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– Suena como nuestra presa.

– Así es. Pero no creo que Mountford aparezca. La comadreja me pidió una copia del contrato de arrendamiento y se lo llevó con él. Dijo que su amo deseaba estudiarlo. Si Mountford firma y lo envía con el primer mes de renta, ¿qué agente de casas se quejaría por tonterías?

Tristan asintió; sus ojos se estrecharon.

– Vamos a dejar que el juego siga su curso, pero sin duda, suena prometedor.

Deverell se quitó las gafas.

– Con suerte, lo tendremos en unos días.

La noche de Tristan empezó mal y se desarrolló progresivamente peor.

Llegó temprano a Montrose; estaba parado en el pasillo cuando Leonora bajó por las escaleras. Giró, miró y se congeló; era una visión envuelta en un vestido azul oscuro de muaré, sus hombros y cuello se alzaban como una fina porcelana desde su profundo escote, el brillante cabello, levantado en un moño en su cabeza, le quitaba el aliento. Un chal de gasa ocultaba y revelaba sus brazos y hombros, cambiando y deslizándose sobre sus esbeltas curvas; las palmas le hormiguearon.

Entonces ella lo vio, encontrando sus ojos le sonrió.

La sangre drenó de su cabeza, dejándole mareado.

Cruzó el pasillo hacia él, el brillante tono azul de sus ojos iluminados por esa expresión de bienvenida que parecía guardar sólo para él. Ella le ofreció sus manos.

– Mildred y Gertie estarán aquí en cualquier momento.

Una conmoción en la puerta resultaron ser ellas; su llegada lo salvó de tener que formular alguna respuesta inteligente. Sus tías rebosaban de innumerables felicitaciones e instrucciones sociales Él asintió, tratando de engañar a todas ellas, intentando difícilmente orientarse a sí mismo en este campo de batalla, a la vez consciente de Leonora y de que, muy pronto, iba a ser toda suya.

El premio definitivamente valía la batalla.

Las escoltó hasta el carruaje. La casa de Lady Harrington no estaba lejos. Su señoría, por supuesto, estaba más que encantada de recibirlos. Exclamaba, gorgojando, borboteando maliciosamente preguntas acerca de los planes de su boda. Impasible al lado de Leonora, Tristan escuchaba con calma mientras ella desviaba todas las preguntas de su señoría sin responder a ninguna de ellas. Por la de expresión de su señoría, las respuestas de Leonora eran perfectamente aceptables. Aquello era un completo misterio para él.

Luego Gertie intervino y puso fin a la inquisición. Ante un codazo de Leonora, se la llevó de allí. Como de costumbre, se le preparó una silla al lado de la pared.

Ella hundió los dedos en su brazo.

– No. No estamos en el mejor sitio. Esta noche nos serviría mejor estar en el centro del escenario.

Rápidamente, lo dirigió a una posición casi en el centro del gran salón. Interiormente él frunció el ceño, vaciló, luego condescendió; sus instintos crispados -el lugar estaba tan abierto, que serían fácilmente flanqueados, incluso rodeados…

Él tuvo que confiar en su juicio; en este teatro, su conocimiento estaba subdesarrollado. Pero aún así ser dirigido por otro, no podía aceptarlo tan fácilmente.

Como era de prever, fueron rápidamente rodeados de señoras jóvenes y ancianas que querían expresar sus felicitaciones y escuchar noticias. Algunas fueron simpáticas y agradables, inocentes de astucia, damas con quienes él desplegó su encanto. Otras lo hacían retroceder; después de uno de esos encuentros, cortado por Mildred quien interrumpió e hizo retroceder de todas las formas excepto físicamente a la vieja arpía, Leonora le miró de reojo, a escondidas su codo lo pinchó en las costillas.

La miró frunciendo el ceño. Ella sonrió serenamente.

– Deja de parecer tan sombrío.

Dándose cuenta que su máscara se había resbalado, rápidamente reinstaló su fachada encantadora. Mientras tanto, sotto voce, le informó,

– Esa mujer tan desagradable me hizo tener ganas de matar algo, ser sombrío fue una respuesta suave. -Encontró sus ojos-. No sé cómo puedes estar de pie junto a ella, son tan evidentemente insinceros, y no tratan de ocultarlo.

Su sonrisa fue de comprensión mutua y burla; brevemente ella se inclinó más pesadamente en su brazo.

– Te acostumbras a esto. Cuando se vuelvan difíciles, simplemente no dejes que te moleste, y recuerda que lo que ellos buscan es una reacción, niégales eso, y has ganado el intercambio.

Podía entender lo que ella quería decir, intentó seguir esa línea, pero la situación en sí misma desgastaba su temperamento. Los pasados diez años, había evitado cualquier situación que centrara la atención en él; estar parado allí, en una recepción, ser el blanco de todas las miradas y por lo menos la mitad de las conversaciones, estaba directamente en contra de lo que se había convertido en un hábito arraigado.

La noche se terminaba, demasiado despacio para él; el número de damas y caballeros esperando hablar con ellos no menguaba perceptiblemente. Él continuaba sintiéndose desequilibrado, expuesto. Fuera de su zona de confianza en relación con algunos especímenes más peligrosos.

Leonora se cuidaba de ellos con una seguridad que él admiraba. Justo la cantidad exacta de altivez, la cantidad exacta de confianza. Gracias a Dios que la había encontrado.

Ethelreda y Edith se acercaron; saludaron a Leonora como si fuera un miembro de la familia, y ella respondió amablemente. Mildred y Gertie juntaron los dedos; él vio a Edith hacer una breve pregunta, la cual Gertie contestó con una breve palabra y un resoplido. Entonces intercambiaron miradas entre las viejas damas, seguido por risas de complicidad.

Pasando delante de ellos, Ethelreda le dio un golpecito en el brazo.

– Anímate, querido chico. Ahora estamos aquí.

Ella y Edith se movieron, pero únicamente hasta el lado de Leonora. En los siguientes quince minutos, sus otras primas Millicent, Flora, Constance, y Helen también llegaron. Como Ethelreda y Edith, saludaron a Leonora, intercambiaron cumplidos con Mildred y Gertie y después se unieron a Ethelreda y Edith en una reunión relajada alrededor de Leonora.

Y las cosas cambiaron.

La multitud en el salón había crecido en proporciones incómodas, había aún más personas revoloteando, esperando para hablar con ellos. Fue agotador, y a él nunca le había gustado estar rodeado. Leonora continuaba saludando a aquellos que se desplegaban delante, presentándolo, manejando hábilmente la situación. Pero si cualquier dama mostraba una tendencia a la maldad o frialdad, o simplemente el deseo de monopolizar, tanto Mildred como Gertie o una de sus primas daban un paso, y con rapidez hacían observaciones aparentemente intrascendentes, apartando a tales personas.

En poco tiempo, su opinión sobre sus encantadoras viejecitas fue destrozada y reformada; incluso la reservada Flora daba muestras de una notable determinación en distraer y quitar a una persistente mujer. Gertie, también, no dudó en fijarse como un mástil a su lado.

El cambio de roles le mantuvo fuera de línea; en esta arena, ellas eran las protectoras, seguras y efectivas, él era el que necesitaba la protección de ellas.

Parte de esa protección era impedir su reacción a aquellos que veían su compromiso con Leonora una pérdida para ambos, quienes lo miraban como si de alguna forma ella le hubiera tendido una trampa, cuando la verdad era exactamente al contrario. Francamente no había pensado realmente cuán fuerte y poderosa era la competición femenina en el mercado del matrimonio, o que el ostensible éxito de Leonora al capturarlo la situaría en el foco de los envidiosos.

Ahora había abierto los ojos

Lady Harrington había elegido animar la velada con una ronda de bailes. Mientras los músicos se colocaban, Gertie se volvió hacia él.

– Agarra la oportunidad mientras puedas. -Le hundió el dedo en el brazo-. Tendrás que soportar otra hora o más antes de que nos podamos retirar.

No esperó; alcanzó la mano de Leonora, sonrió cautivadoramente y se excusó ante las dos damas con quienes habían estado conversando. Constance y Millicent intervinieron, cubriendo suavemente la ausencia de Leonora y él.