente a que se concentrara en las tareas que la aguardaban.

Tristan dio un paseo bajando por Motcomb Street hacia el grupo de tiendas a medio camino entre la oficina de Earnest Stolemore, House y Land Agent. Su discusión con Leonora Carling le había afilado los sentidos, sacudiendo los instintos que, hasta hace poco, habían sido un elemento crítico en su vida diaria. Hasta hace poco su vida había dependido de aquellos instintos, de la lectura de sus mensajes con exactitud y de reaccionar correctamente.

No estaba seguro de lo que le ocurría con la señorita Carling -Leonora como pensaba en ella, loq ue era razonable dado que había estado observándola silenciosamente durante tres semanas. Le había resultado físicamente más atractiva de lo que había deducido desde lejos, el pelo de un rico caoba con vetas rojo oscuro brillante, aquellos insólitos grandes ojos azules de forma almendrada bajo finas cejas marrón oscuro. La nariz recta, la cara de huesos finos, pómulos altos, piel pálida e impecable. Pero eran sus labios los que ponían la nota dominante a su aspecto; llenos, generosamente curvados, de un rosa oscuro, que tentaban a un hombre a tomarlos, a probarlos.

No se le había escapado su reacción instantánea, y la de ella. Su respuesta, sin embargo, lo intrigaba; era como si ella no hubiera reconocido ese destello de calor sensual por lo que era.

Lo cual levantaba ciertas preguntas fascinantes que bien podrían tentarlo a perseguirlas, más tarde. Actualmente, sin embargo, eran los hechos pragmáticos que ella le había revelado los que ejercitaban su mente.

Sus miedos sobre los intentos de robo podrían ser simplemente el invento de una imaginación femenina demasiado activa despertada por lo que él asumía había sido la táctica intimidante de Stolemore en la tentativa de ganar en la venta de la casa.

Incluso podía haberse imaginado los incidentes completamente.

Sus instintos le susurraban lo contrario.

En su anterior ocupación, leer a la gente, evaluarla, había sido crucial; hacía mucho que lo dominaba con destreza. Leonora Carling era, juraría él, una mujer decidida, práctica, con una sana vena de sentido común. Definitivamente no del tipo que se asusta fácilmente, mucho menos de imaginar robos.

Si su suposición era correcta y los robos estaban conectados con el deseo del cliente de Stolemore de comprar la casa de su tío…

Sus ojos se entrecerraron. La imagen completa de por qué ella había salido a desafiarle se formó en su mente. No podía, definitivamente no lo aprobaba. Cabizbajo, siguió caminando.

Ante la fachada pintada de verde de la empresa de Stolemore, los labios de Tristan se curvaron; nadie que viera el gesto lo habría etiquetado de sonrisa. Vio su reflejo en el cristal de la puerta cuando alcanzó el pomo, mientras lo giraba, y lo sustituyó por un semblante más reconfortante. Stolemore, sin duda, satisfaría su curiosidad.

La campana sobre la puerta tintineó.

Tristan entró. La redonda figura de Stolemore no estaba detrás de su escritorio. La pequeña oficina estaba vacía. Una entrada frente a la puerta de la calle estaba oculta por una cortina; conducía a la pequeña casa de la cual la oficina era la habitación delantera. Cerrando la puerta, Tristan esperó, pero no hubo ningún sonido de pies arrastrándose, de los pasos cortos del corpulento agente.