El lacayo asintió. Tristan le dejó y siguió a los demás hacia la cocina al final del corredor. Por sus caras, Leonora y Jeremy estallaban de preguntas; les hizo gestos de silencio y señaló a Castor y los otros lacayos, todos juntos y esperando con el resto de personal.
Con unas pocas órdenes, organizó los turnos de vigilancia para la noche, y aseguró al ama de llaves, la cocinera, y las criadas que no había ninguna probabilidad de que los villanos irrumpieran en la casa mientras dormían sin ser descubiertos.
– A la velocidad que van, y deben ir lentamente, no pueden arriesgarse a utilizar un martillo y un cincel, les tomará al menos algunas noches aflojar bastantes ladrillos por los que un hombre pueda pasar. -Recorrió con la mirada el grupo reunido alrededor de la mesa de la cocina-. ¿Quién notó las rascaduras?
Una chiquilla tiznada y nerviosa dijo:
– Yo, señor, milord. Entré a coger la segunda plancha de hierro caliente y lo oí. Pensé que era un ratón al principio, luego recordé lo que el señor Castor había dicho acerca de que los ruidos extraños y cosas parecidas, así es que vine enseguida y se lo conté.
Tristan sonrió.
– Buena chica. -Su mirada descansó sobre las canastas apiladas con sábanas dobladas y ropa blanca situadas entre las criadas y la estufa-. ¿Es la colada de hoy?
– Sí. -El ama de llaves asintió-. Siempre hacemos la colada principal en miércoles, luego una colada más pequeña los lunes.
Tristan la miró por un momento, luego dijo:
– Tengo una última pregunta. ¿Cualquiera de ustedes, en cualquier momento de los últimos meses, desde noviembre poco más o menos, ha visto o hablado con alguno de estos dos caballeros? -Procedió a dar en pocas palabras una rápida descripción de Mountford y su cómplice el Comadreja.
– ¿Cómo lo adivinaste? -preguntó Leonora cuando estaban de vuelta en la biblioteca.
Las dos criadas mayores y dos de los lacayos habían sido a los que se había acercado independientemente varias veces en noviembre, a las criadas Mountford mismo, a los lacayos su cómplice. Las criadas habían pensado que habían encontrado a un admirador nuevo, los lacayos un conocido nuevo e inesperadamente bien provisto de dinero, siempre dispuesto a pagar la siguiente pinta.
Tristan se dejó caer sobre el sillón al lado de Leonora y alargó las piernas.
– Siempre me pregunté por qué Mountford intentó primero comprar la casa. ¿Cómo sabía que el taller de Cedric estaba cerrado y dejado esencialmente sin tocar? No podía ver por las ventanas, son tan viejas, tan empañadas y cuarteadas, que es imposible ver cualquier cosa a través de ellas.
– Lo supo porque había sonsacado a las criadas. -Jeremy se sentó en su lugar habitual detrás de su escritorio. Humphrey estaba en su silla frente a la chimenea.
– Por supuesto. Y así es cómo ha sabido otras cosas. -Tristan recorrió con la mirada a Leonora-. Como tu propensión a caminar a solas por el jardín. A qué horas sales. Ha estado vigilando a esta familia durante meses, y ha hecho un aceptable trabajo de reconocimiento.
Leonora frunció el ceño.
– Eso lleva a la pregunta de cómo sabía que había algo aquí que encontrar. -Miró a Humphrey, con uno de los diarios de Cedric abierto en su regazo, una lente de aumento en la mano-. Todavía no sabemos si hay algo valioso aquí, sólo lo suponemos por el interés de Mountford.
Tristan apretó su mano.
– Confía en mí. Los hombres como Mountford nunca tienen interés a menos que haya algo que ganar.
Y la atención de caballeros extranjeros era aún menos fácil de atraer. Tristan mantuvo en privado esa observación. Miró a Humphrey.
– ¿Algún avance?
Humphrey habló largo y tendido; la respuesta era no.
Al final de su explicación, Tristan se movió. Todos estaban nerviosos; era difícil dormir con la seguridad de que en el sótano, Mountford excavaba silenciosamente a través de la pared.
– ¿Qué esperas que ocurra ahora? -preguntó Leonora.
La recorrió con la mirada.
– Esta noche nada. Puedes dormir tranquila en cuanto a eso. Llevará al menos tres noches de trabajo continuado abrir un hueco lo suficientemente grande para un hombre, sin alertar a alguien de este lado.
– Estoy más preocupada acerca de alguien de este lado alertándoles.
Sonrió con su sonrisa de depredador.
– Tengo hombres por todo alrededor, estarán allí día y noche. Ahora con Mountford allí dentro, no se escapará.
Leonora miró directamente a sus ojos; sus labios formaron una O silenciosa.
Jeremy refunfuñó. Recogió algunos de los papeles que habían encontrado en el cuarto de Cedric.
– Mejor sigamos con estos. Aquí, en alguna parte, tiene que haber una pista. Aunque no sé por qué nuestro estimado pariente fallecido no pudo usar algún sistema de pistas simple y comprensible.
El bufido de Humphrey fue elocuente.
– Era un científico, por eso. Nunca muestran ninguna consideración para quienquiera que pudiera tener que dar sentido a sus trabajos una vez que se van. Espero no cruzarme con alguien así en toda mi vida.
Tristan se levantó, se desperezó. Cambió una mirada con Leonora.
– Necesito pensar en nuestros planes. Vendré mañana por la mañana y tomaremos algunas decisiones. -Miró a Humphrey, e incluyó a Jeremy cuando dijo-. Probablemente traeré a algunos socios conmigo por la mañana, ¿puedo pedirles que nos hagan un resumen de lo que han descubierto hasta entonces?
– Por supuesto. -Humphrey hizo un gesto con las manos-. Le veremos en el desayuno.
Jeremy apenas levantó la mirada.
Leonora le acompañó hasta la puerta principal. Se robaron un beso rápido e insatisfactorio delante de Castor que, convocado por algún instinto de mayordomo, apareció para abrir la puerta.
Tristan bajó la mirada hacia los sombríos ojos de Leonora.
– Duerme bien. Créeme, no corres ningún riesgo.
Ella enfrentó sus ojos, luego sonrió.
– Lo sé. Tengo la prueba.
Desconcertado, levantó una ceja.
Su sonrisa se hizo más pronunciada.
– Me dejas aquí.
Él recorrió su rostro, viendo comprensión en sus ojos. La saludó, y salió.
Para cuando alcanzó Green Street, un plan estaba claro en su mente. Era tarde; su casa estaba tranquila. Fue directamente a su estudio, se sentó en el escritorio, y tomó una pluma.
A la mañana siguiente, él, Charles, y Deverell se encontraron en el Bastion Club poco después de amanecer. Era marzo; no amanecía temprano, pero necesitaban que hubiera suficiente luz para ver mientras rodeaban el Número 16 de Montrose Place. Comprobaron cada posible ruta de escapada, comprobaron que los guardas de Tristan estuvieran en sus puestos, y dispusieron refuerzos dónde era necesario.
A las siete y media, se retiraron a la sala de reuniones del club para recapitular e informar de todo lo que cada uno individualmente había hecho, lo que habían puesto en marcha desde la tarde previa. A las ocho en punto, se encaminaron hacia el Número 14, donde Humphrey y Jeremy, rendidos después de trabajar la mayor parte de la noche, y una Leonora ansiosa, estaban esperando.
Además de un copioso desayuno. Leonora evidentemente había ordenado que fueran bien alimentados.
Sentada a un extremo de la mesa, Leonora sorbió el té; por encima del borde de su taza, estudió al trío de peligrosos hombres que había invadido su casa.
Era la primera vez que se encontraba con St. Austell y Deverell; una mirada fue suficiente para ver las similitudes entre ellos y Tristan. Asimismo, ambos evocaron la misma cautela que inicialmente había sentido con Tristan; no confiaría en ellos, no enteramente, como una mujer confía en un hombre, a menos que llegase a conocerlos mucho mejor.