Miró a Tristan, que estaba a su lado.
– Dijiste que pensarías en un plan.
Él asintió.
– Un plan de cómo reaccionar mejor a esta situación tal y como actualmente la conocemos. -Dirigió la mirada hacia Humphrey-. Quizá, si resumo la situación, usted me corregirá si tiene más información reciente.
Humphrey asintió.
Tristan bajó la mirada a la mesa, visiblemente reuniendo sus ideas.
– Se sabe que Mountford va en busca de algo que cree escondido en esta casa. Ha estado atento, persistente, sin desviarse de su meta durante meses. Parece progresivamente desesperado, y evidentemente no cesará hasta que encuentre aquello que persigue. Tenemos una conexión entre Mountford y un extranjero, lo que puede ser o no pertinente. Mountford está ahora en escena, tratando de tener acceso al sótano. Tiene un cómplice conocido, un hombre con cara de comadreja. -Tristan hizo una pausa para sorber su café-. Esos son los adversarios tal y como los conocemos.
››Ahora, a por lo que buscan. Nuestra mejor suposición es que hay algo que el difunto Cedric Carling, el dueño anterior de esta casa y un renombrado experto en hierbas medicinales, descubrió, posiblemente trabajando con otro experto en hierbas medicinales, A. J. Carruthers, desafortunadamente ahora también fallecido. Los diarios de Cedric, y las cartas y notas de Carruthers, todo lo que hemos encontrado hasta ahora, sugieren una colaboración, pero el proyecto mismo permanece poco claro. -Tristan miró a Humphrey.
Humphrey miró a Jeremy. Le hizo un gesto.
Jeremy concentró las miradas de los demás.
– Tenemos tres fuentes de información: los diarios de Cedric, cartas para Cedric de Carruthers, y un juego de notas de Carruthers, que creemos fueron enviados junto con las cartas. He estado concentrándome en las cartas y las notas. Algunas anotaciones detallan experimentos individuales discutidos y detallados en las cartas. Por lo que hemos podido agrupar hasta ahora, parece cierto que Cedric y Carruthers trabajaban juntos en algún brebaje específico. Discuten las propiedades de algún líquido que intentan influenciar con este brebaje. -Jeremy hizo una pausa, con una mueca-. No tenemos nada que indique de qué fluido se trata, pero por varias referencias, creo que debe ser sangre.
El efecto de esa aseveración en Tristan, St. Austell, y Deverell fue notable. Leonora les observó intercambiar miradas significativas.
– Entonces, -murmuró St. Austell, mirando fijamente a Tristan-, tenemos a dos renombrados expertos en hierbas medicinales trabajando en algo que afecta a la sangre, y una posible conexión extranjera.
La expresión de Tristan se había endurecido. Inclinó la cabeza hacia Jeremy.
– Eso aclara la única incertidumbre que tenía referente a nuestro camino a seguir. Claramente, el heredero de Carruthers, Jonathon Martinbury, un joven recto y honesto que misteriosamente ha desaparecido después de llegar a Londres, que aparentemente venía en respuesta a una carta referente a la colaboración de Carruthers y Cedric, es un peón potencialmente crítico en este juego.
– Sin duda. -Deverell miró a Tristan-. Pondré a mi gente a trabajar en esa línea, también.
Leonora los miró de uno a otro.
– ¿Qué línea?
– Ahora es imperativo que localicemos a Martinbury. Si está muerto, eso llevará algún tiempo; probablemente más tiempo del que tenemos, con Mountford trabajando en el sótano. Pero si Martinbury está vivo, hay una oportunidad de que podamos registrar los hospitales y albergues lo suficientemente bien como para localizarlo.
– Los conventos. -Cuando Tristan la miró, Leonora se explicó-. No los mencionaste, pero hay bastantes en la ciudad, y la mayoría admiten tantos enfermos y accidentados como pueden.
– Tiene razón. -St. Austell miró a Deverell, que asintió-. Mandaré a mi gente por ahí.
– ¿Qué gente? -Jeremy miró ceñudo al trío-. Hablan como si tuvieran una tropa a su disposición.
St. Austell levantó las cejas, divertido. Tristan enderezó sus labios y contestó:
– En cierto modo, la tenemos. En nuestra ocupación anterior, tuvimos necesidad de… conexiones en todos los niveles de la sociedad. Y hay un montón de veteranos a quienes podemos llamar para que nos ayuden. Cada uno de nosotros conoce a gente que está acostumbrada a salir y buscarnos cosas.
Leonora frunció el ceño hacia Jeremy cuando se rindió, pudiendo haber preguntado más.
– Así es que ustedes han juntado a sus tropas y las han puesto a buscar a Martinbury. ¿Qué nos deja eso por hacer? ¿Cuál es su plan?
Tristan la miró a los ojos, luego recorrió con la mirada a Humphrey y Jeremy.
– Todavía no sabemos qué persigue Mountford, podríamos simplemente recostarnos y esperar a que irrumpa, luego ver a por qué va. Ese, sin embargo, es el curso de acción más peligroso. Dejarle entrar en esta casa, dejarle poner sus manos a estas alturas en lo que persigue, debería ser nuestro último recurso.
– ¿Alternativas? -preguntó Jeremy.
– Seguir adelante con las líneas de investigación que ya tenemos. Uno, buscar a Martinbury, puede tener información más específica sobre Carruthers. Dos, continuar juntando las piezas que podamos de las tres fuentes que tenemos: los diarios, las cartas, y las notas. Es probable que sean por lo menos una parte de los que Mountford busca. Si tiene acceso a las piezas que nos faltan, eso tendría sentido. Tres. -Tristan miró a Leonora-. Hemos dado por supuesto que algo, digamos una fórmula, estaba escondido en el taller de Cedric. Eso todavía puede ser el caso. Sólo hemos registrado todos los materiales escritos obvios; si es que hay algo específicamente oculto en el taller, todavía puede estar allí. Finalmente, la fórmula pudo ser completada, anotada y escondida en otro sitio de esta casa. -Hizo una pausa, luego continuó-. El riesgo de dejar caer algo semejante en manos de Mountford es demasiado grande para arriesgarse. Necesitamos registrar esta casa.
Recordando cómo había él registrado las habitaciones de la señorita Timmins, Leonora asintió.
– Estoy de acuerdo. -Recorrió la mirada alrededor de la mesa-. Así que Humphrey y Jeremy deberían continuar con los diarios, las cartas, y las notas en la biblioteca. Su gente registraría Londres para encontrar a Martinbury. Eso nos deja a ustedes tres, ¿no es así?
Tristan le sonrió, una de sus encantadoras sonrisas.
– Y a ti. Si pudieras advertir a tu personal y despejarnos el camino, nosotros tres buscaremos. Podemos necesitar buscar desde los áticos hasta el sótano, y ésta es una casa grande. -Su sonrisa se endureció-. Pero somos muy buenos buscando.
Lo eran.
Leonora observaba desde la puerta del taller cómo, silenciosos como ratones, los tres nobles curioseaban, escarbaban, y hurgaban cada rincón y cada grieta, trepaban por la pesada estantería, escudriñando las traseras de las alacenas, revolvían los huecos escondidos con bastones, y tendiéndose en el piso para inspeccionar las partes inferiores de escritorios y archivadores. No se dejaron nada.
Y no encontraron nada salvo polvo.
Desde allí, trabajaron firmemente en el exterior y aún más, yendo por la cocina y las despensas, incluso en la ahora silenciosa lavandería, por cada cuarto del sótano, luego subieron las escaleras y, tranquilamente decididos, aplicaron sus inesperadas habilidades a las habitaciones de la planta baja.
En dos horas, habían llegado a los dormitorios; una hora más tarde, abordaron los áticos.
El gong del almuerzo estaba sonando cuando Leonora, sentada en las escaleras que conducían a los áticos en los cuales rotundamente se había rehusado a aventurarse, sintió las reverberaciones de su descenso.
Se levantó y dio media vuelta. Sus pasos, pesados, lentos, le dijeron que no habían encontrado absolutamente nada. Aparecieron, sacudiéndose telarañas de sus cabellos y abrigos. Shultz no lo habría aprobado.
Tristan enfrentó su mirada, un tanto desalentado.