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El de homicidios parecía distraído y apático y, peor aún, no sabía nada de ordenadores.

Anderson también había oído que Bishop ni siquiera deseaba trabajar con los de Crímenes Informáticos. Que había tratado de usar sus contactos para ocuparse del caso MARINKILL, llamado así por el FBI debido al lugar del crimen: tres atracadores de bancos habían asesinado a dos transeúntes y a un policía en la sucursal del Bank of America del Condado de Marín para, acto seguido, huir hacia el este, lo que significaba que muy bien podían haber girado hacia el sur y encontrarse ahora sobre el dominio actual de Bishop, el área de San José.

De hecho, lo primero que hizo Bishop nada más entrar fue echar una ojeada a la pantalla de su teléfono móvil, se supone que para ver si tenía algún mensaje hablado o escrito acerca de su reasignación.

Anderson invitó a tomar asiento a los detectives: «¿Desean sentarse, caballeros?», dirigiendo la mirada hacia los bancos de la mesa de metal.

Bishop hizo un gesto de asentimiento pero continuó de pie. Se metió la camisa dentro del pantalón y se cruzó de brazos. Shelton se sentó junto a Gillette. En un segundo, el corpulento policía lanzaba una mirada de asco al prisionero y se levantaba, para ir a sentarse al extremo opuesto de la mesa.

– Quizá no te vendría mal lavarte de vez en cuando -murmuró dirigiéndose al recluso.

– Quizá podría usted preguntarle al alcaide por qué sólo me dejan ducharme una vez a la semana -replicó Gillette.

– Porque hiciste algo que no tendrías que haber hecho, Wyatt -dijo el alcaide, sosegado-. Esa es la razón por la que estás en régimen de reclusión administrativa.

Anderson no tenía ni tiempo ni ganas de andar de chachara. Dijo a Gillette:

– Tenemos un problema y queremos que nos ayudes -miró a Bishop y le preguntó-: ¿Quiere ponerle en antecedentes?

De acuerdo con el protocolo de la policía estatal, en teoría era Frank Bishop quien estaba al mando. Pero el delgado detective negó con un gesto.

– No, señor. Proceda.

(Anderson pensó que el «señor» se lo había endilgado con un tono muy poco sincero.)

– Anoche raptaron a una mujer en un restaurante de Cupertino. La asesinaron y encontramos su cuerpo en el valle Portóla. La habían acuchillado hasta matarla. No abusaron sexualmente de ella y tampoco existe ningún motivo aparente para el crimen.

»Ahora bien -prosiguió-, esta mujer, Lara Gibson, era famosa. Daba conferencias y llevaba una página web donde explicaba autodefensa a otras mujeres. Había salido en prensa de ámbito nacional y hasta en el programa de Larry King. Bueno, lo que sucedió fue algo así: esta chica está en un bar y entra un tipo que parece conocerla. El camarero recuerda que el tipo dijo llamarse Will Randolph. Es el nombre del primo de la mujer con la que la víctima iba a cenar anoche. Randolph no tiene nada que ver -lleva toda la semana en Nueva York- pero hemos encontrado una fotografía digital de él en el ordenador de la víctima y el sospechoso y Randolph se parecen. Creemos que ésa es la razón de que el malo lo eligiera para suplantarlo.

»Así que cuenta con toda esta información sobre ella: amigos, lugares a los que ha viajado, trabajo, acciones de Bolsa, hasta el nombre de su novio. Incluso pareció saludar a alguien en el mismo bar, aunque los de Homicidios preguntaron a todos los clientes que se encontraban allí anoche y nadie sabía quién era. De modo que creemos que se lo inventó para tenerla tranquila, para hacer que ella creyera que era un parroquiano.

– Ingeniería social -dijo Gillette.

– ¿Qué significa eso? -preguntó Shelton.

Anderson conocía el término pero dejó que Gillette se explicara:

– Significa engañar a alguien simulando que eres otra persona. Los hackers lo hacen para acceder a bases de datos, líneas telefónicas o contraseñas. Cuanta más información tengas sobre alguien para camelarlo, más te creerá y hará aquello que deseas que haga.

– Sí, pero Sandra Harwick, la chica con la que Lara había quedado, nos comentó que había recibido una llamada de alguien que dijo ser el novio de Lara y que cancelaba los planes para cenar juntas. Trató de llamar a Lara a su teléfono móvil pero estaba apagado.

Gillette asintió:

– Inutilizó el móvil -luego frunció el ceño-. No, quizá toda la red.

– Eso mismo. Mobile America denunció una pausa en la red 850 de cuarenta y cinco minutos exactos. Alguien introdujo códigos que apagaron todo el funcionamiento y más tarde lo volvió a encender.

Los ojos de Gillette se contrajeron. Anderson podía ver que el asunto empezaba a interesarlo.

– Así que -continuó el hacker- se hizo pasar por alguien a quien ella creería y la mató. Y lo hizo con información que había extraído del ordenador de su víctima.

– Exacto.

– ¿Ella tenía servicio on-line?

– Con Horizon On-Line.

Gillette se rió.

– Por Dios, ¿sabe lo seguro que es eso? Él se metió en uno de los dispositivos que conecta la red local y leyó los correos de ella -sacudió la cabeza mientras observaba el rostro de Anderson-: Pero eso lo hace hasta un bebé. Cualquiera puede. Hay algo más, ¿no?

– Sí -admitió Anderson-. Hablamos con el novio y nos metimos en su ordenador. La mitad de la información que el camarero oyó que él le decía a ella no estaba en los e-mails de la víctima. Estaba en su ordenador.

– Quizá husmeó basuras y obtuvo su información allí.

– Husmear basuras significa buscar información en papeleras que le ayude a uno a piratear: antiguos manuales de la empresa, facturas, recibos, copias impresas, cosas así -explicó Anderson a Bishop y a Shelton. Pero luego, volviéndose a Gillette-: Lo dudo. Todo estaba almacenado en el ordenador de ella.

– ¿Y si fue acceso sólido? -preguntó Gillette. Acceso sólido es cuando un hacker allana la casa o la oficina de alguien y entra en el ordenador mismo de la víctima. Acceso leve es cuando alguien entra mediante Internet en otro ordenador conectado a la red y lo hace desde cualquier lugar.

– Tuvo que ser acceso leve -comentó Anderson negando con la cabeza-. Hablé con la amiga con la que Lara había quedado, Sandra. Dijo que la única vez que hablaron de reunirse esa noche fue mediante un mensaje instantáneo esa misma tarde. Por fuerza, el asesino tenía que estar en otro lado.

– Eso es interesante -comentó Gillette.

– Eso mismo pensé yo -respondió Anderson-. Lo que pasa es que creemos que el asesino usó un nuevo tipo de virus para introducirse en el ordenador de ella. Pero lo malo es que nuestra unidad no puede localizar ese virus. Nos gustaría que le echaras un vistazo.

Gillette hizo un gesto de asentimiento, mientras miraba el techo de la celda mugrienta con los ojos semicerrados. Anderson advirtió que el joven movía los dedos de forma breve y rauda. En un principio pensó que Gillette sufría algún tipo de parálisis o un tic nervioso. Pero luego comprendió lo que hacía el hacker. Al parecer, tenía el vicio nervioso de teclear un teclado invisible de forma inconsciente.

El hacker bajó la mirada y escrutó a Anderson:

– ¿Qué han usado para examinar su disco duro?

– Norton Commander, Vi-Scan 5.0, el paquete de detección forense del FBI, Restore8 y el analizador 6.2. de partición y ubicación de archivos de la DdD. Y también hemos probado con el Surface-Scour.

Gillette se rió confundido:

– ¿Todo eso y no han encontrado nada?

– Nada de nada.

– ¿Y creen que yo voy a descubrir algo más que ustedes?

– He echado una ojeada a varias cosas que has escrito: en todo el mundo no habrá más de tres o cuatro personas que puedan programar así de bien. Seguro que tienes software mejor que el nuestro… O puedes crearlo.

– ¿Y qué gano yo con todo esto? -preguntó Gillette a Anderson.