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– He comenzado a preguntar en las comisarías sobre las muertes de las que se ha informado, y Charles comprobará en los hospitales en caso de que haya sido llevado vivo y luego haya muerto.

– Todavía podría estar vivo, quizás gravemente herido, pero sin amigos o conexiones en Londres…

Él consideró esa opción, entonces hizo una mueca.

– Cierto, voy a encargar a otros que lo verifiquen. Sin embargo, teniendo en cuenta el tiempo que ha pasado sin ninguna noticia de él, tenemos que comprobar a los muertos. Lamentablemente éste no es el tipo de búsqueda que cualquier persona, excepto Charles y yo, o alguien como nosotros, puede hacer. -Encontró su mirada fija-. Miembros de la nobleza, especialmente con nuestros antecedentes, pueden conseguir respuestas, exigir ver informes y registros que otros simplemente no pueden.

– Me he dado cuenta. -Ella se recostó, considerándolo-. Entonces estarás ocupado durante días. Hoy lo pasé con las criadas, buscando en cada rincón y hendidura del taller de Cedric. Encontramos varios restos y notas que están ahora en la biblioteca con Humphrey y Jeremy. Todavía estudian cuidadosamente los diarios. Humphrey está cada vez más seguro de que debería haber más. Él piensa que hay secciones, pedazos de notas perdidas. No arrancadas sino escritas en algún otro lugar.

– Hmm. -Tristan frotó ligeramente la cabeza de Henrietta con su bota. Después miró a Leonora-. ¿Y qué hay del dormitorio de Cedric? ¿Has buscado ya allí?

– Mañana. Las criadas me ayudarán, estaremos cinco de nosotras. Si hay alguna cosa allí, te aseguro que la encontraremos.

Él cabeceó, recorriendo mentalmente la lista de asuntos que tenía deseos de discutir con ella.

– Ah, sí, -se concentró sobre su cara, atrapando su mirada-. Puse el aviso acostumbrado en la Gazette anunciando nuestro compromiso. Estaba en la edición de esta mañana.

Un cambio sutil floreció en el rostro de ella, una expresión que él no podía situar -¿divertida resignación?- investida en los ojos azules.

– Me preguntaba cuándo ibas a mencionar eso.

Repentinamente, él no estaba seguro del suelo bajo sus pies. Se encogió, sus ojos aún sobre los de ella.

– Es lo normal. Lo que se espera,

– Ciertamente, podías haber pensado en prevenirme, de esta manera cuando mis tías descendieron en un remolino de felicitaciones apenas diez minutos antes de las primeras dos buenas docenas de personas, todas deseando felicitarme, no habría sido cogida como un ciervo a la vista de un cazador.

Él sostuvo su mirada fija; por un momento, el silencio reinó. Entonces hizo una mueca de dolor.

– Mis disculpas. Con la muerte de la Srta. Timmins y todo lo demás, se me fue de la cabeza.

Ella lo consideró, entonces inclinó la cabeza, sus labios no estaban completamente rectos.

– Disculpa aceptada. Sin embargo, ¿te das cuenta de que, ahora que la noticia se conoce, necesitamos realizar las apariciones obligadas?

La miró fijamente.

– ¿Qué apariciones?

– Las apariciones necesarias que se supone que hacen una pareja de prometidos. Por ejemplo esta noche, todos esperarán que asistamos a la velada de Lady Hartington.

– ¿Por qué?

– Porque es el mayor acontecimiento de esta noche, y así pueden felicitarnos, analizarnos, disecarnos, asegurarse ellos mismos que será un buen emparejamiento, y cosas por el estilo.

– ¿Y es obligatorio?

Ella asintió.

– ¿Por qué?

Ella no entendió mal.

– Porque si no les damos la oportunidad, eso fijará la atención hacia nosotros de forma no requerida y bastante indeseada. No tendremos paz en ningún momento. Nos visitarán constantemente y no exactamente dentro de las horas convencionales; si están en la vecindad conducirán por delante de casa y mirarán con atención fuera de sus carruajes. Encontrarás un par de muchachas riendo tontamente en la acera cada vez que pases, fuera de sus casas, o al lado de la puerta del club. Y no te atreverás a aparecer en el parque o en la calle Bond.

Ella lo miró directa y fijamente.

– ¿Eso es lo que quieres?

Él le leyó los ojos, confirmando que hablaba en serio. Se estremeció.

– ¡Buen Señor! -Suspiró-. Está bien. Lady Hantington. ¿Te veré allí o debo venir a buscarte en mi carruaje?

– Lo más apropiado sería que nos escoltaras a mis tías y a mí. Mildred y Gertie estarán aquí a las ocho. Si llegas un poco después puedes acompañarnos allá en el carruaje de Mildred.

Se encogió de hombros pero asintió bruscamente. No se sometía bien las órdenes, pero en este círculo… esa era una razón por la que la necesitaba. Él se preocupaba muy poco por la sociedad, sabía suficiente y demasiado poco de éstas enredadas costumbres para sentirse totalmente cómodo en ese ambiente. De todas maneras, tenía toda la intención de pasar tan poco tiempo como le fuera posible, dado su titulo, su posición, si una vida tranquila era su objetivo, nunca lo lograría hasta hacerse examinar por los sagrados ritos de las damas.

Como dar su opinión sobre las nuevas parejas comprometidas.

Se concentró sobre el rostro de Leonora.

– ¿Cuánto tiempo tenemos para complacer el salaz interés?

Ella retorció los labios.

– Por lo menos una semana.

Él frunció el ceño, literalmente gruñó.

– A menos que intervenga algún escándalo, o a menos que… -mantuvo su mirada fija en él.

Él reflexionó, entonces, tranquilo como el mar, la incitó:

– ¿A menos que qué?

– A menos que tengamos alguna excusa seria, como la activa participación en capturar un ladrón.

Tristan dejó el Número 14 media hora más tarde, resignado a asistir a la velada. Dada las acciones cada vez más aventuradas de Mountford, dudó que tuvieran que esperar largo tiempo antes de que éste hiciera su próximo movimiento y metiera un pie en su trampa. Y entonces…

Con algo de suerte ya no tendría que asistir a todos esos eventos de la sociedad, por lo menos no como un hombre soltero.

La idea lo llenó de una malhumorada determinación.

Caminó con resueltas zancadas hacia adelante, planeando mentalmente el día de mañana y cómo extendería la búsqueda de Martinbury. Había girado en la calle Green y estaba cerca de la puerta del frente cuando escuchó que lo llamaban.

Deteniéndose y dándose la vuelta, vio a Deverell descender de un carruaje. Esperó a que Deverell pagara al cochero, entonces se reunió con él.

– ¿Puedo ofrecerte una bebida?

– Gracias.

Esperaron hasta estar cómodos en la biblioteca, y Havers se hubo marchado, antes de empezar a hablar sobre negocios.

– Me han hecho una oferta. -Deverell replicó en respuesta al gesto que hiciese Tristan. -Y juraría que es la comadreja que me advertiste, entró casi a escondidas justo cuando yo estaba a punto de salir. Había estado vigilando cerca de dos horas. Estoy utilizando una pequeña oficina que es parte de una propiedad que me pertenece en la calle Sloane. Estaba vacía y disponible, y en el lugar correcto.

– ¿Qué fue lo que dijo?

– Quería detalles para su amo de la casa Número 16. Comenté lo usual, las comodidades, etcétera, y el precio. -Deverell sonrió. -Él me dio la esperanza de que su amo estaría interesado.

– ¿Y?

– Le expliqué cómo la propiedad llegó a estar en alquiler, y debido a esas circunstancias tenía que advertir a su amo que la casa estaría disponible sólo unos pocos meses, ya que el dueño podría decidir venderla.

– ¿Y no se desanimó?

– En lo más mínimo. Me aseguró que su amo estaba interesado en un alquiler corto, y no quería saber qué había sucedido con el último dueño.

Tristan sonrió, lobuno, inexorable.