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– Habrían tenido que tener a alguien vigilándole en York -dijo Deverell-. ¿No cambió los preparativos inmediatamente después de recibir la carta de Leonora y se apresuró?

– No. Me llevó dos días organizarme. -Jonathon se sentó en la silla-. Cuando me bajé del coche, había un mensaje esperándome, diciendo que me reuniera con el Sr. Simmons en la esquina de Green Dragon Yard y Old Montague Street a las seis en punto para discutir un asunto de mutuo interés. Era una carta redactada con elegancia, bien escrita, papel de buena calidad, pensé que era de ustedes, los Carling, acerca del descubrimiento. Realmente no pensé que usted no podría saber que yo estaba en el coche del correo, pero en ese momento todo parecía encajar.

– Esa esquina está a unos minutos de la posada elegida. Si el correo hubiera llegado en su horario, no hubiera tenido tiempo para encontrar una habitación antes de ir a la reunión. En lugar de eso, tuve una hora para buscar por los alrededores, hallar una habitación limpia, y dejar mi bolso allí, antes de ir a la cita.

Tristan seguía teniendo su sonrisa desconcertante.

– Asumieron que no habías traído ningún papel contigo. Lo habrían buscado.

Jonathon cabeceó.

– Mi abrigo fue desgarrado.

– Así pues, no encontrando nada, le sacaron del cuadro y le dejaron morir. Pero no comprobaron cuando llegaba el carruaje, tsk tsk -chasqueó la lengua-. Muy descuidado. -Charles paseó hacia la puerta-. ¿Nos vamos?

– Por supuesto -Tristan se giró y se dirigió a la puerta-. Traigamos a Mountford.

Leonora observó la puerta detrás de ellos.

Humphrey se aclaró la garganta, atrapando la mirada de Jonathon, entonces señaló el bolso negro.

– ¿Podemos?

Jonathon ondeó la mano.

– Por supuesto.

Leonora estaba dividida.

Jonathon estaba obviamente decaído, exhausto, y sus lesiones lo estaban agotando; lo instó a que se recostara y se recuperase. Por sugerencia de ella, Humphrey y Jeremy se llevaron el bolso negro fuera de la biblioteca.

Cerrando la puerta de la sala detrás de ella, vaciló. Una parte deseaba apresurarse tras su hermano y su tío, para ayudarlos y compartir el entusiasmo académico de dar sentido al descubrimiento de Cedric y A.J.

Otra parte era atraída por la realidad, la excitación física de la cacería.

Debatió con sí misma durante diez segundos, luego se dirigió hacia la puerta principal. Abriéndola, la dejó sin el pestillo. La noche había caído, la oscuridad se cerraba sobre la tarde. En el pórtico, vaciló. Preguntándose si debería llevar a Henrietta. Pero la perra todavía estaba en la cocina del club; no tenía tiempo de ir a por ella. Miró con atención a través del Número 16, pero la entrada estaba más cerca de la calle; no podía ver nada.

No. Te. Metas. En. Peligro.

Los tres estaban delante de ella. ¿Qué peligro podría haber allí?

Se apresuró bajando los escalones delanteros y corrió rápidamente al sendero del frente.

Iban, asumió, a arrancar a Mountford de su agujero -estaba intrigada-, después de todo este tiempo, vería quién era realmente, qué clase de hombre era. La descripción de Jonathon era ambivalente; sí, Mountford-Duke-era un matón violento, pero no un asesino.

Había sido lo suficiente violento en lo que a ella concernía.

Se acercó a la puerta delantera del Número 16 con la precaución apropiada.

Estaba entreabierta. Forzó sus oídos pero no escuchó nada.

Miró con atención más allá de la puerta.

El débil claro de luna lanzó su sombra al fondo del pasillo. Eso causó que el hombre en el umbral del marco de la puerta de la cocina hiciera una pausa y girara.

Era Deverell. Le indicó que se mantuviera en silencio y que permaneciera detrás, después dio la vuelta y se perdió entre las sombras.

Leonora vaciló un segundo; permanecería detrás, simplemente no tan lejanamente detrás…

Con sus zapatillas sin hacer ruido sobre las losas, se deslizó dentro del vestíbulo y siguió la estela de Deverell.

Las escaleras que conducían a las cocinas y al nivel del sótano, estaban justo más allá de la puerta del pasillo. Desde su visita anterior acompañando a Tristan por la casa, Leonora sabía que el tramo de las escaleras dobles terminaba en un corredor largo. Las puertas de las cocinas y el fregadero daban a la izquierda; a la derecha daba la despensa del mayordomo, seguida por un sótano largo.

Mountford hacía un túnel a través del sótano.

Deteniéndose brevemente al pie de la escalera, se inclinó sobre la barandilla y miró con fijeza abajo; podía ver a los tres hombres moviéndose en la parte inferior, grandes sombras en la penumbra. La luz débil brilló en algún punto delante de ellos. Mientras se movían fuera de su vista, avanzó lentamente bajando las escaleras.

Se detuvo brevemente en el rellano. Allí podía ver la longitud del pasillo antes y debajo de ella. Había dos puertas en el sótano. La más cercana estaba entreabierta, una luz débil llegó más allá de ella.

Más débilmente, como un escalofrío a través de sus nervios, vino un constante scritch-scratch.

Tristan, Charles y Deverell llegaron juntos ante la puerta; aunque no los vio moverse, asumió que hablaban, no escuchaba nada, ni el más leve sonido.

Entonces Tristan dio vuelta a la puerta del sótano, la empujó y se encaminó hacia dentro.

Charles y Deverell le siguieron.

El silencio duró un latido de corazón.

– ¡Hey!

– ¿Qué…?

Ruidos sordos. Explosiones. Gritos y juramentos sofocados. Era más que una simple refriega.

¿Cuántos hombres estarían allí dentro? Había supuesto que solamente dos, Mountford y la comadreja, pero sonaba como algo más…

Un horroroso impacto sacudió las paredes.

Jadeó, clavando la vista abajo. La luz se había extinguido.

En la penumbra, una figura salió apresurada de la segunda puerta del sótano, la que estaba en el extremo del pasillo.

Se dio la vuelta, cerrando de golpe la puerta, una trampa. Ella escuchó el sonido chirriante de un viejo cerrojo de hierro encajando en su sitio.

El hombre se alejó de la puerta, corriendo, el pelo y la capa aleteaban violentamente, pasillo arriba hacia las escaleras.

Sorprendida, paralizada por el reconocimiento -el hombre era Mountford-, Leonora tiró hacia atrás. Forzó las manos a sus faldas, las agarró para darse la vuelta y huir, pero Mountford no la había visto, se resbaló parando junto a la puerta más cercana de la bodega, que ahora estaba abierta.

Mountford pasó dentro, agarró la puerta, y la giró cerrándola también. Asió el pomo, maniobrando desesperadamente.

En el repentino silencio sonó un revelador chirrido, luego el ruido metálico como de una cerradura pesada cayó sobre la casa.

Con el pecho subiendo y bajando, Mountford retrocedió. La hoja de un cuchillo agarrado en un puño brilló débilmente.

Un ruido sordo cayó sobre la puerta, y luego hizo vibrar el pomo.

Un apagado juramento se filtró a través de los espesos paneles.

– ¡Hah! ¡Os atrapé! -con la cara radiante, Mountford se volvió.

Y la vio.

Leonora giró y huyó.

No escapó lo suficientemente rápido.

La atrapó en la parte superior de la escalera. Mordiendo con los dedos su brazo, la giró duramente contra la pared.

– ¡Perra!

La palabra era rabiosa, gruñida.

Mirando la cara completamente pálida agresivamente cerca de la suya, Leonora contó con un segundo para aclararse la mente.

Curiosamente, fue todo lo que le tomó, un segundo, para que sus emociones la guiaran, para recuperar su ingenio. Todo lo que tenía que hacer era demorar a Mountford, y Tristan la salvaría.