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– Cartas, un testamento, notas de un abogado… cualquier cosa que nos pueda llevar a una conexión. -Él abrió el pequeño cajón de la mesilla de noche-. Sería de lo más raro que no tuviera ningún familiar.

– Nunca mencionó ninguno.

– Sea como fuere.

Se pusieron a buscar. Ella notó que él hacía algunas cosas -miraba en lugares-, en los que ella nunca habría pensado. Como el fondo y la parte de abajo de los cajones, la parte superior del hueco del cajón de arriba. Detrás de los cuadros.

Al cabo de un rato, Leonora se sentó en una silla delante del escritorio y se aplicó a todas las notas y cartas que contenía. No había señal de ninguna reciente o prometedora correspondencia. Cuando Tristan la miró, ella le hizo señas para que continuara.

– Eres mucho mejor en esto que yo.

Pero fue ella la que encontró la conexión, en una antigua, muy gastada y muy arrugada carta que estaba en el fondo del cajón más diminuto.

– El Reverendo señor Henry Timmins, de Shacklegate Lane, Strawberry Hills. – Triunfante, le leyó la dirección a Tristan, que estaba parado en la entrada.

Él frunció el ceño.

– ¿Dónde está eso?

– Creo que en las afueras de Twickenham.

Él cruzó la habitación, levantó la carta de la mano de ella, la estudió. Refunfuñó.

– Tiene ocho años. Bien, no podemos hacer más que intentarlo. -Miró por la ventana, luego sacó su reloj y lo comprobó-. Si tomamos mi carruaje de dos caballos…

Ella se levantó, sonrió, enlazó su brazo con el de él. Sin duda muy de acuerdo con aquel “nosotros”.

– Tendré que coger mi capa. Vamos.

El reverendo Henry Timmins era un hombre relativamente joven, con una esposa y cuatro hijas y una parroquia ocupada.

– ¡Oh, Dios! -Se sentó abruptamente en una silla en el pequeño salón al que los había conducido. Entonces se dio cuenta y se puso en pie.

Tristan le hizo un gesto para que se volviera a sentar, acercó a Leonora al diván, y se sentó al lado de ella.

– ¿Entonces conocía a la señorita Timmins?

– Oh sí… ella era mí tía abuela. -Pálido, miró de uno a otro-. No éramos muy íntimos… de hecho, siempre parecía muy nerviosa cuando la visitaba. Le escribí algunas veces, pero nunca respondió… -Se sonrojó-. Y luego conseguí mi nombramiento… y me casé… eso suena muy insensible, pero ella no era en absoluto alentadora, ¿saben?

Tristan apretó la mano de Leonora, avisándola para que se mantuviera en silencio; inclinó la cabeza impasiblemente.

– La señorita Timmins falleció anoche, pero, me temo que no con facilidad. Cayó por la escalera en algún momento muy temprano por la mañana. Aunque no tenemos ninguna evidencia de que haya sido directamente atacada, creemos que encontró un ladrón en la casa -el salón principal fue saqueado-, y debido a la conmoción, se desmayó y cayó.

El rostro del reverendo Timmins era la misma imagen del horror.

– ¡Santo Cielo! ¡Qué horrible!

– Cierto. Tenemos razones para creer que el ladrón responsable es el mismo hombre que intentó entrar a la fuerza en el Número 14. -Tristan miró a Leonora-. Los Carling viven allí, y la propia señorita Carling fue objeto de varios ataques, suponemos que con intención de asustar a la familia para que se marchara. También ha habido varios intentos de entrada forzada en el Número 14, y también en el Número 12, la casa de la cual soy en parte dueño.

Él reverendo Timmins pestañeó. Tristan continúo con calma, explicando su razonamiento de que el ladrón que conocían como Mountford estaba intentando acceder a algo escondido en el Número 14, y que sus incursiones en el Número 12 y anoche en el Número 16 eran una manera de buscar una entrada por las paredes del sótano.

– Ya veo. -Frunciendo el ceño, Henry Timmins asintió-. He vivido en casas adosadas como esas… tienen bastante razón. Las paredes del sótano son muy a menudo una serie de arcos rellenos. Es muy fácil atravesarlos.

– Así es. -Tristan hizo una pausa, luego continuó, con el mismo tono autoritario-. Es por eso que hemos estado tan empeñados en encontrarlo, por lo que le hemos hablado tan francamente. -Se inclinó hacia delante; apretando las manos entre las rodillas, capturó la pálida mirada azul de Henry Timmins-. La muerte de su tía abuela fue profundamente lamentable, y si Mountford es responsable, merece ser atrapado y llevado ante la justicia. En estas circunstancias, creo que sería justicia poética usar la situación tal y como ahora se presenta -la situación que surgió debido al fallecimiento de la señorita Timmins-, para prepararle una trampa.

– ¿Una trampa?

Leonora no necesitó escuchar la palabra para saber que Henry Timmins estaba atrapado, enganchado. Ella también lo estaba. Avanzó un poco para poder ver la cara de Tristan.

– No hay ninguna razón para que alguien más allá de los que ya lo saben, imagine que la señorita Timmins murió de algo distinto a causas naturales. Será llorada por aquellos que la conocían, luego… si puedo sugerírselo, usted, como heredero, debería poner el Número 16 de Montrose Place en alquiler. -Con un ademán, Tristan indicó la casa en la que estaban-. Claramente, usted no tiene necesidad de una casa en la ciudad en estos momentos. Por otro lado, siendo un hombre prudente, no desea vender precipitadamente. Alquilar la propiedad es la decisión razonable, y nadie se preguntará acerca de eso.

Henry estaba asintiendo.

– Cierto, cierto.

– Si está de acuerdo, haré los arreglos para que un amigo se haga pasar por agente inmobiliario y se encargue del alquiler para usted. Por supuesto, no se la alquilará a cualquiera.

– ¿Piensa que Mountford aparecerá y alquilará la casa?

– No Mountford en persona… la señorita Carling y yo lo hemos visto. Usará un intermediario, pero será él el que quiera acceder a la casa. Una vez la tenga, y entre… -Tristan se reclinó; una sonrisa que no era una sonrisa curvó sus labios-. Es suficiente con decir que tengo las conexiones adecuadas para garantizar que no escapará.

Henry Timmins, con los ojos bastante abiertos, continúo asintiendo.

Leonora era menos susceptible.

– ¿Realmente crees que después de todo esto, Mountford se atreverá a mostrar la cara?

Tristan se volvió hacía ella; sus ojos eran fríos, duros.

– Dado lo lejos que ha llegado, estoy preparado para apostar que no será capaz de resistirse.

Volvieron a Montrose Place aquella noche con la bendición de Henry Timmins, y, más importante, una carta de Henry al abogado de la familia instruyéndolo a seguir las indicaciones de Tristan con respecto a la casa de la señorita Timmins.

Había lámparas ardiendo en las habitaciones del primer piso del Bastion Club; ayudando a Leonora a bajar a la calzada, Tristan las miró, preguntándose…

Leonora se sacudió las faldas; luego deslizo la mano en el brazo de él.

Él bajó la mirada hacia ella, se abstuvo de mencionar lo mucho que le gustaba ese pequeño gesto de aceptación femenina. Estaba aprendiendo que ella a menudo hacía pequeños gestos reveladores instintivamente; no vio motivo para llamar la atención sobre tal transparencia.

Tomaron el camino hacia el Número 14.

– ¿A quién vas a conseguir para hacer el papel de agente inmobiliario? -Leonora lo miró-. Tú no puedes… él sabe cómo eres. -Ella recorrió con la mirada las facciones de Tristan-. Incluso con uno de tus disfraces… no hay manera de estar seguros de que no pueda ver a través de él.

– Así es. -Tristan miró al otro lado, al Bastion Club, mientras subían los escalones del porche-. Te acompañaré adentro, hablaré con Humphrey y Jeremy, luego iré a la casa de al lado. -Encontró la mirada de ella mientras la puerta principal se abría-. Es posible que alguno de mis compañeros esté en la ciudad. En ese caso…