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'Oh, le pido que me perdone' cuando están derramando su sangre sobre los pies de alguien. Allí estaba quieto, esperando la bala apropiada que haría que su exha cargase el tanque y, como no le acertaban, hizo algo aun más cómico, algo aun más auténtico respecto del papel que había decidido representar hasta el final. Del traje electrónico extrajo un monóculo -sí señor, lo juro por Dios- y se lo colocó en el lugar. Luego miró alrededor de él con ojos críticos".

– Los muchachos son muy malos tiradores. Demasiado malos.

"Un juicio público a seis saboteadores, prisiones, las confesiones y la nueva bomba en miniatura en manos de los albaneses", -pensó Starr…

Stanko se agachó, quitó el cierre de seguridad de la bomba y apuntó el Sten hacia la red electrónica. Luego hizo un gesto dirigido a Enver Hoxha para que descendiera.

– Retroceda unos metros, mariscal, -le dijo burlón-. Puede ser que lo hieran…

No miraban a Mathieu aunque sabían que había sido alcanzado por una bala cuando la chica gritó. May no hubiese gritado en tal forma si la hubiesen alcanzado a ella.

Lo sostenía en los brazos.

– Mon amour, mon amour…

En el paroxismo de la desesperación total Starr pensó como autodefensa en la buena pronunciación y acento de la muchacha. Estaba tratando de salvarlo. Si un beso pudiese salvar a un individuo, este h… de p… sería inmortal.

Bajo la cascada de pelo dorado, apenas se veía la cara del francés.

– Dentro de un momento te estaré extrañando, fillette -le dijo.

Su voz aún era firme. Pero Starr podía ver el lugar donde había entrado la bala y se dio cuenta de que Mathieu estaba moribundo. Esperanzado miró hacia el marcador de combustible, pero fue solamente un reflejo profesional y bajó las pestañas avergonzado. Simple decencia.

Esperaron. Enver Hoxha estaba de pie en el medio de la carretera. Napoleónico. Imperial. Heroico.

A la distancia, detrás de ellos, podían ver con claridad que del sendero de la montaña surgían, bajo una nube, todas las fuerzas armadas de Albania. Starr levantó el Sten y apuntó hacia Enver.

– ¡Mayor, no tiene más que decir la palabra! -gritó-. Energía buena. ¡La mejor!

Luego alguien le quitó la pistola dando un puntapié y vio que todos miraban a Mathieu. En la cara del francés, la última traza de vida fue una sonrisa y, en el momento que alzaba a medias la mano para tocar la cara de la muchacha, murió.

El motor del camión arrancó de inmediato.

Mathieu yacía muerto en los brazos de la muchacha, y tenía los ojos abiertos.

Little condujo el camión a toda velocidad a través de la frontera.

Starr miró hacia atrás.

El espectáculo lo descompuso.

– ¡Detengan el camión! -gritaba May-. ¡Deténganlo, deténganlo! ¡Déjenlo salir!

Little seguía conduciendo.

Starr no podía soportarlo más. No podía soportar el movimiento del camión. Ni siquiera se tomaba el trabajo de esquivar las balas. Debieron alcanzarlo un par de veces, pero no sintió ningún dolor físico.

– ¡Deténganse! ¡Déjenlo salir! ¡Déjenlo liberarse!

Con toda el alma, Starr hubiese deseado estar en el lugar del individuo. Aunque no era más que el cansancio de la batalla.

Luego, al reclinarse contra el costado del camión, tuvo valor para darse vuelta otra vez y mirar a la muchacha. Por la expresión de la cara pudo pensar en una sola palabra, y ésta fue "victoria".

La bala debió alcanzarla cerca del corazón. May se irguió hasta conseguir la estatura completa, toda la estatura de una chica norteamericana alta, el pelo arremolinado, sonriendo triunfante. Luego el cuerpo vacío se desplomó sobre el de Mathieu.

Kaplan sollozaba. Luego hizo algo digno de un escapado de Auschwitz y nada científico: empezó a cantar El Maleh Rachamim, la plegaria hebrea dedicada a los muertos. "Regresando al molde, -pensó Starr tirado sobre el piso del camión".

Durante unos segundos más prosiguieron la marcha a toda velocidad hasta divisar la fila de soldados yugoslavos diseminados por toda la carretera. Little detuvo el camión lentamente.

Saltaron hacia afuera y en cuanto pudieron se quedaron de pie alrededor de la máquina. Ninguno se molestó en mirar los cadáveres vacíos.

Sólo miraban el motor.

– ¡Muy bien, que venga alguien! -gritó Little con voz fuerte y desgarradora-. El botón de liberación está aquí… Vengan… ¡Déjenlos salir! Tengo la mano aplastada.

Starr se encargó de hacerlo.

Fue la luz más hermosa del mundo.