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Damon retrocedió, reconociendo que aquello era lo más prudente por el momento. Escuchó a través del comunicador al que tenía acceso, un aparato que sólo le permitía escuchar pero no responder: la Norway avisaba a la flota de la Unión que se estaban dirigiendo hacia allí. Parecía haber alguna discusión.

Una mano le tocó el hombro. Él se volvió y encontró a Josh.

—Lo siento —le dijo el muchacho.

Él asintió, sin sentir ningún resentimiento. Josh… había tenido muy pocas alternativas.

—Bien, están dispuestos a recibirle —dijo Mallory—. Quieren que le entreguemos.

—Iré.

—No sea estúpido —le espetó Mallory—. Le someterán a corrección. ¿No lo sabía?

Damon pensó en ello. Recordó a Josh, sentado ante su mesa y pidiéndole los papeles para poner fin a un proceso iniciado en Russell. Los hombres superaban aquella prueba. Josh la había superado.

—Iré —repitió. Mallory frunció el ceño.

—Es su mente, al menos hasta que pongan sus manos en ella. —Entonces se volvió hacia el micrófono—: Aquí Mallory. Estamos empatados, capitán. No me gustan sus condiciones.

Hubo un largo silencio.

Pell aparecía en la pantalla de radar, con las naves de la Unión en su torno como aves carroñeras. Una de ellas parecía haber ensamblado. El radar de largo alcance mostraba uña extensión dorada punteada de rojo junto a las minas, los cargueros de pequeño tonelaje, indicados por una luz parpadeante en el borde de la pantalla. El sensor del radar no podía captarlos, pero estaban en la memoria del ordenador. Ninguno se movía, excepto cuatro destellos muy cerca de la Norway, que se acercaban en formación cerrada.

Habían llegado a un alto relativo, deslizándose puntualmente entre todos los demás objetos en órbita del sistema.

«Aquí Azov de la Unity», dijo una voz. «Capitana Mallory, tiene permiso para ensamblar a fin de dejar a su pasajero. Se acepta su aproximación a Pell, y la Unión le agradece su valiosa ayuda. Estamos dispuestos a aceptarla en la Flota de la Unión tal como está, armada y con su tripulación actual. Corto.»

—Aquí Mallory. ¿Qué seguridades tiene mi pasajero? Graff se inclinó hacia ella y levantó un dedo. Algo resonó al entrar en contacto con el casco de la Norway. Se oyó el sonido de un cierre hermético. Damon miró inquieto a la pantalla.

—Acaba de entrar en plataforma una nave de guerra —le dijo Josh al oído—. Están reuniendo a las naves auxiliares, por si han de correr para dar el salto…

«Capitana Mallory», dijo de nuevo la voz de Azov. «Tengo a bordo un representante de la Compañía que le ordenará que efectúe esa acción…»

—Ayres puede guardarse sus órdenes —replicó ella—. Le diré lo que quiere a cambio de lo que tengo. Permiso para ensamblar en los puertos de la Unión y documentos específicos que me eviten obstáculos. De lo contrario es posible que deje dar un paseo a mi valioso pasajero.

«Posteriormente podemos discutir estos asuntos en detalle. Tenemos una crisis en Pell. Hay vidas en peligro.»

—Tienen ustedes expertos en ordenadores. ¿Es que no pueden averiguar cómo funciona el sistema?

Se hizo un nuevo silencio.

«Tendrá usted lo que desea, capitana. Puede ensamblar con nuestro salvoconducto si quiere ese documento. Nos enfrentamos a una situación que concierne a los trabajadores nativos. Preguntan por Konstantin.»

—Los nativos —dijo Damon entre dientes, con una súbita y terrible visión de los hisas enfrentados a las tropas de la Unión.

—Llévese sus naves de esa estación, capitán Azov. La Unity puede seguir ensamblada. Yo entraré por el lado opuesto y procure que sus naves no queden fuera de sincronización con respecto a su posición. Cualquier nave que cruce por mi cola se expone a que dispare sin hacer preguntas.

«Concedido», respondió Azov.

—Es una locura —dijo Graff—. ¿Qué ganamos con esto? No vendrán con ese papel. Mallory no dijo nada.

XIX

Pelclass="underline" Plataforma blanca; 9/1/53; 0400 h. d.; 1600 h. n.

Los trabajadores en la plataforma eran soldados de la Unión vestidos con uniforme de faena, pero de color verde, lo cual era una visión surrealista en Pell. Danion descendió por la rampa hacia las espaldas protegidas por armaduras de los soldados de la Norway que ocupaban el margen y montaban guardia junto al acceso. Muy lejos, al otro lado de la plataforma vacía había otros soldados con armadura… unionistas. Damon rebasó el perímetro de seguridad, pasó entre los soldados de la Norway y salió de aquel cruce solitario en la plataforma cubierta de desperdicios. Oyó ruido a sus espaldas, alguien que se acercaba y miró atrás. Era Josh.

—Me ha enviado Mallory —le dijo el muchacho cuando llegó a su lado—. ¿Te importa?

Él movió la cabeza, sintiendo una inmensa alegría por tener compañía en el lugar a donde iba. Josh sacó del bolsillo un carrete de cinta y se lo entregó.

—Mallory lo ha enviado —le explicó—. Ella ha establecido las claves del ordenador. Dice que esto podría ser de ayuda.

Damon se guardó la cinta en el bolsillo de su uniforme de faena marrón de la Compañía. La escolta de la Unión les aguardaba, los soldados vestidos de negro y plata. Cuando se aproximaron, Damon se sintió impresionado, por la igualdad y la hermosura de aquellos humanos perfectos, todos de la misma talla, del mismo tipo.

—¿Qué son? —le preguntó a Josh.

—Como yo, pero menos especializados.

Tragó saliva y siguió andando. Los soldados de la Unión les rodearon en silencio y les escoltaron a lo largo de la plataforma. Aquí y allá había grupos de habitantes de Pell que les miraban al pasar. «Konstantin», les oía murmurar. «Es Konstantin». Percibió en algunos de ellos expresiones de esperanza, y se estremeció, pues sabía que muy poco podría hacer por ellos. Pasaron por algunas zonas sumidas en el caos, secciones enteras con las luces apagadas, los ventiladores parados, el olor del humo y los cadáveres tendidos. Había una leve inestabilidad gravitacional. No sabía lo que habría sucedido en el núcleo, en las áreas de habitabilidad. Había un margen de tiempo más allá del cual los sistemas empezaban a deteriorarse sin que fuera posible su recuperación, cuando los equilibrios se habían descompensado durante demasiado tiempo. Con la mente paralizada —la central— Pell se sustentaba en sus ganglios locales, los centros nerviosos que no estaban interconectados, los sistemas automáticos que luchaban por su vida. Sin regulación y equilibrio no tardarían en detenerse… como un cuerpo moribundo.

Pasaron por el sector azul nueve, donde había otras fuerzas de la Unión, subieron por la rampa de emergencia, también sembrada de cadáveres, entre los que se abrieron paso los dos hombres y su escolta. Después ascendieron a una zona ocupada por soldados con armadura, y se quedaron allí mirando hacia arriba, hombro contra hombro. No podían ascender más. El jefe de la escolta les hizo pasar por una puerta que daba a un pasillo a cuyos lados se abrían las oficinas de finanzas. Había allí otro grupo de soldados y oficiales. Uno de ellos, rejuvenecido, con el cabello plateado y muchas insignias de su rango en el pecho, se volvió cuando entraron. Damon reconoció a los que estaban detrás de éclass="underline" Ayres, de la Tierra. Y Dayin Jacoby. De haber tenido una arma en sus manos habría disparado contra aquel hombre. Le dirigió una mirada glacial, y el rostro de Jacoby adoptó un tono grana.