– ¿Y es eso cierto?
– Pues claro, ¡por supuesto que sí! -se defendió él con inesperado ahínco-. Como cerdo en pleno ayuno del Ramadán, bebo todo el vino que me apetece, honro a la Virgen, a Jesús y a todos los santos, ¡y tú deberías imitarme, María! Te va la vida… y la mía, ahora. A los ojos de la Inquisición, quien protege a un hereje es un hereje.
Se santiguó una vez más, lanzando una ojeada furtiva por encima del hombro. Luego, se rascó la cabeza, perplejo; con su otra mano acariciaba distraídamente la frente de una mula.
María pensó que aún no la había besado a pesar de que le había pedido en matrimonio y ella había aceptado. Y empezó a crecer en ella un desprecio hacia ese hombre que el tiempo jamás conseguiría apaciguar.
– Puesto que hemos llegado a este punto, dime simplemente si lo que te reprochan es grave. -Sin darse cuenta de que al pedirle sinceridad se contradecía con la recomendación que le había hecho, la increpó-: No me escondas nada, María. Quizá así conseguiré defenderte mejor… a ti, a mi esposa ahora.
Un hilo de hiel trepó por la garganta de la muchacha ante el tono posesivo del albañil. Se pasó una mano nerviosa sobre los párpados, pero por una vez las lágrimas que aguardaban detrás de sus ojos decidieron obedecerle y no aflorar.
Y entonces, con el rostro cubierto, María empezó a mentirle.
Como las dos noches anteriores, María se durmió a unos pasos del albañil, aturrullada por haber aceptado tan rápidamente ligar su vida a la de un desconocido. Y no es que se hubiera enamorado de él como por milagro, pero las semanas que llevaba huyendo de todo la habían aterrorizado. Decidió que no importaba cómo ni importa con quién, que era preferible a esa existencia errante y a ese miedo perpetuo de ser detenida por los esbirros de la Santa Hermandad, ser torturada en el potro o ser quemada en la hoguera o, para más seguridad, ambos. Era sencillamente mejor, habida cuenta del estado en que se encontraba.
Unas semanas atrás se había dado cuenta de que estaba embarazada: no tenía menstruación y vomitaba sin motivo… Entonces una oleada de alegría le partió el corazón: llevaba un hijo de Lorenzo. Pero rápidamente esa alegría se truncó bajo el peso de una insoportable duda: ¿y si era de don Miguel?
Incapaz de soportar esa incertidumbre, tras una noche de llanto decidió que si era hijo de Lorenzo lo querría, pero si era un engendro del otro haría lo necesario para eliminarlo. La fugitiva acudió a una matrona pintarrajeada que esperaba clientes cerca de un puesto de guardia. A los ojos de la ignorante adolescente, la prostituta pertenecía por su oficio al género de mujeres que conocían al dedillo los repugnantes misterios derivados del acto carnal.
A cambio de unos maravedíes, la puta la sometió a múltiples preguntas, fisgonas y salaces, sobre la edad, el vigor, el tamaño y el calibre de los respectivos miembros de los hombres con los que había pecado. Terminó diciendo que si María había sido tomada sucesivamente por dos hombres tal como ella describía, el bebé obtendría su identidad del semen mezclado de ambos y el más vital influiría más en el resultado final.
– Tu retoño tendrá dos padres, pollita, eso es tan cierto como que los santos disfrutan en el cielo y nosotros sufrimos en la tierra. -Ese fue el veredicto final de la prostituta-. Cuando nazca, obsérvalo atentamente y verás cuál de los dos gallardos te embarazó más. -Y guiñándole un ojo, añadió-: Si eso te tortura mucho, conozco la forma de quitarte ese fardo. A cambio, tendrás que trabajar un poco para mí. Sé de sitios donde jóvenes de buena familia solo quieren gastar su dinero en agradable compañía. No es cansado, florecilla, y una se acostumbra rápido.
La mujer la agarró por el antebrazo y se colocó a un palmo de ella. Un intenso olor de perfume barato y sudor agrio invadió la nariz de la adolescente. Con un grito de asco, logró zafarse brutalmente de la mano de la puta.
– Mirad esa basura: huele a mierda y se toma por almizcle. Pero ¿qué te piensas, que se vive de este oficio porque una quiere? Cuando nazca tu bastardo y tengas que alimentarle, suplicarás que te ensarten por un chusco de pan mojado en sopa. A menos que antes no te eches por marido a un mentecato sin cojones.
María huyó aterrada, primero a paso rápido y luego a la carrera, hasta que el flato la detuvo. La voz de la mujer se había transformado en insultos. Unos hombres, algunos en uniforme, se mofaban de las imprecaciones ordinarias de la matrona.
– Corre, niñata sucia, que el demonio te penetre hasta la eternidad, en seco y con sal gorda. Valgo más que tú. Yo al menos soy una puta honesta porque el Señor me ha creado. No juego a ser una dama virtuosa. Corre rápido a ahogarte con tu bastardo en los orines y los vómitos de tus amantes.
Aquella noche, María soñó que se hundía en el líquido putrefacto anunciado por la puta. En el momento de sentir el alivio de la muerte, percibió que algo salía de entre sus piernas. Ese algo se transformaba en un bebé que le tendía un brazo y la ayudaba a salir hasta el aire salvador. Cuando la cabeza del recién nacido emergía del agua, la madre descubría que era una réplica en miniatura de la cara de Lorenzo. Y cuando abrió la boca para lanzar un grito de admiración, el bebé se giró y mostró su segunda cara: la de don Miguel.
Segunda parte
16
La joven se casó con el pobre Gaspar. Aún no tenía catorce años, pero era menester un padre para su bastardo. Gaspar colmó todas sus esperanzas: jamás se lo reprochó.
El pueblo natal de Gaspar, situado a un cuarto de día a caballo de Valencia y menos aún del mar, solo estaba habitado por moriscos, a excepción del cura, el mesonero (que también ejercía como tabernero) y una suerte de notario que recolectaba los impuestos en nombre del señor censor y de quien muchos sospechaban que pertenecía al Santo Oficio. De vez en cuando, un escuadrón de soldados fuertemente armado patrullaba por la región para garantizar la docilidad de la desesperación de esas docenas de aldeas demasiado cercanas a la costa y a los piratas de Berbería. Cuando era necesario, llevaban consigo a un pregonero que, a golpe de tambor, leía en la plaza del pueblo las nuevas prohibiciones o las restricciones impuestas a los conversos por Su Majestad Cristianísima so pena de galera, confiscación de bienes u hoguera. La última ordenaba a los muleros y otros artesanos que se desplazaban de pueblo en pueblo que cambiaran de oficio, pues las autoridades temían que sirvieran de mensajeros entre las distintas comunidades moriscas.
La boda católica se celebró a los pocos días de llegar, en la mezquita que, desde hacía bastante tiempo, se había transformado en iglesia. El cura protestó por la falta de documentos, pero un saco de provisiones, algunas monedas y testigos designados por el futuro marido entre los habitantes del pueblo acabaron con las reticencias del sacerdote para inscribir en el registro parroquial la unión del albañil y la esclava huida, él con su auténtico nombre, Gaspar López Magroza, y ella con una identidad falsa: María Aranda Molina, presentada como una nueva cristiana, huérfana por designios del Señor y de parentesco alejado del pretendiente. María hubiera preferido continuar haciéndose pasar por una cristiana vieja, pero el párroco se hubiera negado a unirlos pues un edicto real desaprobaba desde hacía años la unión de una sangre limpia con un nuevo converso.