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—Necesidad mutua —dijo Damon en tono neutro—. Puede estar seguro de que ninguna nave de Mazian será jamás bien recibida en Pell. Están fuera de la ley.

—Les hemos hecho un servicio —dijo Elene—. Las naves mercantes ya han puesto rumbo a Sol, mucho antes que Mazian. Una de ellas ha salido lo bastante pronto para estar allí cuando él llegue. No es mucho, pero sí algo. La estación Sol habrá sido avisada de los propósitos de Mazian.

Azov pareció sorprendido. El hombre que estaba a su lado, Ayres, sonrió de súbito, con un brillo de lágrimas en los ojos.

—Mi gratitud —le dijo Ayres—. Capitán Azov, yo propondría… efectuar las consultas necesarias y movernos con rapidez.

—Parece haber razones sobradas para ello —dijo Azov, y se apartó de la mesa—. La estación está a salvo. Nuestro trabajo ha terminado. Las horas son valiosas. Si Sol va a preparar una recepción para ese forajido, deberíamos estar allí para continuarla desde atrás.

—Pell le ayudará gustoso a desensamblar —terció Damon—. Pero las naves mercantes de las que se apropiaron… se quedan.

—Tenemos tripulantes a bordo de ellas. Vendrán con nosotros.

—Llévese a sus tripulantes. Esas naves son propiedad de los mercaderes y se quedarán, lo mismo que Josh Talley, que es un ciudadano de Pell.

—No, no voy a cederle a uno de los míos porque usted lo pida.

—Josh. —Damon miró atrás, donde estaba el muchacho con un grupo de soldados de la Unión; al fin no resaltaba entre otros individuos igualmente perfectos—. ¿Qué piensas al respecto?

Josh dirigió su mirada más allá de él, quizá a Azov, y no dijo nada.

—Llévese sus tropas y sus naves —dijo Damon a Azov—. Si Josh se queda, es asunto suyo; puede elegir. La Unión debe irse de esta estación. Posteriormente se les recibirá para ensamblaje, bajo solicitud y mediante permiso de la oficina del jefe de la estación. Se lo garantizo. Pero si el tiempo es valioso para usted, le sugiero que acepte la oferta que le hago.

Azov frunció el ceño. Hizo una seña al oficial de sus tropas, el cual ordenó a las unidades que formaran. Se alejaron en dirección al horizonte curvado hacia arriba, la plataforma azul, donde estaba ensamblada la Unity.

Y Josh se quedó allí, solo. Elene se levantó y le abrazó torpemente, y Damon le palmeó el hombro.

—Quédate aquí —le dijo a Elene—. Tengo que desensamblar una nave de la Unión. Vamos, Josh.

—Nelharts —Elene se dirigió al más cercano a ella—. Encárguese de que lleguen a la central en buen orden.

Fueron detrás de las fuerzas de la Unión, siguieron por el corredor del nivel noveno y, cuando los soldados se encaminaron a su nave, ellos dejaron de seguirlos. En los corredores había puertas abiertas, y la gente de Pell estaba allí observando. Algunos empezaron a gritar, agitar las manos, dar vivas a esta última ocupación por parte de los mercantes.

—¡Son los nuestros! —gritó alguien—. ¡Los nuestros!

Subieron por la rampa de emergencia, ascendiendo a la carrera. Allí les recibieron los nativos, que daban saltos y les saludaban en su lengua. Los chillidos de los nativos y los gritos humanos resonaban en toda la espiral, a medida que la noticia pasaba de un nivel a otro. Algunos unionistas se cruzaron con ellos, al ir en dirección contraria, siguiendo las instrucciones que habían recibido por el comunicador del casco, probablemente con la sensación de que se hacían notar demasiado.

Entraron en el sector azul uno. Los nativos habían vuelto a ocupar la central y sonrieron cuando les vieron a través de las puertas abiertas de par en par.

—Vosotros amigos —dijo Dienteazul—. ¿Todos amigos?

—Todo está en orden —le aseguró Damon, y se abrió paso más allá de una muchedumbre de ansiosos cuerpos marrones, hasta sentarse ante el tablero principal de mandos. Miró atrás, a Josh y los mercaderes.

—¿Hay alguien aquí que sepa cómo funciona esta clase de ordenador?

Josh se sentó a su lado. Uno de los Neihart se hizo cargo del comunicador, otro se sentó ante otro puesto de ordenador. Damon oprimió unos botones.

Norway, tienen primer turno de salida. Confío en que salgan sin provocaciones. No queremos problemas.

«Gracias, Pell», le respondió la voz seca de Mallory. «Me gustan sus prioridades.»

—Apresúrense. Utilice a sus propias tropas para desensamblar. Podrá regresar a recogerlas cuando la situación se haya estabilizado. ¿De acuerdo? Estarán a salvo.

«Estación de Pell», intervino otra voz: era la de Azov. «Los acuerdos deben especificar que no se recibirá a las naves de Mazian. La que está aquí ahora es nuestra.»

Damon sonrió.

—No, capitán Azov. Esta nave es nuestra. Somos un planeta y una estación, una comunidad soberana, y aparte de los mercaderes que no son residentes aquí, mantenemos una milicia. La Norway constituye la flota de Downbelow. Le agradeceré que respete nuestra neutralidad.

«Konstantin», le advirtió la voz de Mallory, al borde de la ira.

—Desensamble y manténgase a la espera, capitana Mallory. Permanecerá quieta hasta que la flota de la Unión haya abandonado nuestro espacio. Está usted en nuestras coordenadas de tráfico y ha de acatar nuestras órdenes.

«Ordenes recibidas» respondió ella finalmente. «Me mantengo a la espera. Vamos a retirarnos y desplegar las naves auxiliares. Unity, procure mantener un rumbo recto al salir de aquí. Y dele recuerdos a Mazian.»

«Sus propios mercantes son los que van a sufrir a causa de esta decisión», dijo Azov. «Dan ustedes cobijo a una nave que ha de saquear naves mercantes para sobrevivir.»

«Largaos de aquí, unionistas», replicó Mallory. «Confiad en que Mazian no puede ir enseguida contra vosotros. No entrará en Pell mientras yo esté en la zona. Ocupaos de vuestros propios asuntos.»

—Silencio —dijo Damon—. Muévase, capitana. Se encendieron una serie de luces. La Norway se había soltado.

XXI

Sistema de Pell

¿También tú? —preguntó Blass irónicamente. Vittorio recogió la bolsa con sus escasas pertenencias y avanzó torpemente por el estrecho acceso, junto con el resto de la tripulación que había retenido la Hammer. Hacía frío allí abajo, y la luz era escasa. Hubo una vibración, producida por el tubo de un transbordador que se adhería a su cierre hermético.

—No me sometan a más alternativas —replicó—. No me quedo para hablar con los mercantes, señor.

Blass le dirigió una sonrisa sesgada y se dirigió a la puerta hermética, la cual se abrió para que entraran en el estrecho tubo que conducía a la otra nave. La oscuridad se abría ante ellos.

La Unity se movió con una aceleración firme. Ayres se había acomodado en la sala principal, situada en el nivel superior de la nave, una estancia alfombrada y severamente moderna, con Jacoby a su lado. Las pantallas les informaban de su rumbo, toda una serie de pantallas que mostraban cifras e imágenes. Se abrieron paso por una avenida flanqueada por naves mercantes, un estrecho túnel entre las innumerables naves, y finalmente Azov dedicó algún tiempo para comunicarse con ellos a través de una de las pantallas.

—¿Todo va bien? —les preguntó.

—Vamos a casa —dijo Ayres quedamente, satisfecho—. Le propongo una cosa, capitán: ya que en este momento Sol y la Unión tienen más cosas que les unen de las que les separan, cuando envíe ese inevitable mensajero de regreso a Cyteen, incluya una propuesta de la parte que represento de cooperación duradera.