Cuando Leonora se retiró a la cama tras consumir un tazón de sopa para el almuerzo -todo lo que suponía que podía retener- Harriet la ayudó a subir las escaleras y a entrar en la habitación sin una palabra, sin alzar la vista o mirarla a los ojos.
Suspirando interiormente, Leonora se sentó en la cama, después animó a Harriet a contar sus culpas, inquietudes y preocupaciones, luego hizo las paces con ella.
Eso demostró lo fácil que era reconciliarse.
Agotada, todavía afectada físicamente, permaneció en su habitación el resto del día. Sus tías llegaron, pero tras una mirada a su aspecto, mantuvieron una breve visita. Ante su insistencia, estuvieron de acuerdo en evitar toda mención sobre el ataque; para todo aquel que preguntara por ella, simplemente estaría indispuesta.
A la mañana siguiente, Harriet acaba de llevarse la bandeja del desayuno y la había dejado sentada en un sillón ante el fuego, cuando un golpe sonó en la puerta. Ella gritó,
– Pase.
Jeremy entró mirando alrededor.
La descubrió.
– ¿Estás lo suficientemente bien para hablar?
– Sí, por supuesto. -Le hizo un gesto para que entrara.
Entró lentamente, con cuidado cerró la puerta tras él, después caminó tranquilamente por la habitación apoyándose en la repisa de la chimenea y bajando la mirada hacia ella. Echó un vistazo al vendaje que todavía rodeaba su cabeza. Un espasmo retorció sus rasgos.
– Por mi culpa te hicieron daño. Habría tenido que prestar y escuchar con más atención. Sé que no te inventaste lo que contaste sobre los ladrones, pero era mucho más fácil simplemente ignorar todo…
Él tenía veinticuatro años, pero de repente era, otra vez, su hermano pequeño. Le dejó hablar, le dejó hacer lo que necesitaba. Le dejó, también, hacer las paces, no sólo con ella sino con sí mismo. El hombre que creía que debería ser.
Unos agotadores veinte minutos más tarde, estaba sentado en el suelo al lado de la silla, la cabeza apoyada contra su rodilla.
Ella le acariciaba el pelo rizado y rebelde, tan suave todavía como siempre.
De repente, se rompió.
– Si Trentham no hubiera venido…
– Si no hubiera venido, te las habrías arreglado.
Tras un momento, suspiró, luego frotó la mejilla contra su rodilla.
– Supongo.
También permaneció en cama el resto del día. Al día siguiente, se sentía considerablemente mejor. El doctor la visitó de nuevo, comprobando la visión y el equilibrio, comprobó el golpe en el cráneo, todavía tierno y se declaró satisfecho.
– Pero le aconsejo evitar cualquier actividad que pudiera cansarla, al menos durante los próximos días. -
Estaba pensado en eso -considerando la disculpa que ella tenía que hacer y cuán exhausta, mental y físicamente, probablemente sería- mientras bajaba las escaleras lentamente y con cuidado.
Humphrey estaba sentado en un banco del vestíbulo; usando el bastón, se levantó despacio mientras ella descendía. Sonrió cojeando un poco.
– Estás aquí, cariño. ¿Te sientes mejor?
– De hecho. Mucho mejor, gracias. -Estuvo tentada de lanzarse a preguntar sobre la casa, cualquier cosa para evitar lo que preveía iba que a pasar. Descartó su impulso como indigno; Humphrey, al igual que Harriet y Jeremy, necesitaba hablar. Sonriendo fácilmente, aceptó su brazo cuando se lo ofreció y la guió hacia el salón.
La entrevista fue peor -más complicada emocionalmente- de lo que había esperado. Se sentaron en la silla del salón, mirando hacia los jardines pero sin ver nada. Para su sorpresa, la culpabilidad de Humphrey se extendía a bastantes más años atrás de los que ella se había dado cuenta.
Él abordó sus recientes defectos de frente, disculpándose bruscamente, pero luego recordó, y descubrió que había pasado los últimos días pensado mucho más profundamente de lo que había supuesto.
– Debería haber hecho que Mildred viniera a Kent más a menudo, ahora lo sé. -Mirando fijamente por la ventana, distraídamente le palmeó la mano a Leonora-. Sabes, cuando tu tía Patricia murió, me encerré en mí mismo, juré que nunca me importaría nadie así, nunca me permitiría abrirme a tanto dolor. Me gustaba tenerte a ti y a Jeremy por la casa, erais mi distracción, mi ancla para la vida diaria; con vosotros dos, fue fácil olvidar mi dolor y llevar una vida bastante normal.
– Pero estaba absolutamente determinado a nunca dejar que nadie se acercase y volviese importante para mí. No otra vez. Así que siempre me mantuve a distancia de ti, también de tu hermano Jeremy, de varias formas. -Los viejos ojos cansados, medio llenos de lágrimas, se volvieron hacia ella. Sonriendo débilmente, irónicamente-. Y así te fallé, querida, fallé en cuidarte como debiera, y estoy inmensamente avergonzado por eso. Pero me fallé a mí mismo, también, en más de una forma. Me aislé de lo que debería haber habido entre nosotros, tú y yo, y Jeremy, también. Os defraudé en ese aspecto. Pero aún así no conseguí lo que quería, era demasiado arrogante para ver que cuidar a otros no es una decisión completamente consciente.
Le apretó los dedos.
– Cuando te encontramos tirada sobre las losas esa noche…
Le tembló la voz, se extinguió.
– Oh, tío. -Leonora levantó los brazos y le abrazó-. No importa. Ahora ya no. -Reposó la cabeza en su hombro-. Está pasado.
Él le devolvió el abrazo, pero replicó con brusquedad,
– Sí importa, pero no vamos a discutir, porque tienes razón… es el pasado. De ahora en adelante, avanzaremos como deberíamos haberlo hecho. -Agachó la cabeza para mirarla a la cara-. ¿Eh?
Ella sonrió, un poco lacrimosa.
– Sí. Por supuesto.
– ¡Bien! -Humphrey la soltó y respiró-. Ahora tienes que explicarme todo lo que tú y Trentham habéis descubierto. ¿Deduzco que hay algunas preguntas sobre el trabajo de Cedric?
Ella le explicó. Cuando Humphrey pidió ver el diario de Cedric fue a por unos pocos del montón de la esquina.
– ¡Hmm… humph! -Humphrey leyó una página, luego echó un vistazo a la pila de diarios-. ¿Hasta dónde has llegado con estos?
– Sólo hasta el cuarto, pero… -Le explicó que los diarios no estaban escritos en orden cronológico.
– Seguramente utilizaría algún otro orden para publicar cada idea. -Humphrey cerró el libro sobre su regazo-. No hay razón para que Jeremy y yo no dejemos aparte nuestro trabajo y te echemos una mano con esto. Después de todo, no es tu fuerte, pero sí el nuestro.
Leonora se las arregló para no quedarse con la boca abierta.
– ¿Pero que hay de los Mesopotámicos y los Sumerios?
El trabajo en el que ambos estaban ocupados era un encargo del Museo Británico.
Humphrey resopló, rechazó la protesta mientras se levantaba.
– El museo puede esperar, esto evidentemente no. No si algún vil y peligroso granuja está tras algo de esto. Además -de pie, se enderezó y sonrió ampliamente- Leonora, ¿quién más en el museo va a lograr tales traducciones?
Un argumento indiscutible. Se levantó y cruzó hasta el tirador. Cuando Castor entró, le dio instrucciones para trasladar el montón de diarios hasta la biblioteca. El volumen que había estado mirando se lo metió bajo el brazo. Humphrey arrastró los pies en esa dirección, Leonora le ayudó; un lacayo les pasó en el vestíbulo, le siguieron hasta la biblioteca.
Jeremy alzó la vista; como siempre libros abiertos cubrían su escritorio.
Humphrey ondeó el bastón.
– Haz espacio. Nueva tarea. Asunto urgente.
– ¿Oh?
Para sorpresa de Leonora, Jeremy obedeció, cerrando los libros y moviéndolos de sitio, así el lacayo pudo dejar la pila de diarios.
Inmediatamente Jeremy tomó el de arriba y lo abrió.
– ¿Qué son?
Humphrey le explicó; Leonora añadió que estaban suponiendo que había una valiosa formula enterrada en algún lugar de los diarios.