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NINA.- Sola, sí. (TREPLEV deposita la gaviota a los pies de ella.)

NINA.- ¿Qué significa esto?

TREPLEV.- ¡Cometí hoy la infamia de matar a esta gaviota, y la pongo a sus pies!

NINA.- ¿Qué le pasa? ( Coge la gaviota y la contempla.)

TREPLEV.- ( Después de una pausa.) ¡Pronto, del mismo modo, me mataré yo!

NINA.- ¡No le reconozco!

TREPLEV.- ¡Puede..., pero después que yo he dejado de reconocerla a usted! ¡Ha cambiado tanto conmigo!... ¡Su mirada es fría y mi presencia la molesta!

NINA.- ¡En este último tiempo se ha vuelto usted irritable! ¡Se expresa siempre de un modo incomprensible y por medio de símbolos! ¡También esta gaviota será, seguramente, un símbolo, solo que..., perdone..., no comprendo cuál!... ( Deja la gaviota sobre el banco.) ¡Soy demasiado sencilla para comprenderle!

TREPLEV.- ¡Todo empezó aquel anochecer, cuando, de modo tan necio, fracasó mi obra!... ¡Las mujeres no perdonan el fracaso!... ¡Lo he quemado todo! ¡Hasta la última hojita de papel!... ¡Si usted supiera lo desgraciado que me siento!... ¡Qué terrible frialdad la suya!... ¡Algo inverosímil!... ¡Tan inverosímil como si, al despertarme, viera que de pronto este lago se había secado o filtrado tierra adentro!... ¡Acaba usted de decir que es demasiado sencilla para comprenderme!... ¿Y qué es lo que hay que comprender aquí?... ¡Mi obra no gustó! ¡Usted desprecia mi inspiración y me considera un ser vulgar..., nulo, como hay muchos! ( Dando una patada en el suelo.) ¡Qué claro lo veo! ¡Cómo lo comprendo! ¡Tengo clavado en el cerebro un clavo tan maldito como esta debilidad mía mental que me chupa la sangre..., que me la chupa como una serpiente!... ( Al ver aTRIGORIN, que se acerca leyendo un libro.) ¡He aquí el verdadero genio!... ¡Pisa como Hamlet y, como él, lleva un libro entre las manos! ( En tono de mofa.) «¡Palabras, palabras, palabras!»... ¡Aún no se la ha acercado ese sol, y ya le sonríe y su mirada se derrite en sus rayos!... ¡No quiero serla un estorbo! ( Sale precipitadamente.)

TRIGORIN.- ( Anotando en el libro.) Toma rapé y bebe vodka... Va siempre vestida de negro... La quiere el maestro...

NINA.- Buenos días, Boris Alekseevich.

TRIGORIN.- Buenos días... Las circunstancias se han puesto de tal modo, que parece ser que nos vamos mañana... ¡Pocas probabilidades hay de que volvamos a vernos, y lo siento!... ¡No me ocurre con frecuencia el encontrar muchachas interesantes!... ¡Por mi parte, he olvidado, y no puedo ya ni representármelo con claridad, cómo se es cuando se tienen dieciocho o diecinueve años!... ¡Ese es el motivo de que, en mis novelas y cuentos, los tipos de muchacha suelan resultarme falsos!... ¡Me gustaría, aunque solo fuera por espacio de una hora, estar en su lugar, para saber lo que piensa y, en general..., qué cosita es usted!...

NINA.- A mí también me gustaría hacer esa prueba; pero poniéndome en el lugar suyo.

TRIGORIN.- ¿Para qué?

NINA.- ¡Para saber lo que es sentirse escritor de talento y célebre!... ¿Qué se experimenta con la celebridad?... ¿Qué experimenta usted?

TRIGORIN.- ¿Que qué experimento?... Seguramente, nada. Nunca me he detenido a pensar en ello. ( Quedando un momento pensativo.) ¡Será, tal vez, una de estas dos cosas...: o que exagera usted mi celebridad o que, en general, la celebridad no se la siente de ninguna manera!

NINA.- ¿Y cuando lee usted lo que se escribe sobre su persona en los periódicos?

TRIGORIN.- Si me alaban, me resulta agradable, y si me atacan, me paso un par de días de mal humor.

NINA.- ¡Es un mundo maravilloso! ¡Si supiera cuánto le envidio!... ¡La suerte no es igual para todos!... ¡Los hay que apenas hacen otra cosa que no sea arrastrar una existencia aburrida y oscura!... ¡Se asemejan entre sí, y son todos desgraciados!... ¡Otros, como por ejemplo usted (uno entre un millón), tiene una vida interesante, clara, llena de contenido!... ¡Usted es feliz!

TRIGORIN.- ¿Yo?... ( Encogiéndose de hombros.) ¡Hum!... ¡Me habla usted de felicidad, de celebridad, de no sé qué vida clara e interesante..., y para mí, perdóneme, todas esas bonitas palabras son como los bombones de fruta, que nunca los como!... ¡Es usted muy joven y muy indulgente!...

NINA.- ¡Oh, no! ¡Su vida es maravillosa!

TRIGORIN.- ¿Y qué hay en ella de especialmente bueno?... ( Consultando el reloj.) Perdóneme... No puedo quedarme más tiempo... ¡El caso es que ( Riendo.) ha dado usted en mi punto flaco, y ya empiezo a excitarme y a enfadarme un poco!... ¡Hablemos, pues! ¡Hablemos de mi maravillosa y clara vida!... De manera que..., ¿por dónde empezamos? ( Después de un momento de meditación.) ¡A veces se impone a uno, a la fuerza, un pensamiento!... ¡Le da a uno, por ejemplo, por pensar de día y de noche en la luna!... ¡Pues bien...: yo también tengo mi luna! De día y de noche vivo dominado por este pensamiento fijo: «¡Tengo que escribir! ¡Tengo que escribir!»... ¡Apenas he escrito una novela, y..., sin saber por qué..., tengo que empezar otra!... ¡Luego una tercera y después una cuarta!... ¡Escribo sin darme tregua, y no puedo obrar de otro modo!... ¿Y qué, le pregunto yo, hay en todo esto de maravilloso o de claro?... ¡Ah!... ¡Qué vida salvaje la mía!... ¡Aquí estoy ahora, hablando animadamente con usted y sin dejar, sin embargo, de recordar en todo momento que mi novela, aún no terminada, me espera!... ¡Si, por ejemplo, veo pasar una nube cuya forma recuerda la del piano, pienso que habré de señalar en alguna novela el paso de una nube semejante!... ¡Huele a heliotropo..., y en seguida mi mente registra: «Olor empalagoso», «el color de la viudez», «recordar citarlo en la descripción de un anochecer de verano»!... ¡Cada una de sus frases o palabras o de las mías propias, es atrapada por mí, que me apresuro a encerrarla en mi despensa literaria por si algún día me sirve para algo!... ¡Cuando termino mi trabajo, corro al teatro o me voy a pescar! ¡Aquí, donde debería haber descansado y olvidado..., no puedo ya hacerlo, pues dentro de mi cabeza comienza a dar vueltas otra pesada bala de peltre: un nuevo argumento!... ¡Ya la mesa de despacho empieza a atraerme y de nuevo hay que escribir, que escribir y que escribir!... ¡Y así siempre, siempre!... ¡Yo soy el primer obstáculo a mi tranquilidad! ¡Siento que me devora la propia vida, pues para conseguir la miel que luego entrego a alguno de los seres que pueblan el espacio, he de recoger antes el polvo de mis mejores flores, destrozarlas y pisotear sus raíces!... ¿Acaso no soy un loco?... ¿Es la actitud de mis amigos y conocidos la natural para con un ser de espíritu sano?... «¿Qué está escribiendo ahora?», me dicen. «¿Con qué nos va a obsequiar?»... ¡Siempre lo mismo! ¡Siempre lo mismo!... ¡Y llega a parecerme que todo: la atención que me prestan los que me conocen, las alabanzas y los entusiasmos..., es puro engaño!... ¡Se me figura que me engañan como a un enfermo y, a veces, hasta temo que se me acerquen a hurtadillas por la espalda, me cojan y me lleven a un manicomio!... ¡Aquellos otros años, los mejores de mi juventud..., cuando empezaba mi carrera literaria..., fueron para mí un continuo martirio!... El escritor de segunda fila, sobre todo cuando la suerte no le acompaña, se antoja a sí mismo inepto..., se considera «de sobra». Sus nervios desgastados se mantienen en constante tensión, y se pasa el tiempo vagando por los círculos literarios sin ser aceptado ni advertido por nadie. Teme mirar a los ojos de los demás, franca y valerosamente, como el jugador apasionado cuando no tiene dinero... ¡Nunca he visto a mi lector, pero, sin saber por qué, la imaginación me lo representa predispuesto en contra mía y lleno de desconfianza!... ¡He sentido miedo al público! ¡Cuando llegaba el momento de representar una nueva obra, en cada estreno me parecía observar que los morenos me eran hostiles y los rubios fríamente indiferentes! ¡Qué terrible sensación! ¡Qué martirio!