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Volví a apagar la luz. La habitación quedó totalmente a oscuras, y ni siquiera se veían las estrellas mientras se acostumbraban mis ojos. Quizá debería pedir una de esas radios con números digitales luminosos, aunque la verdad es que le tengo mucho cariño a mi viejo despertador de latón. Una vez até una avispa a cada una de las campanillas de color cobre que tiene en la parte superior, donde las golpearía el martíllete por la mañana, al sonar el despertador.

Siempre me despierto antes de que suene el despertador, así que tuve ocasión de verlo.

2. EL PARQUE DE LAS SERPIENTES

Recogí las cenizas en que se habían convertido los restos de la avispa y las metí en la caja de cerillas, envueltas en una vieja foto de Eric con mi padre. En la foto se veía a mi padre sosteniendo un retrato de su primera esposa, la madre de Eric, que era la única que sonreía. Mi padre miraba de frente a la cámara; parecía malhumorado. El jovencito Eric miraba a otra parte y se hurgaba la nariz con pinta de aburrido.

El día amaneció fresco y frío. Se podía ver la niebla sobre los bosques, bajo los montes, y la bruma que cubría el mar del Norte. Salí a todo correr por la arena mojada, por donde está más dura y firme, imitando el sonido de un avión a reacción con la boca y sujetando en una mano los binoculares y en otra la bolsa. Cuando llegué a la altura del Bunker me incliné en dirección a tierra y tuve que ir más despacio porque la arena era más blanda y se elevaba en pendiente. Revisé los restos de los barcos y los desechos que había dejado la marea, pero no había nada que valiera la pena, tan solo una vieja medusa, una masa rojiza con cuatro pálidos círculos en su interior. Entonces cambié ligeramente el rumbo para sobrevolarla haciendo «¡Trrrruufaouuu! ¡Trrrrrrrrrrrruuufaouuu!», pero la golpeé al pasar corriendo, y despidió un chorro de arena y gelatina que saltó por los aires a mi alrededor. «¡Puchrrt!», hizo el ruido de la explosión. Volví a inclinarme y me dirigí hacia el Bunker. Los Postes estaban perfectamente. No necesitaba la bolsa de cabezas y cuerpos. Me pasé la mañana revisándolos uno a uno y acabé enterrando la avispa muerta en su ataúd de papel, no entre los dos Postes más importantes, como había previsto, sino en el camino, justo en el lado de la isla donde está el puente. Una vez allí subí por los cables de suspensión hasta lo alto de la torre que está en tierra firme y eché un vistazo. Podía ver el tejado de la casa y uno de los tragaluces del desván. También podía divisar el capitel de la iglesia de Escocia en Porteneil y algunas humaredas que salían de las chimeneas del pueblo. Saqué mi navaja del bolsillo izquierdo de la camisa y, con cuidado, me hice un corte en el pulgar izquierdo. Me puse a oler el líquido rojo sentado a horcajadas en el extremo de la viga principal que une las traviesas de uno y otro lado de la torre, y a continuación me limpié la pequeña herida con una gasa desinfectante que traía en una de mis bolsas. Después bajé con trabajo y recuperé la bola de cojinete con la que le di al cartel el día antes.

La primera señora Cauldhame, Mary, la madre de Eric, murió de parto en la casa. La cabeza de Eric era demasiado grande para ella; sufrió una hemorragia y se desangró hasta morir en el lecho matrimonial en 1960. Eric ha padecido severos dolores de migraña durante toda su vida y siempre he atribuido su dolencia a su forma de llegar a este mundo. Yo creo que todo eso, lo de su migraña y lo de su madre muerta, tiene mucho que ver con Lo que le Pasó a Eric. Pobre alma infeliz; tuvo la desgracia de estar en el lugar equivocado en el momento equivocado, y pasó algo muy improbable, algo que por una absoluta casualidad, le afectó mucho más a él que a cualquier otra persona que hubiera pasado por lo mismo. Pero ese es el riesgo que corres cuando vives aquí.

Ahora que lo pienso, eso también significa que Eric también ha matado a alguien. Creía que yo era el único asesino de la familia, pero el viejo Eric me gana, pues mató a su madre antes siquiera de empezar a respirar. Sin intención, admitámoslo, pero no siempre es la intención lo que cuenta.

La Fábrica dijo algo sobre fuego.

Aún seguía pensando en eso, preguntándome lo que en realidad significaría. La interpretación más obvia era que Eric iba a prenderle fuego a unos perros, pero yo ya estaba acostumbrado a las tretas de la Fábrica para aceptar aquello como definitivo; sospechaba que se trataba de algo más complejo.

En cierto modo sentía que Eric se hubiera decidido a volver. Estaba pensando en organizar pronto una Guerra, quizá la semana siguiente o así, pero ante la probable aparición de Eric la había cancelado. No había montado una buena Guerra desde hacía meses; la última había sido de Soldados Rasos contra Aerosoles. En aquel campo de batalla, todos los ejércitos de la 72a división, con sus carros de combate y piezas de artillería y camiones e intendencia y helicópteros y lanchas, tenían que unirse para hacer frente a la Invasión de los Aerosoles. Era casi imposible detener a los Aerosoles, y los soldados, con todo su armamento y su equipo estaban acabando quemados y derretidos por todas partes hasta que un valiente soldado que se había aferrado a uno de los Aerosoles que volaba de vuelta a su base pudo regresar (después de muchas vicisitudes) con la noticia de que su cuartel general estaba en una madera de cortar pan que flotaba amarrada bajo un saliente de una ensenada. Una fuerza combinada de comandos consiguió llegar allí a tiempo haciendo saltar la base en mil pedazos y volando finalmente el mismo saliente que quedaba en lo alto de los restos humeantes. Una buena Guerra, con los ingredientes adecuados y un final mucho más espectacular que la mayoría (cuando llegué a casa por la noche mi padre me preguntó qué habían sido aquellas explosiones y aquel fuego), pero fue hace tanto tiempo…

De cualquier modo, con Eric en camino, no me parecía una buena idea empezar otra Guerra y tener que dejarla a medias para tener que enfrentarme con la vida real. Decidí postergar las hostilidades durante un tiempo. En lugar de eso, después de haber ungido con preciadas sustancias algunos de los Postes más importantes, construí una presa.

Cuando era más joven solía fantasear con la idea de que salvaba la casa construyendo una presa. Habría un incendio en el pasto de las dunas, o un avión se habría estrellado, y lo único que podría impedir que la cordita que hay en el sótano saltara por los aires sería mi intervención desviando agua desde un sistema de presas por un canal hasta la casa. En un época mi mayor ambición fue conseguir que mi padre me regalara una excavadora para poder construir presas verdaderamente grandes. Pero ahora mi idea sobre construcción de presas es mucho más sofisticada, hasta metafísica. Me he dado cuenta de que no se puede nunca vencer al agua; al final siempre se sale con la suya, filtrándose y calando y socavando y anegando. Lo único que puedes hacer es construir algo que desvíe o que bloquee su curso momentáneamente; convencerla de que haga algo que no quiere hacer. El placer se deriva de la elegancia del pacto que consigas acordar entre el lugar a donde quiere ir el agua (guiada por la gravedad y el medio sobre el que se mueve) y lo que tú quieras hacer con ella. La verdad es que hay pocos placeres en la vida comparables a la construcción de presas. Que me den una playa ancha con una pendiente razonable y sin demasiadas algas, y una corriente de agua de tamaño medio, y ese día me hacen el tío más feliz del mundo, cualquier día.

A esa hora el sol estaba en lo más alto y yo me quité la chaqueta para dejarla junto a mis bolsas y mis prismáticos. Mi Golpeduro se hundía en la arena, la despedazaba y troceaba y escarbaba, levantando un inmenso dique de tres plataformas, la sección principal de las cuales se enfrentaba a las aguas del arroyo del Norte a unos ochenta pasos; no muy lejos del récord que ostentaba hasta entonces teniendo en cuenta la posición que había elegido. Utilicé mi pieza de metal de costumbre para inundaciones, que la tenía escondida entre las dunas cerca del mejor emplazamiento para construir presas, y la piéce de resístence en este caso era un acueducto cuya base estaba forrada con una vieja bolsa plástica de basura que había encontrado entre los desechos de la playa. El acueducto conducía la corriente de agua para la inundación a través de tres secciones de un canal de desagüe que había cortado más arriba de la presa. Construí un pequeño pueblo corriente abajo, con sus carreteras y un puente sobre lo que quedaba del arroyo, y una iglesia.