Isabella se tendió en la cama sobre el estómago, sus dedos cerrados alrededor de la colcha mientras Sarina preparaba cuidadosamente la mezcla de hierbas.
– Hábleme de los leones, signora, y de por qué los hombres del don le dejarían solo en medio de una tormenta de nieve con bestias salvajes rodeándole. No hay alarma en el palazzo. Siento intranquilidad pero no miedo. ¿Por qué?
– Silencio, bambina. Quédese quieta mientras yo aplico esto a su pobre espalda. Y debe llamarme Sarina. Usted será la señora aquí ahora.
– Yo no he accedido a tal cosa. Él me echó una vez y bien puede volver a hacerlo. No estoy preparada para perdonarle -Através de los ojos entrecerrados, Isabella captó la rápida y apreciativa sonrisa de Sarina, pero no tenía ni idea de que hacer al respecto.
– Creo que usted es justo lo que Don DeMarco necesita. -Muy gentilmente Sarina empezó a aplicar la poción entumecedora a la espalda devastada de Isabella-. Le gustaría oir la historia de los leones, ¿verdad? Es una historia interesante para contar de noche alrededor del fuego para asustar a los niños. Debe haber unos pocos gramos de verdad en ella, o los leones no estarían en estas montañas. Pero están aquí. -suspiró-. Ellos son la maldición y la bendición de nuestra gente.
Isabella abrió los ojos para mirar completamente a Sarina.
– Eso es algo extraño que decir. Vi la cara del don cuando se arrodilló junto al león renegado y le tocó tan… -Buscó la descripción correcta-, reverentemente, tristemente. Estaba triste porque hubiera muerto. Mi corazón lo lamentó por él -De repente consciente de haber revelado demasiado de sus confusos sentimientos por el don, Isabella frunció el ceño-. Solo por un momento, hasta que recordé como me había ordenado marchar sin ninguna razón. Es inconstante y propenso a cambiar de opinión, obviamente no es alguien con quién se pueda contar. -Se las arregló para sonar desdeñosa incluso mientras yacía sobre su estómago con el vestido bajado hasta la cintura. Una auténtica Vernaducci podía arreglárselas bajo las peores circunstancias, e Isabella estaba orgullosa de sí misma. El mundo no tenía que saber que se derretía cada vez que el don la miraba-. Cuéntame la historia, Sarina. Lo encuentro un tema más interesante. -Y evitaría que saliera corriendo a la tormenta en un intento de encontrar al don.
Sarina empezó a sacudir los derretidos copos de nieve del pelo de Isabella.
– Hace muchos, muchos años, en los viejos tiempos, cuando la magia controlaba el mundo, cuando dioses y diosas eran llamados para auxiliar a la gente, tres casa de poder residían aquí en este valle de la montaña. Las casa era DeMarco, Bartolmei, y Drannacia. Eran linajes antiguos y sacros, bien favorecidos y muy amados por los dioses. En esos tiempos, las casas practicaban los antiguos caminos, venerando a la Madre Tierra. Se dice que ese fue un tiempo de gran poder. Había poderosa magia en las casas. Sacerdotes y sacerdotisas, magos y hechiceros. Algunos incluso dicen que brujas.
Isabella se sentó erguida, intrigada. Cuidadosamente sostuvo el frontal de su vestido sobre sus generosos pechos.
– ¿Magia, Sarina?
Sarina parecía complacida porque su historia hubiera expulsado las sombras de los ojos de Isabella.
– Magia -asintió firmemente-. Había paz en el valle, y prosperidad. Los cultivos crecían, y las casas eran lugares felices. Le famiglie eran aliados, y con frecuencia se casaban entre ellos para mantener el equilibrio de poder y defenderse contra todos los forasteros.
– Suena bien -aprobó Isabella. Podía respirar de nuevo sin el dolor de la espalda. La habitación era cálida y finalmente se había derretido el hielo de su sangre. Buscó el té y tuvo que agarrar apresuradamente su traje.
Sarina le sonrió.
– Bien puede quitarse eso y vestir una de las prendas que Don DeMarco encargó para usted.
Isabella habría discutido, pero quería oir la historia.
– ¿De donde vinieron los leones? -Obedientemente se desabrochó el vestido y salió de él. Mientras abría la puerta del guardarropa y sacaba otro traje, miró sobre el hombro al ama de llaves-. No pueden haber estado aquí en las montañas desde siempre.
– Es usted demasiado impaciente -Sarina tomó el vestido y cuidadosamente lo colocó sobre Isabella-. No, no había leones por aquel entonces. Déjeme contar la historia como se dice que ocurrió. Durante cientos de años… quizás incluso más… el valle estuvo a salvo de invasores, y aunque el mundo cambiaba a su alrededor, la gente se las arreglaba para vivir vidas pacíficas y felices, practicando su fé sabiamente.
Sentada en la cama, Isabella arrastró las piernas hacia arriba bajo la larga falda y se abrazó a sí misma.
– Ese debe haber sido un tiempo interesante. Hay mucho sentido en los caminos de la naturaleza.
Sarina la miró fijamente, hizo el signo de la cruz, y palmeó la cabeza de Isabella.
– ¿Va a escucharme o a arriesgarse a la ira de la Santa Madonna con sus sinsentidos?
– ¿Ella se enfada? No puedo imaginarla enfadada. -Isabela vio la expresión de Sarina y rápidamente ocultó su sonrisa-. Lo siento. Cuéntame la historia.
– No se lo merece, pero lo haré. -se quejó Sarina, claramente encantada de que la joven a su cargo estuviera creciendo en optimismo y empezara a calentarse y relajarse después de su aterradora ordalía-. Llegó un tiempo en que la gente se volvió más adepta y más atrevida con su magia. Donde una vez la gente fue una, empezaron a formarse pequeñas divisiones. O, no todas a la vez. Ocurrió a lo largo de los años.
Isabella tomó un sorbo de té, saboreando el sabor y calor. Sirvió una segunda taza y se la ofreció cuidadosamente a Sarina.
Sorprendida y complacida, Sarina le sonrió, acunando la cálida taza entre sus manos-. Nadie sabe qué casa empezó, pero alguien comenzó a tentar cosas que eran mejor dejar en paz. La belleza de las creencias de la gente fue corrompida, retorcida, y algo se desató en el valle. Algo que pareció arrastrarse y extenderse hasta que alcanzó cada casa. La magia empezó a contaminarse, y una vez entró el mal, empezó tomar forma y crecer. Se dice que los aullidos de los fantasmas se oían con frecuencia, ya que los muertos no podían ya encontrar descanso. Empezaron a ocurrir cosas. Accidentes que afectaban a cada una de las casas. Las casas empezaron a distanciarse las unas de las otras. Cuando los accidentes se incrementaron y resultó herida gente, empezaron a culparse unos a otros, y una gran brecha se formó entre las familias. Ya que las casas estaban unidas por lazos de matrimonio, fue una cosa terrible. Hermano contra hermana y primo contra primo.
Isabella envolvió las manos alrededor de la calidez de su propia taza de té. Estaba temblando de nuevo. Ella había sentido la presencia de algo malvado en el castello, aunque esta era simplemente una aterradora historia para niños.
– Eso no suena muy diferente de lo de ahora. Nuestras tierras nos fueron robadas bajo nuestras narices. No se puede confiar en nadie, Sarina, no cuando el poder está envuelto.
Sarina asintió en acuerdo.
– Esa verdad no es diferente… ni hace cien años, ni ahora. Había un susurro de conspiración, de maldad. La magia era utilizada para otras cosas aparte del bien. Los cultivos se malograban regularmente, y una casa tenía comida mientras otra no. Donde antes habrían compartido, ahora cada una intentaba retener sus tesoros en sus propias manos.
Sarina tomó un sorbo de su té. El viento aullaba fuera de las paredes del palazzo, sacudiendo ruidosamente las ventanas haciendo que las ventanas de cristales tintados parecieran moverse bajo la acometida. Fuera, apesar de la hora temprana, las sombras se alargaban y crecían. Se alzó un gemido bajo, y las ramas de los árboles ondearon salvajemente y rasparon contra las gruesas paredes de mármol en protesta. Sarina miró hacia afuera a través los cristales de colores y suspiró.
– A este lugar no le gusta que se hable de los viejos días. Creo que restos de esa magia ancestral permanecen. -rio nerviosamente-. Agradezco que aún no sea de noche. Ocurren cosas en este lugar por la noche, Signorina Isabella. Nos reímos de los viejos días y decimos que son historias para asustar a los niños y entretenernos, pero, en realidad, ocurren cosas raras en este lugar, y, a veces, las paredes parecen tener oidos.
Isabella colocó inmediamente su mano sobre la del ama de llaves en un gesto que pretendía reconfortar.
– No puedes estar realmente asustada, Sarina. Esta habitación está protegida por ángeles -rio suavemente, tranquilizadoramente-. Y mis guardias. -Señaló a los leones de piedra sentados en el hogar-. Son muy amigables. Nunca permitirían que hubiera nada en esta habitación que no debiera estar aquí.
Sarina forzó una sonrisa en respuesta.
– Debe usted pensar que soy vieja y estúpida.
Isabella se tomó su tiempo estudiando la cara del ama de llaves. Estaba tallada pero daba la impresión de ser por la edad en vez de por preocupación. Pero profundamente en los ojos de Sarina estaba ese atisbo de desesperación que Isabella había percivido en Betto y en unos pocos de los otros sirvientes del palazzo.
El miedo arañó hacia Isabella, arremolinándose profundo en su estómago, una sutil advertencia. No era solo su salvaje imaginación y las consecuencias de enfrentar a bestias salvajes. Había algo más en el castello, un temor soterrado que toda la gente parecía compartir. Pero quizás era la historia que Sarina le estaba contando con el viento azotando las ventanas y la nieve cayendo implacablemente, atrapándolos puertas adentro.