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—Señor Konstantin —dijo el oficial.

—¿El capitán Azov? —Supuso que se trataba de él por las insignias.

Azov le tendió la mano y él se la estrechó sin efusión.

—Hola, mayor Talley —dijo entonces Azov, ofreciendo la mano a Talley—. Me alegro de que haya vuelto.

—Señor —dijo Josh, dándole la mano.

—¿Es correcta la información de Mallory? ¿Ha ido Mazian a por Sol? Josh asintió.

—No hay engaño, señor. Creo que es cierto.

—¿Gabriel?

—Muerto, señor. Le dispararon los soldados de Mazian. Azov asintió, frunciendo el ceño, y volvió a mirar directamente a Damon.

—Voy a darle una oportunidad —le dijo—. ¿Cree que puede volver a poner en orden esta estación?

—Lo intentaré, si me deja subir ahí.

—Ese es el problema inmediato —dijo Azov—. No tenemos acceso ahí arriba. Los nativos han bloqueado las puertas. Ignoramos los daños que pueden haber causado ni si podría producirse un tiroteo con ellos.

Damon asintió lentamente, miró atrás, hacia la puerta de la rampa de acceso.

—Josh viene conmigo y nadie más. Pondré Pell a su disposición. Sus soldados pueden seguirnos… después de que se haya establecido la calma. Si hay un tiroteo, pueden perder la estación, y no querrán que ocurra eso a estas alturas, ¿verdad?

—No —dijo Azov—. No quisiéramos eso.

Damon asintió y se dirigió hacia la puerta, con Josh a su lado. Tras ellos, un altavoz empezó a convocar a los soldados, los cuales acudieron rápidamente a la llamada, pasaron junto a ellos y continuaron hacia arriba. Damon oprimió el botón de las puertas que daban acceso al sector azul uno, pero no funcionaba. Utilizó el mecanismo manual.

Al otro lado estaban los nativos, acurrucados, formando una masa que llenaba el corredor principal y los laterales.

—Konstantin-hombre —exclamó uno de ellos, levantándose de súbito. Estaba herido, como la mayoría de ellos, y con quemaduras de las que brotaba sangre.

Los demás se levantaron, extendieron los brazos mientras pasaba entre ellos, tocándole las manos, el cuerpo, bamboleándose de contento y gritando en su propia lengua.

Damon se abrió paso, seguido por Josh, a través de aquella multitud histérica. Había más nativos en el interior del centro de control, al otro lado de las ventanas, en el suelo, sentados en los mostradores, en todos los rincones disponibles. Llegó a las puertas y golpeó el vidrio. Los hisa alzaron el rostro y le miraron, serios y sosegados… y de repente sus ojos se iluminaron. Empezaron a saltar, bailar, bambolearse y lanzar gritos inaudibles a través del vidrio.

—Abrid la puerta —les dijo Damon. Era imposible que le oyeran, pero señaló la palanca, pues la habían cerrado desde dentro.

Uno de los nativos le obedeció. Damon entró y los hisa le tocaron y abrazaron. Él les devolvió los abrazos y de repente uno de los nativos le tiró del brazo y le apretó contra su pecho peludo.

—Yo Satén —le dijo sonriente—. Mis ojos contentos, contentos Konstantin-hombre.

Y a su lado estaba Dienteazul. Conocía aquella ancha sonrisa y el pelaje desgreñado. Abrazó al nativo.

—Tu madre me envía —le dijo Dienteazul—. Está bien, Konstantin-hombre. Dice cierra las puertas, quédate aquí y no te muevas, envía a buscar a Konstantin-hombre, arregla cosas aquí arriba.

Él retuvo el aliento, tocó los cuerpos hirsutos y se dirigió a la consola central con Josh tras él. Había cadáveres de humanos en el suelo, uno de ellos el de Lukas, con un disparo en la cabeza. Se sentó ante el tablero principal, empezó a pulsar teclas, reconstruyendo… Se sacó del bolsillo el carrete de cinta y vaciló.

Un regalo de Mallory para Pell y la Unión. La cinta podía contener cualquier cosa, trampas para la Unión, una clave para provocar la destrucción final…

Se pasó una mano por el rostro, finalmente tomó una decisión e introdujo la cinta en la ranura. La maquinaria la absorbió, impidiéndole volverse atrás.

Empezaron a encenderse las luces verdes de los tableros. Hubo una agitación entre los hisas. Damon alzó la vista y miró las tropas reflejadas en el vidrio, apuntándole con sus rifles, y a Josh, detrás de él, que se había vuelto hacia ellos.

—Quedaos donde estáis —les espetó Josh.

Ellos le obedecieron y bajaron los rifles. Tal vez por la expresión de aquel rostro, la de un hombre creado en el laboratorio. O su voz, cuyo tono no admitía discusión alguna. Josh les volvió la espalda y apoyó las manos en el respaldo del asiento de Damon.

Este seguía trabajando, mirando de reojo el vidrio reflectante.

—Necesito un técnico del comunicador, alguien que pueda hablar a través de los canales públicos. Consigan a alguien con acento de Pell. Los daños no son importantes. Han destruido parte de los datos almacenados… pero no son de importancia vital. Se trata sobre todo de expedientes personales. No los necesitamos, ¿verdad?

—No podrán distinguir un nombre de otro —comentó Josh.

—No. —La adrenalina que le había mantenido activo hasta entonces empezaba a disiparse, y le temblaban las manos. Vio que un técnico de la Unión se sentaba ante el comunicador. Damon se levantó y empezó a objetar—. No quiero a este hombre aquí.

Los soldados le apuntaron. Josh les ordenó de nuevo que se mantuvieran a distancia, y el oficial titubeó. Entonces Josh miró de soslayo y retrocedió. Había otra persona en el umbral. Azov y su séquito.

—¿Algún mensaje privado, señor Konstantin?

—Necesito que los equipos vuelvan al trabajo —replicó Damon—. Obedecerán a una orden que conozcan.

—Estoy seguro de que lo harían, señor Konstantin, pero no lo harán. Manténgase alejado del comunicador. Deje que lo manejen nuestros técnicos.

—¿Puedo intervenir, señor? —preguntó Josh serenamente.

—No en este asunto —dijo Azov—. No se ocupe de ninguna actividad pública, señor Konstantin.

Damon suspiró, regresó a la consola que había dejado y se sentó con cautela. Habían entrado más soldados. Los hisas se amontonaron en las paredes y los mostradores, algo alarmados.

—Haga salir de aquí a esas criaturas —dijo Azov—. Ahora mismo.

—Ciudadanos —replicó Damon, girando su asiento para mirar a Azov—. Ciudadanos de Pell.

—Lo que sean.

«Pell», dijo la voz de Mallory a través del comunicador. «Estamos a la espera para abandonar la plataforma».

—¿Señor? —preguntó el técnico en comunicaciones de la Unión.

Azov le hizo una seña para que permaneciera en silencio.

Damon se inclinó y trató de alcanzar una alarma. Los rifles le apuntaron y lo pensó mejor. Azov en persona se acercó al comunicador.

—Mallory, le aconsejo que se quede quieta. Hubo un momento de silencio.

«Ya me parecía a mí que no hay honor entre ladrones, Azov», dijo la voz quedamente.

—Capitana Mallory, está usted incorporada a la flota de la Unión, bajo nuestras órdenes. Acéptelas o amotínese.

Nuevo silencio. Azov se mordió el labio. Tendió el brazo por encima del técnico y tecleó sus propias cifras.

—Capitán Myes—. La Norway se niega a aceptar órdenes. Aparte sus naves un poco. —Y añadió por el canal de Mallory—: O acepta nuestra oferta, Mallory, o no habrá refugio para usted. Puede soltarse y huir, pero será el objetivo prioritario de las naves de la Unión en el espacio. O puede ir a reunirse con Mazian. O ir con nosotros contra él.