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– Si ese es un ejemplo de la manera en que piensas obedecerme en el futuro, de cómo pretendes continuar, a pesar de mi clara advertencia, tengo que advertirte que, ¡no te lo permitiré! -pasó una mano por su pelo.

– Si…

– ¡Dios mío! Envejecí más de una década cuando Deverell me dijo que te había visto allí fuera. Y entonces tuvimos que someter a los compinches de Mountford antes de que pudiéramos llegar a la cerradura, ¡y eran viejas y duras! ¡No puedo recordar sentimiento tan malditamente desesperado en mi vida!

– Yo…

– ¡No, tú nada! -La inmovilizó con una furiosa mirada-. Y no pienses que esto no significa que no vamos a casarnos, porque para nosotros… ¡eso es definitivo!

Enfatizó el definitivo con un gesto expeditivo de su mano.

– Pero como en ti no se puede confiar, en que te comportes con un mínimo de sentido común… en ejercer ese ingenio que Dios definitivamente te ha dado y de sobra para mi tormento… que me condenen si no tengo una maldita torre construida en Mallinghan y ¡te encierro en ella!

Se paró para introducir aliento, percibiendo que sus ojos relucían extrañamente. A modo de advertencia.

– ¿Ya has acabado completamente? -su tono era considerablemente más glacial que el de él.

Cuando él no respondió inmediatamente, continuó.

– Para tu información, lo que pasó aquí esta noche lo tienes completamente confundido -levantó su barbilla, enfrentando desafiantemente su mirada-. No me dirigí al peligro, ¡no del todo! -Entrecerró los ojos; levantó un dedo para detener su erupción, bloqueando su interrupción-. Esto fue lo que sucedió. Os seguí a ti, a Charles y a Deverell, tres caballeros con no poca experiencia y habilidades, en una casa que todos creíamos con sólo dos hombres menos capaces -sus ojos perforaron los de él, desafiándolo a que la contradijera-. Todos creíamos que no había gran peligro. Como vimos, el destino cobró parte, y la situación se volvió inesperadamente peligrosa. ¡Sin embargo! -Se vengó de él con un semblante tan furioso como cualquiera de los suyos-. ¡Estás obstinado en no ver en todo esto lo que es para mí es el punto crucial! -Tiró sus manos hacia fuera-. ¡Confié en ti!

Volviéndose, se paseó, luego con un estallido airado lo enfrentó perforándole el pecho con un dedo.

– Confié en que pudieras liberarte y vinieras tras de mí a rescatarme y lo hiciste. Confié en que me salvarías, y sí, volviste y te ocupaste de Mountford. ¡Cómo esa típicamente estrecha de miras costumbre masculina, estás negándote a ver esto!

Él atrapó su dedo. Ella encaró sus ojos sobre los suyos. Su barbilla determinada.

– Confié en ti, y no me fallaste. Lo conseguí, lo conseguimos, está bien.

Ella sostuvo su mirada; un débil brillo envolvió sus ojos azules.

– Tengo una advertencia para ti -dijo ella, en voz baja. -No. Estropees. Esto..

Si algo había aprendido en su larga carrera, era que, en determinadas circunstancias, la retirada era la opción más sabia.

– Oh -buscó en sus ojos, luego asintió y liberó su mano-. Ya veo. No me di cuenta.

– ¡Humph! -Bajó su mano-. Siempre y cuando lo hagas ahora…

– Sí. -Un sentimiento de euforia crecía dentro de él, y amenazaba con derramarse y barrerlo-. Ahora lo veo…

Lo observó, esperando, poco convencida por su tono.

Él vaciló, entonces preguntó.

– ¿Realmente tuviste la intención de confiar en mí con tu vida?

Los ojos de ella definitivamente resplandecían ahora, pero no de enfado. Sonrió.

– Sí, absolutamente. Si no hubiese tenido confianza en ti, no sé lo que habría hecho.

Ella se metió en sus brazos, él los cerró a su alrededor. Levantó su cara para mirarlo.

– Contigo en mi vida, la decisión fue fácil -levantando los brazos, cubrió sus hombros. Miró dentro de sus ojos-. Así que ahora todo está bien.

Él estudió su cara y luego asintió.

– En efecto -fue bajando la cabeza para besarla cuando su cerebro de estratega, habitualmente comprobando que todo estaba bien en su mundo, se enganchó en un punto.

Dudó, levantó los párpados, esperó hasta que ella hizo lo mismo. Frunció el ceño.

– Supongo que Jonathon Martinbury sigue en el salón, pero, ¿qué sucedió con Humphrey y Jeremy?

Los ojos de ella se agrandaron, su expresión se transformó en una de leve horror.

– ¡Oh, cielos!

CAPÍTULO 20

– ¡Lo siento tanto! -Leonora sacó a Humphrey del armario-. Las cosas… simplemente ocurrieron.

Jeremy siguió a Humphrey hacia fuera, apartando una fregona de una patada. La miró con el ceño fruncido.

– ¡Esa fue la pieza de interpretación más desesperada que alguna vez he presenciado y esa daga estaba afilada, por el cielo!

Leonora le miró a los ojos y rápidamente le abrazó.

– De todas formas funcionó. Eso es lo importante.

Jeremy se encogió y miró la puerta cerrada de la biblioteca.

– Está bien. No quisimos golpear la puerta del armario y atraer la atención hacia nosotros, no sabía si distraería a alguien en el momento menos oportuno. -Miró a Tristan-. ¿Lo atrapaste?

– Efectivamente. -Tristan señaló hacia la puerta de la biblioteca-. Vamos dentro. Estoy seguro de que St. Austell y Deverell le habrán dejado claro cuál es la situación en este momento.

La escena que se encontraron sus ojos cuando registraron la biblioteca sugería que ese era el caso; Duke Mountford estaba sentado en una silla con respaldo en medio de la biblioteca, con la cabeza y los hombros encorvados. Las manos, que colgaban flojas entre sus rodillas, estaban atadas con el cordón de la cortina. También tenía un tobillo amarrado a una pata de la silla.

Charles y Deverell estaban apoyados uno al lado del otro en el borde delantero del escritorio, cruzados de brazos observaban a su prisionero como pensando lo que iban a hacer con él después.

Leonora lo examinó, pero sólo pudo ver un ligero roce en uno de los pómulos de Duke; no obstante, a pesar de la falta de daño exterior, no tenía del todo buen aspecto.

Deverell miraba hacia arriba con la mayor naturalidad. Leonora ayudó a Humphrey a sentarse en su silla. Deverell capturó la mirada de Tristan.

– Sería buena idea que Martinbury oyera esto. -Echó un vistazo alrededor abarcando todos los asientos-. Podríamos traerlo en una butaca.

Tristan asintió.

– ¿Jeremy?

Salieron los tres, dejando a Charles vigilando.

Un minuto más tarde, un profundo ladrido sonó en la parte delantera de la casa, seguido por el sonido del roce de las patas de Henrietta cuando trotaba hacia ellos.

Sorprendida, Leonora miró a Charles.

Él no desvió su mirada fija de Mountford.

– Pensamos que ella podría resultar útil a fin de persuadir a Duke para que se dé cuenta de lo equivocado de sus acciones.

Henrietta ya gruñía cuando apareció en la entrada. Los pelos del cuello se le habían erizado. Fijó sus brillantes ojos color ámbar en Duke. Rígido y congelado, atado a la silla, éste se quedó con la mirada fija y horrorizado se echó para atrás.

El gruñido de Henrietta descendió una octava, bajando la cabeza, avanzó dos amenazantes pasos.

Duke parecía estar a punto de desmayarse.

Leonora chasqueó sus dedos.

– Aquí, chica. Ven aquí.

– Vamos, vieja chica. -Humphrey se golpeó ligeramente un muslo.

Henrietta miró de nuevo a Mountford, luego resopló y deambuló alrededor de Leonora y Humphrey. Después de saludarlos, dio vueltas, finalmente se desplomó entre ellos en un peludo montón. Apoyando su enorme cabeza sobre las patas, fijó una mirada implacablemente hostil en Duke.