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Afablemente, él le cogió la mano, la levantó brevemente hasta sus labios, entonces retiró la silla para ella.

– Confío en que hayas dormido bien.

Ella le echó una mirada mientras él volvía a sentarse a su lado.

– Como una muerta.

Los labios de él se movieron nerviosamente, pero simplemente inclinó la cabeza.

– Estábamos diciéndole a Tristan que los diarios de Cedric, a primera vista, no encajan en ninguna de las pautas habituales. -Humphrey hizo una pausa para tomar un bocado de huevos.

Jeremy se hizo cargo del relato.

– No están organizados por temas, que es lo más habitual con estas cosas, y como habrás visto -inclinó la cabeza hacia Leonora-, las entradas no están en ningún tipo de orden cronológico.

– Hmm. -Humphrey masticó, luego tragó-. Tiene que haber alguna clase de clave, pero es perfectamente posible que Cedric la mantuviera en la cabeza.

Tristan frunció el ceño.

– ¿Significa eso que no podremos entender los diarios?

– No -respondió Jeremy-. Sólo significa que nos llevará más tiempo. -Echó una mirada a Leonora-. Recuerdo vagamente que habías mencionado cartas, ¿no?

Ella asintió.

– Hay muchas. Sólo he mirado las del último año.

– Es mejor que nos las des -dijo Humphrey-. Todas. De hecho, cada pedacito de papel de Cedric que puedas encontrar.

– Los científicos -añadió Jeremy-, especialmente los herbolarios, son célebres por escribir información vital en pedacitos de lo que tengan a mano.

Leonora hizo una mueca.

– Pediré a las criadas que reúnan todo lo que haya en el taller. Tenía la intención de buscar en el dormitorio de Cedric… lo haré hoy.

Tristan la miró.

– Te ayudaré.

Ella giró la cabeza para verificar su expresión y ver lo que pretendía realmente…

– ¡Aaah! ¡Aieee-ah!

Los gritos histéricos venían de lejos. Todos los oyeron. Los gritos continuaron claramente durante un instante, luego fueron mitigados… por la puerta de tapete verde, se dieron cuenta, cuando un lacayo, asustado y pálido, resbaló hasta pararse en la entrada del salón.

– ¡Señor Castor! ¡Tiene que venir rápido!

Castor, con un plato de servir en sus ancianas manos, lo miró con los ojos muy abiertos.

Humphrey se quedó mirando.

– ¿Qué diablos pasa, hombre?

El lacayo, completamente fuera de su habitual aplomo, se inclinó e hizo una reverencia a los que estaban alrededor de la mesa.

– Es Daisy, señor. Milord. De la puerta de al lado. -Se fijó en Tristan, que se estaba levantando-. Acaba de entrar apresuradamente, llorando y conmocionada. Parece que la señorita Timmins se cayó por las escaleras y… bueno, Daisy dice que está muerta, milord.

Tristan tiró su servilleta a la mesa y rodeó la silla.

Leonora se levantó justo cuando pasaba por su lado.

– ¿Dónde está Daisy, Smithers? ¿En la cocina?

– Sí, señorita. Está aceptando algo terrible.

– Iré a verla. -Leonora corrió al vestíbulo, consciente de Tristan siguiéndola. Lo miró, se dio cuenta de su expresión severa, encontró sus ojos-. ¿Irás a la casa de al lado?

– En un minuto. -Su mano le tocó la espalda, un curioso gesto de consuelo-. Primero quiero escuchar lo que Daisy tiene que decir. No es ninguna tonta… si dice que la señorita Timmins está muerta, entonces probablemente lo esté. No irá a ninguna parte.

Leonora hizo una mueca interiormente y empujó la puerta hacia el pasillo que llevaba a la cocina. Tristan, se recordó, estaba mucho más acostumbrado a lidiar con la muerte que ella. No era un pensamiento agradable, pero dadas las circunstancias, le dio un cierto consuelo.

– ¡Oh, señorita! ¡Oh, señorita! -le suplicó Daisy en el instante en que la vio-. No sé qué hacer. ¡No pude hacer nada! -Se sorbió las lágrimas, se limpió los ojos con el paño que Cook le apretó en la mano.

– Venga, Daisy. -Leonora alcanzó una de las sillas de la cocina; Tristan se anticipó, levantándola y colocándola para que se sentara frente a Daisy. Leonora se sentó, sintió a Tristan apoyar sus manos en el respaldo de la silla-. Lo que tienes que hacer ahora, Daisy, lo que ahora sería de más ayuda a la señorita Timmins, es que te serenaras. Inspira profundamente, eso es, buena chica, y dinos a su señoría el conde y a mí, lo que sucedió.

Daisy asintió, obedientemente aspiró aire y luego lo soltó:

– Todo comenzó normal esta mañana. Bajé de mi habitación por la escalera trasera, llené el hogar y encendí el fuego de la cocina, después preparé la bandeja de la señorita Timmins. Entonces fui a subírsela… -Los enormes ojos de Daisy se empañaron con lágrimas-. Entré por la puerta, como de costumbre, y puse la bandeja en la mesa del vestíbulo para retocarme el cabello y arreglarme antes de subir… y allí estaba.

La voz de Daisy tembló y se quebró. Lágrimas brotaron, las limpió furiosamente.

– Estaba tirada allí, al fondo de la escalera, como un pequeño pájaro roto. Me acerqué corriendo, naturalmente, y la inspeccioné, pero no pude hacer nada. Se había ido.

Por un momento, nadie dijo nada; todos habían conocido a la señorita Timmins.

– ¿La tocaste? -preguntó Tristan, su tono suave, casi tranquilizador.

Daisy asintió.

– Sí… le di una palmadita en la mano, y en la mejilla.

– Su mejilla… ¿estaba fría? ¿Te acuerdas?

Daisy lo miró, frunciendo el ceño mientras pensaba. Luego asintió.

– Sí, tiene razón. Su mejilla estaba fría. No pensé en nada acerca de sus manos… siempre estaban frías. Pero las mejillas… Sí, estaban frías. -Pestañeó hacia Tristan-. ¿Significa eso que llevaba muerta un rato?

Tristan se enderezó.

– Significa que es probable que haya muerto hace algunas horas. En algún momento durante la noche. -Dudó, luego preguntó-. ¿Alguna vez deambulaba durante la noche? ¿Lo sabes?

Daisy negó con la cabeza. Había parado de llorar.

– No que yo supiera. Nunca mencionó nada de eso.

Tristan asintió, se echó atrás.

– Nos encargaremos de la señorita Timmins

Su mirada incluyó a Leonora. Ella también se levantó, pero miró a Daisy.

– Es mejor que te quedes aquí. No sólo por el día, sino también por la noche. -Vio a Neeps, el ayuda de cámara de su tío, merodeando, preocupado-. Neeps, ¿puedes ayudar a Daisy a recoger sus cosas después de la comida?

Él hombre hizo una reverencia.

– Por supuesto, señorita.

Tristan hizo señas con la mano a Leonora para que pasara; ella lo condujo fuera de la cocina. En el vestíbulo principal encontraron a Jeremy esperando.

Estaba claramente pálido.

– ¿Es verdad?

– Debe serlo, me temo. -Leonora fue hacia el perchero del vestíbulo y descolgó su capa. Tristan la había seguido; la tomó de sus manos.

La sostuvo, y miró a Leonora.

– ¿Supongo que no puedo convencerte de que esperes con tu tío en la biblioteca?

Ella encontró su mirada.

– No.

Él suspiró.

– Pensé que no. -Le cubrió los hombros con la capa, luego estiró la mano alrededor de ella para abrir la puerta principal.

– Yo también voy. -Jeremy los siguió al porche, y luego por el camino serpenteante.

Llegaron a la puerta principal del Número 16; Daisy la había dejado sin cerrar con llave. Abriendo la puerta completamente, entraron.

La escena estaba exactamente como Leonora la había imaginado a partir de las palabras de Daisy. Al contrario de su casa, con su amplio vestíbulo principal con la escalera en la parte de atrás mirando a la puerta principal, aquí, el vestíbulo era estrecho y la parte alta de la escalera estaba por encima de la puerta; el fondo de la escalera estaba en la parte de atrás del vestíbulo.