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No me esperéis mañana -olvido, olvido-; no, sol, no me esperéis cuando la forma asciende al negro día creciente; panteras ignoradas -un cadáver o un beso-, sólo sonido extinto o sombra, el día me encuentra.

VEN, VEN TÚ

Allá donde el mar no golpea, donde la tristeza sacude su melena de vidrio, donde el aliento suavemente espirado no es una mariposa de metal, sino un aire.
Un aire blando y suave donde las palabras se murmuran como a un oído. Donde resuenan unas débiles plumas que en la oreja rosada son el amor que insiste.
¿Quién me quiere? ¿Quién dice que el amor es un hacha doblada, un cansancio que parte por la cintura el cuerpo, un arco doloroso por donde pasa la luz ligeramente sin tocar nunca a nadie?
Los árboles del bosque cantan como si fueran aves. Un brazo inmenso abarca la selva como una cintura. Un pájaro dorado por la luz que no acaba busca siempre unos labios por donde huir de su cárcel.
Pero el mar no golpea como un corazón, ni el vidrio o cabellera de una lejana piedra hace más que asumir todo el brillo del sol sin devolverlo. Ni los peces innumerables que pueblan otros cielos son más que las lentísimas aguas de una pupila remota.
Entonces este bosque, esta mota de sangre, este pájaro que se escapa de un pecho, este aliento que sale de unos labios entreabiertos, esta pareja de mariposas que en algún punto va a amarse…
Esta oreja que próxima escucha mis palabras, esta carne que amo con mis besos de aire, este cuero que estrecho como si fuera un nombre, esta lluvia que cae sobre mi cuerpo extenso, este frescor de un cielo en el que unos dientes sonríen, en el que unos brazos se alargan, en que un sol amanece, en que una música total canta invadiéndolo todo, mientras el cartón, las cuerdas, las falsas telas, la dolorosa arpillera, el mundo rechazado, se retira como un mar que muge sin destino.

AURORA INSUMISA

En medio de los adioses de los pañuelos blancos llega la aurora con su desnudo de bronce con esa dureza juvenil que a veces resiste hasta el mismo amor.
Llega con su cuerpo sonoro donde sólo los besos resultan todavía fríos, pero donde el sol se rompe ardientemente para iluminar en redondo el paisaje vencido.
Si en las cercanías un río imita una curva, no confundirlo, no, con un brazo; si más arriba quiere formarse una montaña, apenas si conseguirá imitar algún hombro, y si un pájaro repasa velozmente no faltará quien lo equivoque con unos dientes ligeros.
La blancura no existe. La amarillez vivísima, el color rosa naciente, el incipiente rojo son como ondas sobrepasándose hasta derribarse en el seno, donde el día se vierte tumultuosamente.
Quizá por la garganta del cuerpo juvenil los rojos pececillos circulan, se extinguen, los besos son burbujas, son ese gris que falla en el fondo de la copa cuando alguno intenta acercarle los labios; son ese ojo profundo sin párpado que en el fondo demuestra con su fijeza que nunca ha de acabarse.
Pero el viento no puede lastimar ese cuerpo, ni los brazos del amor conseguirán disminuir la fina cintura, ni esas redondas manos pasajeras reducirán a calor los pechos liberados.
El cabello ondea como la piedra más reciente, roca nueva insumisa rebelde a sus límites, la que jamás encerrada en un puño cantará la canción de los labios apretados.
El sol o el agua luminosa bruñe la superficie erguidísima, donde nunca un pájaro detendrá su bola de pluma, ni se amarán por parejas bajo los brazos fríos.
Una boca con alas del tamaño de la nieve pone en el cuello su carbón encendido. Brota una mariposa de cristal impasible, espejo hacia el cenit que repugna las luces.

PAISAJE

Desde lejos escucho tu voz que resuena en este campo, confundida con el sonido de este agua clarísima que desde aquí contemplo; tu voz o juventud, signo que siempre oigo cuando piso este verde jugoso siempre húmedo.
No calidad de cristal, no calidad de carne, pero ternura humana, espuma fugitiva, voz o enseña o unos montes, ese azul que a lo lejos es siempre prometido.
No, no existes y existes. Te llamas vivo ser, te llamas corazón que me entiende sin que yo lo sospeche, te llamas quien escribe en el agua un anhelo, una vida, te llamas quien suspira mirando el azul de los cielos.
Tu nombre no es el trueno rumoroso que rueda como sólo una cabeza separada del tronco. No eres tampoco el rayo o súbito pensamiento que ascendiendo del pecho se escapa por los ojos. No miras, no, iluminando ese campo, ese secreto campo en el que a veces te tiendes, río sonoro o monte que consigue sus límites, frente a la raya azul donde unas manos se estrechan.
Tu corazón tomando la forma de una nube ligera pasa sobre unos ojos azules, sobre una limpidez en que el sol se refleja; pasa, y esa mirada se hace gris sin saberlo, lago en que tú, oh pájaro, no desciendes al paso.
Pájaro, nube o dedo que escribe sin memoria; luna de noche que pisan unos desnudos pies; carne o fruta, mirada que en tierra finge un río; corazón que en la boca bate como las alas.

JUVENTUD

Así acaricio una mejilla dispuesta. ¿Me amas? Me amas como los dulces animalitos a su tristeza mansa inexplicable. Ámame como el vestido de seda a su quietud oscura de noche. Cuerpo vacío, aire parado, vidrio que por fuera llora lágrimas de frío sin deseo.
Dulce quietud, cuarto que en pie, templado, no ignora la luna exterior, pero siente sus pechos oscuros no besados sin saliva ni leche.
Cuerpo que sólo por la mañana, dolido, sin fiebre, tiene ojos de nieve tocada y un rosa en los labios como limón teñido, cuando sus manos quisieran ser flores casi entreabiertas.