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¡Oh no! ¡la falsedad no! Todo de verdad. No importa que mi reloj de carne se calle siempre y mienta un lejano pitido dos calles más arriba cuando yo estoy aquí hablando con [vosotros. Tampoco importa que un dulce zapato de cristal, besado por la Cenicienta, sirva diariamente para acarrear cadáveres de sombra o [ternura.
Todo está bien. Pero está mejor ser de verdad, ser de verdad lo que es -lo que es sólo. Por ejemplo, «esperanza». Por ejemplo, «cuadrado». Por ejemplo, «estepario». Todo lo que realmente tiene un sentido.
Buenas noches. Con este abrigo hecho de pelasan o de ternura o pelagra – aunque no sé bien lo que es esta palabra-, me voy a recorrer ahora las diferentes formaciones, a ver si todo está en orden; porque me han dicho que falta algún extremo: ignoro si el que limita al norte con las mesas de billar o el que al sur linda con las bandas de música.

SOBRE LA MISMA TIERRA

La severidad del mundo, estameña, el traje de la mujer amada, el camino de las hormigas por un cuerpo hermosísimo, no impiden esa tos en el polvo besado, mientras bajo las nubes bogan aves ligeras.
La memoria como el hilo o saliva, la miel ingrata que se enreda al tobillo, esa levísima serpiente que te incrusta su amor como dos letras sobre la piel odiada. Esa subida lenta del crepúsculo más rosado, crecimiento de escamas en que la frialdad es viscosa, es el roce de un labio independiente sobre la tierra húmeda, cuando la sierpecilla mira, mira, mira a los ojos, a esa paloma núbil que aletea en la frente.
La noche sólo es un traje. No sirve rechazar juncos alegando que se trata de dientes, o de pesares cuya falta de raíz es lo blanco, o que el fango son palabras deshechas, las masticadas después del amor, cuando por fin los cuerpos se separan. No sirve pretender que la luna equivale al brillo de un ropaje algo inútil, o que es mejor aquella desnudez ardiente, – si la rana cantando dice que el verde es verde y que las uñas se ablandan en el barro por más que el mundo entero intente una seriedad córnea. Basta entonces sentarse en un ribazo.
O basta acaso, apoyando ese codo que sólo poseemos desde ayer, escuchar mano en mejilla la promesa de dicha que canta un pez regalado, esa voz, no de junco, que por una botella emite un alga triste -algo que se parece a un espejo cansado.
Escuchando esa música se comprende que el bosque cambie de sitio, que de pronto el corazón se trueque por un monte o que sencillamente se alargue un brazo para repiquetear sobre el cristal del [crepúsculo.
Todo es fácil. Es fácil amenizar la hora siniestra tomando la forma de una harmónica, de ese inútil juguete que en el borde de un río jamás conseguirá imitar su canción, o de ese peine inusado que entre la hierba fresca no pretende confundirse con la Primavera, por saber que es inútil.
Mejor sería entonces levantarse y, abandonando brazos como dos flores largas, emprender el camino del poniente, a ver si allá se comprueba lo que ya es tan sabido, que la noche y el día no son lo negro o lo blanco, sino la boca misma que duerme entre las rocas, cuyo alterno respiro no es el beso o el no beso, sino el polvo que llueve sobre la tierra mísera.

EL FRÍO

Viento negro secreto que sopla entre los huesos, sangre del mar que tengo entre mis venas cerradas, océano absoluto que soy cuando, dormido, irradio verde o fría una ardiente pregunta.
Viento de mar que ensalza mi cuerpo hasta sus cúmulos, hasta el ápice aéreo de sus claras espumas, donde ya la materia cabrillea, o lucero, cuerpo que aspira a un cielo, a una luz, propia y fija.
Cuántas veces de noche rodando entre las nubes, o acaso bajo tierra, o bogando con forma de pez_ vivo, o rugiendo en el bosque como fauce o marfil; cuántas veces arena, gota de agua o voz. sólo, cuántas, inmensa mano que oprime un mundo alterno.
Soy tu sombra, camino que me lleva a ese límite, a ese abismo sobre el que el pie osaría, sobre el que acaso quisiera volar como cabeza, como sólo una idea o una gota de sangre.
Sangre o sol que se funden en el feroz encuentro, cuando el amor destella a un choque silencioso, cuando amar es luchar con una forma impura, un duro acero vivo que nos refleja siempre.
Matar la limpia superficie sobre la cual golpeamos, bruñido aliento que empañan los besos, no los pájaros, superficie que copia un cielo estremecido, como ese duro estanque donde no calan piedras.
Látigo de los hombres que se asoma a un espejo, a ese bárbaro amor de lo impasible o entero, donde los dedos mueren como láminas siempre, suplicando, gastados, un volumen perdido.
¡Ah maravilla loca de hollar el frío presente, de colocar los pies desnudos sobre el fuego, de sentir en los huesos el hielo que nos sube hasta notar ya blanco el corazón inmóvil!
Todavía encendida una lengua de nieve surte por una boca, como árbol o unas ramas. Todavía las luces, las estrellas, el viso, mandan luz, mandan aire, mandan amor o carne.

SOY EL DESTINO

Sí, te he querido como nunca. ¿Por qué besar tus labios, si se sabe que la muerte está próxima, si se sabe que amar es sólo olvidar la vida, cerrar los ojos a, lo oscuro presente para abrirlos a los radiantes límites de un cuerpo?
Yo no quiero leer en los libros una verdad que poco a poco sube como un agua, renuncio a ese espejo que dondequiera las montañas ofrecen, pelada roca donde se refleja mi frente cruzada por unos pájaros cuyo sentido ignoro.
No quiero asomarme a los ríos donde los peces colorados con el rubor de vivir, embisten a las orillas límites de su anhelo, ríos de los que unas voces inefables se alzan, signos que no comprendo echado entre los juncos.