V. M.»
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En una historia de amor, el alcohol acompaña dos momentos opuestos: cuando se descubre al otro y hay que narrarse uno mismo, y cuando ya no hay nada que decirse. Ellos estaban en la primera etapa. Esa en la que el tiempo pasa volando, esa en la que se revive la historia, y en especial la escena del beso. Nathalie había pensado que ese beso lo había dictado el azar del impulso. Pero ¿quizá no? Quizá no existiera el azar. Quizá todo eso no hubiera sido sino el progreso inconsciente de una intuición. La impresión de que se sentiría bien con ese hombre. Eso la hacía feliz, y luego se tornaba grave, y feliz de nuevo. Un viaje incesante de la alegría a la tristeza. Y ahora, el viaje los llevaba al exterior. Hacia el frío. Nathalie no se encontraba muy bien. Tanto ir y venir la noche anterior la había destemplado. ¿Dónde podían ir ahora? Se anunciaba un paseo largo, pues ninguno se atreve todavía a ir a casa del otro, y sobre todo no apetece separarse. Uno deja que se eternice el sentimiento de indecisión. Y es aún más intenso de noche.
– ¿Puedo besarla? -preguntó Markus.
– No lo sé… estoy incubando un resfriado.
– No importa. Estoy dispuesto a enfermar con usted. ¿Puedo besarla?
A Nathalie le encantó que se lo preguntara. Era delicado por su parte. Cada momento con él se salía de lo corriente. Después de lo que había vivido, ¿cómo habría podido imaginar volver a embelesarse por alguien? Ese hombre tenía algo único.
Nathalie asintió con la cabeza.
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Diálogo de la película Celebrity de Woody Allen,
que inspiró la réplica de Markus:
Charlize Theron
¿No te da miedo contagiarte?
Estoy resfriada.
Kenneth Branagh
De ti cogería hasta un cáncer incurable.
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Las veladas pueden ser extraordinarias, las noches, inolvidables, y, sin embargo, todas desembocan siempre en mañanas normales y corrientes. Nathalie cogió el ascensor para ir a su despacho. Odiaba encontrarse con alguien en ese reducto, tener que sonreír e intercambiar frases de cortesía, por lo que se las apañaba para esperar a que estuviera vacío. Le gustaba ese momento, esos pocos segundos en los que se elevaba hacia su jornada, en esa jaula que nos convierte en hormigas en una galería. Al salir, se topó con su jefe. No es una simple expresión: de verdad chocaron el uno con el otro.
– Tiene gracia… justo me estaba diciendo que últimamente no nos vemos mucho… y ¡zas, voy y me cruzo contigo! De haber sabido que tenía este poder, habría formulado otro deseo…
– Mira qué listo.
– No, ahora en serio, tengo que hablar contigo. ¿Te importa pasarte más tarde por mi despacho?
En esos últimos tiempos, Nathalie casi se había olvidado de que Charles existía. Era como un viejo número de teléfono, un elemento que ya no tiene nada que ver con la modernidad. Era un correo neumático. Le resultaba extraño tener que volver a su despacho. ¿Cuánto tiempo hacía que no había estado allí? No lo sabía con precisión. El pasado empezaba a deformarse, a diluirse en las vacilaciones, a esconderse bajo las manchas del olvido. Y era la prueba feliz de que el presente recuperaba su papel. Nathalie dejó que pasara la mañana y por fin se decidió.
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Ejemplos de números de teléfono
de otro siglo:
Odéon 32-40
Passy 22-12
Clichy 12-14
80
Nathalie entró en el despacho de Charles. Enseguida reparó en que las persianas estaban menos subidas que de costumbre, que había como un intento de sumir la mañana en la oscuridad.
– Es verdad que hace tiempo que no venía aquí… -dijo, caminando por el despacho.
– Hace tiempo, sí…
– Anda que no habrás leído palabras del Larousse desde la última vez…
– Ah, eso… no. Dejé de hacerlo. Me harté de las definiciones. Sinceramente, ¿me puedes decir de qué sirve conocer el significado de las palabras?
– ¿Era para preguntarme esto por lo que querías verme?
– No… no… Nos pasamos el tiempo cruzándonos por los pasillos… y sólo quería saber cómo estás… cómo te van las cosas ahora…
Había pronunciado esas últimas palabras en la frontera de la tartamudez. Frente a esa mujer, Charles era un tren que descarrila. No entendía por qué tenía ese efecto sobre él. Claro que era guapa, claro que tenía una forma de ser que le parecía sublime, pero aun así: ¿era suficiente? Charles era un hombre poderoso, y a veces secretarias pelirrojas soltaban risitas intimidadas a su paso. Habría podido tener mujeres, habría podido tener aventuras fugaces en hoteles lujosos. ¿Entonces? No había nada que decir. Estaba sujeto a la tiranía de su primera impresión. No podía ser otra cosa. Ese instante en que había visto su rostro en el currículo, en que había dicho: quiero hacerle yo la entrevista. Entonces había aparecido Nathalie, recién casada, pálida y vacilante, y unos segundos más tarde, le había ofrecido unos Krisprolls. ¿A lo mejor se había enamorado de una foto? Quizá no haya nada tan extenuante como vivir bajo la tiranía sensual de una belleza fija, detenida en el tiempo. Seguía observándola. Nathalie no quería sentarse. Andaba de aquí para allá, tocaba los objetos, sonreía por nada: era la encarnación violenta de la feminidad. Por fin, rodeó su escritorio y se colocó detrás de éclass="underline"
– ¿Qué… qué haces? -preguntó Charles.
– Te miro la cabeza.
– Pero ¿por qué?
– Miro alrededor de tu cabeza. Porque siento que tienes una idea rondándote.
Lo que faltaba: que tuviera sentido del humor. Charles ya no dominaba en absoluto la situación. Nathalie estaba detrás de él, divertida. El pasado, por primera vez, parecía de verdad pasado. Había estado en primer plano en su vida en sus días más negros. Se había pasado las noches pensando que Nathalie podría suicidarse, y ahora estaba ahí, detrás de él, excesivamente viva.
– Anda, siéntate, por favor -le dijo tranquilamente.
– Vale.
– Pareces feliz. Y eso te hace aún más bella.
Nathalie no contestó. Esperaba que no la hubiera llamado a su despacho para hacerle una nueva declaración. Charles prosiguió:
– ¿No tienes nada que decirme?
– No, eras tú quien quería verme.
– ¿Marchan las cosas bien en tu equipo?
– Sí, creo que sí. Bueno, tú lo sabes mejor que yo. Tú tienes las cifras.
– ¿Y con… Markus?
De modo que ésa era la idea que le rondaba por la cabeza. Quería hablar de Markus. ¿Cómo no se le había ocurrido antes?
– Me han dicho que cenas a menudo con él.
– ¿Quién te ha dicho eso?
– Aquí se sabe todo.
– ¿Y qué más da? Es mi vida privada. ¿Qué tiene eso que ver contigo?
Nathalie se interrumpió bruscamente. Cambió la tonalidad de su rostro. Observó a Charles, patético, colgado de sus labios, esperando una explicación, esperando más que nada que lo desmintiera todo. Siguió mirándolo un buen rato, sin saber qué hacer. Al final decidió marcharse de su despacho, sin añadir una palabra. Dejaba a su jefe sumido en la incertidumbre, en una frustración de tomo y lomo. Nathalie no soportaba los chismorreos, que cotillearan a sus espaldas. Odiaba toda esa temática: ideas rondando por la cabeza, palabras que no se dicen a la cara, puñaladas traperas. Había sido sobre todo la frase «aquí se sabe todo» la que la había irritado. Ahora que lo pensaba, podía confirmarlo: sí, había sentido algo en las miradas de los demás. Bastaba con que alguien los hubiera visto en el restaurante, o simplemente salir juntos, y ya toda la empresa hervía de excitación. ¿Por qué estaba irritada? Había contestado secamente que era su vida privada. Habría podido decirle a Charles: «Sí, ese hombre me gusta.» Con convicción. Pero no, no quería ponerle palabras a la situación, y de ninguna manera pensaba dejar que nadie la obligara a hacerlo. Al volver a su despacho, se cruzó con algunos compañeros, y constató el cambio. La mirada de compasión y de simpatía se dejaba carcomer por otra cosa. Pero todavía no podía imaginar lo que estaba a punto de suceder.