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El abogado se lo confirmó y entraron juntos en el despacho de ella.

– Vengo a causa de tu cliente -dijo una vez que se hubo sentado en uno de los dos sillones separados por una mesita de cristal-. Lo cierto es que quisiera hacerme cargo del caso. ¿Has hablado con él del asunto?

– Sí, y me temo que no quiere. Quiere que sea yo. ¿Quieres un café?

– No, no te ocuparé tanto tiempo -dijo Strup-. Pero ¿sabes por qué insiste en que seas tú?

– No, la verdad es que no -mintió, y le asombró lo fácil que le resultaba mentir a aquel hombre-. Tal vez quiera que sea una mujer, así de sencillo.

Karen sonrió y el abogado soltó una carcajada breve y encantadora.

– No pretendo ofenderte -le aseguró-, pero con todos mis respetos: ¿sabes algo de derecho penal? ¿Tienes alguna idea de lo que sucede en un juicio?

Ella no respondió, pero se irritó considerablemente. A lo largo de la última semana había sufrido las bromas de sus compañeros, el acoso de Nils y el reproche de la esnob de su madre por haberse hecho cargo de un proceso criminal. Peter Strup pagó el pato. Karen estampó la mano contra la mesa.

– Para serte franca, estoy bastante harta de que la gente resalte mi incompetencia. Tengo ocho años de experiencia como abogada, y eso después de una licenciatura sin duda brillante. Y por usar tus propias palabras: con todos mis respetos, ¿cómo de difícil es defender a un hombre que ha confesado un asesinato? ¿Acaso no basta con poner el piloto automático y añadir una nota de color sobre las dificultades de su vida en el momento en que se esté decidiendo la duración de la pena?

No estaba acostumbrada a presumir, y no solía enfadarse. A pesar de todo, le sentó bien. Se percató de que Strup parecía cohibido.

– Por Dios, seguro que puedes hacerlo -dijo conciliadoramente, como un examinador amable-. No era mi intención herirte. -En el momento en que salía, se giró con una sonrisa y añadió-: ¡Pero la oferta sigue en pie!

Cuando cerró la puerta, marcó el número de teléfono de la jefatura de Policía. Al cabo de un rato le atendió una recepcionista de mal humor; pidió que le pasaran al fiscal adjunto Sand.

– Soy Karen.

Él no respondió, y durante una centésima de segundo sintió la peculiar tensión que había surgido entre ellos antes del fin de semana, pero que entre tanto casi había olvidado. Tal vez era eso lo que quería.

– ¿Qué sabes de Peter Strup?

La pregunta se abrió paso a través de la tensión. Él no pudo disimular su asombro.

– ¿Peter Strup? Uno de los abogados defensores más competentes del país, tal vez el mejor, lleva siglos en activo ¡y la verdad, es un tipo muy majo! Eficaz, famoso y sin un solo rasguño en el esmalte. Lleva casado veinticinco años con la misma mujer, tiene tres hijos, que han salido muy bien, y vive en una villa modesta en Nordstrand. Lo último lo sé por la prensa rosa. ¿Qué pasa con él?

Karen contó su historia. Fue escueta, no añadió ni quitó nada. Al acabar dijo:

– Algo falla. No puede estar buscando trabajo. ¡Y se tomó la molestia de venir a mi despacho! ¡Podría haberme llamado otra vez! -Parecía casi indignada, pero Håkon se había puesto a pensar y no dijo nada-. ¡Oye!

– Que sí, mujer, aquí estoy -reaccionó él-. No, la verdad es que no lo entiendo, pero es probable que simplemente pasara por allí. Tal vez estaba en las inmediaciones por algún asunto de trabajo.

– En fin, puede ser, pero entonces me extraña que no llevara un maletín o algo así.

Håkon estaba de acuerdo, pero no dijo nada. Nada de nada. Aunque estaba pensando con tal intensad que no hubiera sido raro que Karen lo oyera.

Miércoles, 7 de octubre

– Esto es un código de libro. Eso al menos está claro.

El anciano estaba seguro de lo que decía. Se hallaba en la cantina de la séptima planta junto con Hanne Wilhelmsen y Håkon Sand.

Era un hombre guapo, delgado y muy alto para su generación. Aunque el pelo era más escaso de lo que fue en tiempos, aún conservaba el suficiente como para tener una imponente cabellera blanquecina, peinada hacia atrás y cortada hacía poco. Tenía una cara poderosa y bien definida, con la nariz recta, de estilo nórdico, y unas gafas que se balanceaban elegantemente sobre la punta. Iba bien vestido, con un jersey rojo oscuro y unos distinguidos pantalones azules. Las manos sujetaban la hoja de papel con firmeza y tenía una alianza atascada en el dedo anular derecho.

Gustav Løvstrand era policía retirado. Había comenzado su vida laboral durante la guerra, en los servicios secretos del Ejército, pero más tarde había apostado por una carrera en la Policía, más orientada hacia el público. Era un hombre de enorme aplomo, muy apreciado y respetado por sus compañeros antes de que lo reclutara la Brigada de Información, donde terminó su carrera como consejero. Había experimentado la gran alegría y satisfacción de ver a sus tres hijos trabajando en servicios relacionados con la Policía. Gustav Løvstrand cultivaba a su mujer y sus rosas, disfrutaba de la vida de jubilado y ayudaba a todo aquel que opinaba que él aún tenía algo que aportar.

– Es sencillo ver que se trata de un código de libro. Mirad -dijo, y dejó la hoja sobre la mesa y señaló la ristra de números-: 2-17-4, 2-19-3, 7-29-32, 9-14-3,12-2-29,13-11-29,16-11-2. Increíblemente banal -añadió con una sonrisa.

Los otros dos no entendían bien lo que quería decir, fue Hanne la que se atrevió a preguntar:

– ¿Qué es un código de libro? ¿Y por qué está tan claro que lo es?

Løvstrand la miró durante un momento y después señaló la primera fila de números.

– Tres dígitos en cada grupo. Número de página, de línea y de letra. Como veis, sólo los primeros números de cada grupo tienen alguna conexión lógica. O bien es el mismo número que el anterior, o bien es más alto: 2, 2, 7, 9, 12, 13, 16 y así sucesivamente. El número más alto en segunda posición es el 43, rara vez los libros tienen más de cuarenta y pocas líneas en una página. Si se tiene el libro de que se trata, el enigma se resuelve de inmediato. -Añadió que el código no debía de estar hecho por profesionales, los códigos de libros eran fáciles de reconocer-. Pero son increíblemente difíciles de descifrar. ¡Hay que saber de qué libro se trata! Si encima han acordado un código para saber de qué libro se trata, has de tener mucha suerte para averiguarlo. Cuando me mandaste esta copia, me pasé por una librería. Me dieron una lista con más de 1.200 libros cuyo título contiene las palabras «las alas». ¡Nada menos! En realidad, estas palabras también podrían ser un código, así que estaríamos en las mismas. Sin el libro adecuado, no hay manera de resolver esto. -Plegó la hoja y se la dio a Hanne, que parecía desanimada, porque no quería quedarse con el papel, aunque fuera una copia; sus muchos años en los servicios secretos habían dejado su huella-. Pero con lo banal que es el código en sí mismo, yo buscaría lo más evidente. Buscad el libro en el entorno cercano. Tal vez tropecéis con él. Gran parte del trabajo policial de calidad es resultado de una mera casualidad. Buena suerte.

Los otros dos se quedaron sentados sin decir nada.

– Míralo positivamente, Håkon -dijo Hanne al final-.

Al menos sabemos que no andamos tan desencaminados. No creo que el abogado Olsen tuviera necesidad de escribir sus alegatos en código. Sin duda tiene que ser algo que intentaba ocultar.

– Pero ¿qué? -suspiró Håkon-. ¿Repasamos otra vez lo que tenemos?

Les llevó un rato. Al cabo de una hora, los dos estaban de bastante mejor humor. Estaba claro que cabía la posibilidad de que encontraran el libro. Además, hacia poco, les habían confirmado que el abogado Olsen se había reunido con su cliente el día que tenían una cita, aunque la reunión no había tenido lugar en el despacho y a ambos les sorprendía que se hubieran reunido en un sitio tan público como Gamle Christiania.

– Podría ser la señal de que era una reunión en confianza -dijo Håkon lúgubremente.